Entre el puerto y el horizonte

Mar

Inmaculada Molina Ager, Dpto. de Juventud de la Conferencia Episcopal Española

“Si quieres construir un barco, no reúnas a los hombres para recoger la madera y distribuir las tareas, más bien muéstrales la nostalgia del mar” (Antoine de Saint Exupery).

Con esta evocadora cita, el Servicio Nacional de la Pastoral Juvenil de la Conferencia Episcopal Italiana ha celebrado recientemente en Génova su decimotercero congreso nacional, en el que han participado casi 600 congresistas pertenecientes a más de 200 diócesis italianas y algunas delegaciones europeas de pastoral juvenil.

Entre el puerto y el horizonte aparece, desafiante, la aventura del mar… La educación como aventura, el despertar del deseo y la nostalgia del mar que aguarda, han sido el timón y las velas de esta apasionante travesía.

El Puerto

¿De dónde partimos? No se puede amar lo que no se conoce, decía san Agustín. Para educar, es necesario conocer y conocer en profundidad. El papa emérito Benedicto XVI ha indicado dos raíces profundas en la emergencia educativa actual. Las ha expuesto en varias ocasiones. En un histórico discurso dirigido a la 61ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana (21 mayo 2010), Benedicto señalaba como primera raíz el “falso concepto de autonomía del hombre”. Así, la autorrealización emerge como un autodesarrollo del hombre, que no se siente en deuda con nada ni con nadie. Desde este punto de vista, la educación sólo sirve para multiplicar el conocimiento: “saber hacer”, que capacita a la persona para ser productor y consumidor, convertirse en “una persona funcional” en la sociedad. Esta visión no tiene en cuenta que la persona ha sido creada para el diálogo y la comunión. Uno sólo puede llegar a ser uno mismo a partir del tú y del nosotros. Este encuentro abre el yo a sí mismo.

La segunda raíz de la emergencia educativa actual es la exclusión de los dos faros que orientan el camino humano: la naturaleza, por un lado, y la Revelación de Dios, por otro. “La naturaleza se considera hoy como una realidad puramente mecánica, sin la posibilidad de ofrecer ningún imperativo moral ni ninguna orientación de valores”, constata el pontífice emérito. De este modo, conceptos básicos como la diferencia de sexos, la unión entre un hombre y una mujer o el origen y el ocaso de la vida se difuminan para depender del consenso establecido al respecto. El otro faro del comportamiento humano, la Revelación, tampoco es reconocido. La Revelación es considerada como un momento del desarrollo histórico de carácter relativo, es decir, quizá existe, pero no incluye contenidos. Por tanto, se vive en un mundo sin Dios o un mundo en el que Dios, si existe, no tiene nada que decir.

Estas dos raíces excluyen dos características esenciales de la educación: el reconocimiento de que la persona es criatura y por tanto, dependiente de su Creador y la búsqueda del verdadero “saber vivir”, como respuesta responsable y libre al don gratuito de la vida. De este modo, educar pasa de ser un juego-a-dos (padres-hijos, maestro-alumno) a una aventura-a-tres, en la que se cuenta con un Tercero, que transmite el don y el sentido.

El Horizonte

No hay otro horizonte que remar mar adentro en el océano del Amor… En su reciente exhortación apostólica, el papa Francisco nos apremia: “el amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios hasta el punto de que quien no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y «no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8). Benedicto XVI ha dicho que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios», y que el amor es en el fondo la única luz que «ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar».

Por lo tanto, cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios. Como consecuencia de esto, si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos dejar de ser misioneros. La tarea evangelizadora enriquece la mente y el corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace más sensibles para reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas espirituales limitados. Simultáneamente, un misionero entregado experimenta el gusto de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).” (Evangelii Gaudium 272).

Niño

El Faro

El cristiano camina en la tierra, pero es peregrino del cielo. ¿Qué faros nos alumbran y nos orientan? Cristo como Luz del mundo y la Iglesia como Madre, que acoge y envía y como el “lugar donde se vive la mística de la fraternidad” (Papa Francisco).

¿Cómo educar? Hacia un renovado estilo educativo

+ Para educar, es necesario hablar con Dios, antes de hablar de Dios. Cristo mismo es la Persona que tenemos que aprender.
+ Educar es salir al encuentro, conocer y amar. Es importante como educador conocer el nombre y la historia personal de cada joven.
+ Educar es ofrecer la cercanía y la confianza que nacen del amor. Fuerza pedagógica de la caridad.
+ Educar es estar presente, acompañar, “salir se sí para estar para otro”.
+ Educar es saber cuándo decir SI y cuándo NO.
+ Educar es descubrir la propia fragilidad.
+ Educar es ayudar al joven a conquistar su libertad y descubrir su vocación.
+ Educar es participación, proyectar el futuro en plural. La vida como una aventura colaborativa con los jóvenes. Ellos no deben ser los donatarios de la educación, sino los co-protagonistas del compromiso educativo. Corresponsabilidad apostólica con los jóvenes.
+ Educar es estar abierto a la trascendencia y dejarse transformar por ella. Vivir la vida sin sentirse invitado desvanece el compromiso.
+ La educación debe responder a los interrogantes que el sufrimiento plantea en la persona. Al tratar de proteger a los jóvenes de experiencias de dolor, se corre el riesgo de formar a personas frágiles y poco generosas, pues la capacidad de amar responde a la capacidad de sufrir y sufrir juntos.
+ Educar es entregar con alegría el tesoro recibido.

La figura del educador como maestro de vida

¡¡El desafío educativo necesita maestros que sean testigos!! Por eso, especialmente cuando se trata de educar en la fe, es central la figura del testigo y el papel del testimonio.

“El testigo de Cristo no transmite sólo información, sino que está comprometido personalmente con la verdad que propone, y con la coherencia de su vida resulta punto de referencia digno de confianza. Pero no remite a sí mismo, sino a Alguien que es infinitamente más grande que él, en quien ha puesto su confianza y cuya bondad fiable ha experimentado. Por consiguiente, el auténtico educador cristiano es un testigo cuyo modelo es Jesucristo, el testigo del Padre que no decía nada de sí mismo, sino que hablaba tal como el Padre le había enseñado (cf. Jn 8, 28). Esta relación con Cristo y con el Padre es para cada uno de nosotros, la condición fundamental para ser educadores eficaces en la fe”. (Benedicto XVI, Discurso a la asamblea diocesana de Roma sobre el tema «Jesús es el Señor. Educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio» el 11 de junio de 2007 en la basílica de San Juan de Letrán).

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