La casa paterna

Fr.
, OCD | Pocas experiencias hay tan llenas de alegría, ilusión y agradecimiento que el ser testigo del reencuentro de Dios Padre con un hijo que ha decidido, con todo arrepentimiento, volver al hogar paterno, al amor verdadero, a la vida nueva cuando uno acoge todo el amor de Dios en su ser y quiere responder a dicho amor amando más al Padre de la gloria. Es algo impresionante, es oración, es contemplación. Es vida de la gracia. Eso sucede cuando rezamos, cuando descubrimos nuestros fallos y nos dejamos llenar del amor de Dios Padre para, reconocido el pecado personal, llenarnos del amor que sana las heridas causadas por nuestra falta de amor. ¡Gracias Padre!Pero si profundizamos en nuestra vida interior, en la vida de oración, en lo secreto de nuestra alma, nos damos cuenta que todo nace de un fuego que nos quema, que nos purifica, que nos enciende en amor de Dios y no es algo que brote de nosotros mismos, sino que es el amor del Espíritu Santo que nos pone en camino hacia el Padre. Es Dios mismo, de modo concreto y personal el Espíritu Santo, el que se derrama en nuestro corazón para dar comienzo a un camino no pocas veces costoso, pero que una vez llenos de la presencia de Dios Espíritu Santo todo cambia, porque descubrimos que si algo hacemos o decimos es porque el fuego del amor de Dios nos transforma. ¡Todo es gracia! Tenemos que descubrirlo, asumirlo y ponerlo por obra. Es la fuerza que une al Padre y al Hijo quien también nos une a cada uno de nosotros con el Padre que tanto espera nuestro regreso. ¡Y todo gracias al Espíritu Santo! ¡Ven Espíritu Santo!
Según progresamos en la vida de oración contemplativa a la luz del Espíritu Santo nos damos cuenta que la tarea a realizar para unirnos a Dios no es otra que la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado. Si no buscamos la unión con el Hijo, con el que ha entregado su vida en la Cruz, donde ha dejado rasgar su costado para que su Corazón quede abierto para siempre y por su medio nos acerquemos al Padre. Él abre su Corazón porque su vida es en sí misma una entrega total y una disponibilidad sin par al Padre para que tengamos muy claro el modo de actuar, de rezar, de dar pasos hacia la unidad, la paz y la comunión de amor que brota de la Santísima Trinidad. ¡Metámonos en su Corazón!
Toda obra de amor es reflejo del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Si falla la relación con alguna de las tres divinas Personas nos falta parte de ese amor que es único y diverso a la vez según con quien estemos amando y dejándonos amar. Es una historia de amor sublime que podemos recorrer si tomamos como guía a alguien como Santa Isabel de la Trinidad que se deja invadir y transformar por el amor pleno de Dios. Una carmelita descalza que desde lo secreto de la clausura, lo escondido de su celda y lo más íntimo de su corazón nos explica que no hay lugar mejor para vivir que en el amor de Dios:
“Jesús quiere que donde está Él estemos también nosotros, y no sólo durante la eternidad, sino ahora ya en el tiempo, que es la eternidad ya comenzada y siempre en progreso. Nos interesa saber dónde debemos vivir con Él para hacer realidad su sueño divino. […] La Trinidad: he ahí nuestra morada, nuestro hogar, la casa paterna de donde nunca debemos irnos” (El cielo en la fe, día primero).