Oración, estímulo de nuestra esperanza
| La esperanza cristiana nos coloca necesariamente en actitud orante, porque es la esperanza en la acción creadora de Dios. Pero la oración es, al mismo tiempo, estímulo de nuestra esperanza. Esperamos también porque oramos, se puede decir de manera verdadera.
La esperanza de nuestra santificación personal y de la santificación del mundo, de la venida del Reino de Dios, está apoyada en la oración. Lo esperamos porque oramos y la oración es garantía de esperanza. El Señor ha dicho venid y recibiréis. Por eso, esta esperanza nuestra se va a realizar a base de oración. Oramos y esto nos da confianza, porque hay quien ora como Abraham lo hacía por Sodoma y Gomorra.
Cuando encontramos almas orantes y el cristiano, con ese sentido profundo que tiene, va a esa persona orante y le dice ¡pida por mí!, es porque tiene confianza. El que se ore, pues, anima y estimula nuestra esperanza. El Señor nos salvará, de hecho, porque hay muchos que oran.
La oración de los contemplativos, que para muchos son inútiles en la sociedad, es quizá la que nos está salvando. Si hay quienes oran, el mundo tiene esperanza. Llegará, porque el Señor quiere que oremos. La oración es la fuente que atrae sobre nosotros la acción eficaz creadora, que ha de realizar la esperanza de los individuos y del hombre.
Conforme a lo anterior, se comprenden las frases del papa Juan Pablo II del final de la encíclica Redemptor hominis. Dice el papa, en el último párrafo: «No sólo sentimos la necesidad, sino también un imperativo categórico por una grande, intensa, creciente oración de toda la Iglesia. Solamente la oración puede lograr que todos estos grandes cometidos y dificultades que se suceden no se conviertan en fuente de crisis, sino en ocasión y como fundamento de conquistas cada vez más maduras en el camino del Pueblo de Dios hacia la Tierra Prometida, en esta etapa de la historia que se está acercando al final del segundo Milenio. Por tanto, al terminar esta meditación con una calurosa y humilde invitación a la oración, deseo que se persevere en ella unidos con María, Madre de Jesús, al igual que perseveraban los Apóstoles y los discípulos del Señor, después de la Ascensión, en el Cenáculo de Jerusalén. Suplico sobre todo a María, la celestial Madre de la Iglesia, que se digne, en esta oración del nuevo Adviento de la humanidad, perseverar con nosotros que formamos la Iglesia, es decir, el Cuerpo Místico de su Hijo unigénito. Espero que, gracias a esta oración, podamos recibir el Espíritu Santo que desciende sobre nosotros y convertirnos de este modo en testigos de Cristo ‘hasta los últimos confines de la tierra’, como aquellos que salieron del Cenáculo de Jerusalén el día de Pentecostés».