Tres desafíos de los cristianos hoy

Velas

José D. Rincón | Es obligatorio afrontar hoy, todos los cristianos, tres desafíos, muy necesarios y apasionantes, que nos exige nuestra fe en Jesucristo. La cultura imperante en la sociedad que vivimos, de nihilismo, secularismo, relativismo, materialismo, culto al cuerpo y al sexo, la ley del mínimo esfuerzo y la superficialidad, provocan en los creyentes el ineludible ejercicio de nuestra responsabilidad y una gran motivación para asumir estos tres desafíos: Hacer presente un testimonio de fe-vida; una actitud valiente, desterrando la pereza y la omisión; un compromiso con el apostolado personal y asociado.

1.- Ser testigos

Es la misión esencial y principal que tenemos todos los seguidores de Jesucristo. En el momento de su ascensión al cielo, Jesús, después de haber asumido nuestra naturaleza, predicado su Evangelio, realizada la redención del género humano y de haber fundado su Iglesia, nos asegura y nos pide: «Recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Lo primero y fundamental que se le exige a un testigo es vivir el hecho del que se deba ser testigo. En nuestro caso, vivir la amistad filial con nuestro Padre Dios, por medio de Jesucristo, ya que «nos predestinó en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos» (Ef 1, 5). Esta amistad la conseguimos por la Vida de Gracia, con la oración, el conocimiento de la Palabra de Dios y los Sacramentos. Es una vida de fe que se cuaja en la caridad, es decir, en las obras, en la vida, de lo contrario es una fe muerta.

Muchedumbres de hermanos nuestros, apartados de Dios, nos retan: ¡Mostradnos con vuestras vidas que Dios existe y nos ama, que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros, que vive y es nuestro Camino, Verdad y Vida!

Si el cristiano, ya sea obispo, sacerdote, religioso, religiosa o laico no es testigo, no sirve para nada, como si la sal y la luz no sirven para salar e iluminar (cfr Mt 5, 13-14). El testimonio es la conducta de vida por la cual hacemos a Dios presente en el mundo.

2.- Actitud valiente

La virtud de la valentía es propiamente cristiana. Siempre prevaleció en los cristianos durante toda la historia de la Iglesia, en cualquier momento y lugar. Pensemos en los más de cuarenta millones de mártires que acumula nuestra Iglesia. No existe un solo santo que no haya sido valiente. En toda la Biblia Dios repite a sus hijos, igual que Jesucristo a sus discípulos: No tengáis miedo… no temas… sé valiente. Hoy existe en muchos cristianos una actitud muy común de cobardía, de miedo o de omisión, por no señalarnos, no comprometernos, por evasión, o simplemente por no dar la cara. Esta actitud la condena Jesucristo cuando dice: «cuando dejasteis de hacerlo con aquellos, mis hermanos, conmigo lo dejasteis de hacer…» (cfr Mt 25, 31-46), es decir, condena el pecado de omisión, cuando pudiendo hacer el bien no lo hacemos. Esta omisiones produce por falta de motivación, interés, ilusión por las cosas de Dios, falsa espiritualidad o por la tibieza, de la que Dios dice en el Apocalipsis que le causa náuseas.

Vivimos tiempos recios y no podemos esconder la cabeza debajo del ala, es obligado definirse, no acobardarse ni avergonzarse. Sólo debemos avergonzarnos de hacer el mal, pero nunca el bien, siempre vestidos con la armadura de Dios, es decir, la caridad. Hay que tener en cuenta que ejercitar la caridad no supone siempre agradar o dar gustos, se trata de hacer el bien, que es distinto. Lo vemos en montones de ejemplos: el corregir a alguien, el curar a una persona o vestir y alimentar a un niño pequeño o a un anciano o desahuciado no es siempre agradable, pero estamos haciendo el bien. En la pésima forma de cómo hoy muchos entienden la libertad, se llega a provocar con frecuencia a los católicos, a lo que debemos responder con caridad, pero con claridad y valentía.

3.- Apostolado personal y asociado

Las dos formas fueron siempre muy necesarias en la Iglesia. Todos debemos ser apóstoles porque la vocación cristiana por su propia naturaleza, es también vocación al apostolado (AS 2). Jesús envía a su Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mt 16, 15), cada uno de nosotros somos miembros vivos de esa Iglesia por nuestra condición bautismal y no podemos eludirnos. En esta responsabilidad apostólica, cada uno tenemos una misión personal e intransferible, no pudiendo ser suplidos por nadie.

El apostolado personal jamás puede faltar en la Iglesia, es insustituible, es siempre útil, más fácil para todos, a veces es el único posible, ofreciendo múltiples posibilidades y todos podemos realizar de diversas maneras.

El apostolado asociado, que es imprescindible hoy por razones obvias, responde a la naturaleza social del ser humano, expresa la dimensión comunitaria de la fe y de todo cristiano y es el signo de comunión en la Iglesia ¡es su testimonio comunitario! Para llevar la presencia de Jesucristo y su Evangelio a los distintos espacios, ambientes y estructuras es un apostolado precioso, así como para dar respuesta a los problemas comunes que se dan en nuestra sociedad, lo cual se realiza por las diferentes expresiones del Apostolado Seglar asociado, desde la propia competencia de los laicos en los asuntos temporales y por nuestra responsabilidad en el mundo.

Anterior

Hambre, sed… y Dios con ellos (II)

Siguiente

Sumario 180