El traje verdadero
| Vivía en la ciudad de Londres un empresario muy rico y feliz que había heredado una gran fortuna familiar. La vida no había dejado de sonreírle a cada instante por lo que cada mañana se levantaba orgulloso para ir a trabajar. Pero este hombre, tranquilo y confiado, resultaba ser una persona excesivamente maniática. Hasta tal punto era así, que cuando era joven había comprado cientos y cientos de metros de la misma tela para que su sastre de siempre le hiciera todos los trajes con ella, año tras año, pues decía que gracias a ese increíble tejido había conocido a su mujer y eso había sido lo que había traído la felicidad a su vida. Dispuesto a no perder esa suerte decidió vestirse con esa tela el resto de su vida.
Pero pasaron largos años y su vida había dado un enorme giro. En la actualidad su empresa estaba atravesando una caída en las ventas, el banco había denegado una vez más el crédito y sus empleados habían representado un pequeño papel de amotinamiento en espera de una mejora en su trabajo. Preocupado por los acontecimientos que estaban sucediendo, empezó a sentirse incómodo en sus trajes viejos a los que su manía le hacía echar la culpa de su desgracia. Dispuesto a cambiar su suerte, llamó a su sastre y le mandó hacer un traje con un nuevo paño traído de Cachemira.
Cuando al día siguiente llegó a la empresa con su nuevo corte, pensó que todos sus problemas habrían ya terminado. Sin embargo, todo continuaba como el día anterior o, incluso, peor. En un primer momento, su manía le llevó a continuar con el mismo traje durante varios días seguidos en espera de un cambio, pero pronto se puso nervioso y, al ver que nada ocurría, decidió despedir a su sastre, pues pensaba que quizás era él el que ya no sabía confeccionar como antes.
Buscó, entonces, en Londres a un conocido y afamado sastre para que lograse hacer el traje de sus deseos. Sin embargo, el resultado fue el mismo. Al día siguiente, buscó a otro sastre reputado y le obligó a trabajar toda la noche para llevar el traje nuevo al día siguiente a su empresa. Cada día era un nuevo traje y un nuevo sastre los que aparecían en escena sin que él consiguiese recuperar su fortuna. Antes bien, el hecho de estrenar traje todos los días y de buscar un nuevo sastre desde cualquier lugar de Inglaterra, había hecho mermar aún más su fortuna que se tambaleaba hacia un final desastroso.
En un desesperado último intento, buscó a un sastre desconocido. Aquel del que jamás se había oído hablar en ningún desfile ni en ninguna tienda por pequeña que esta fuera. Llegó así hasta un perdido y pequeño pueblo donde se encontraba este desapercibido sastre para hacerle su loca propuesta: realizar esa misma noche y, en menos de tres horas, un traje por el que pagaría una gran fortuna si obtenía su objetivo.
El sastre del pueblo, conocedor de los últimos movimientos de este maniático empresario, decidió aceptar el reto, deseoso de poner en obra el plan que llevaba días preparando desde que toda esta historia había aparecido en el británico país. Después de tomarle las medidas necesarias al empresario, el anciano sastre se puso manos a la obra y buscó entre sus telas aquella que más pesaba y que, por un fallo en la fabricación, se iba deshaciendo poco a poco soltando una especie de pelusilla cuando sufría una sacudida fuerte.
Cuando por la mañana se presentó ante el empresario, llevaba con él un hermoso traje azul ante el que todos los que estaban en la sala quedaron maravillados. Pero cuando se lo fue a entregar, y conociendo la personalidad maniática de aquel hombre, le hizo prometer una cosa: cada noche, al quitarse el traje, debería darle una fuerte sacudida, pues así lograría eliminar todas las malas fuerzas que habían entrado en su vida. A continuación, recogería toda la pelusilla que hubiera caído y la presentaría ante Dios con una oración en la que le daría las gracias por el día que había pasado.
El hombre aceptó lo que el sastre le había dicho y al día siguiente se vistió su espléndido traje con el que se sintió un poco pesado pero dispuesto a cambiar su vida. Al llegar la noche, se quitó el traje, lo sacudió y recogió con cuidado las pelusillas mas con cierto miedo de dejar algún “mal presagio” en su cuarto. Se dirigió ante el Cristo que había en su habitación y se las ofreció a Dios -como le había indicado el anciano sastre- dándole gracias por el día recibido. Así, día tras día, realizaba el mismo ritual hasta que cada vez lograba dar gracias con la mayor sinceridad que salía de su corazón, pues poco a poco pudo ver que, a pesar de las contrariedades de su empresa, su vida estaba llena de buenas cosas. Y cada mañana también su traje iba pesando cada vez menos, ya que la tela se iba ajando cada vez más perdiendo el espesor que en un principio había tenido.
Cuando ya el traje se había convertido en una tela fina, casi transparente, el sastre se presentó ante el empresario con un nuevo tejido en sus manos. Intentaba convencer al empresario que debía cambiar su antiguo traje por el nuevo que traía ahora. Pero el empresario esbozó una agradable sonrisa y le replicó: “Querido amigo, no necesito ya tu traje pues sé que no ha sido él el que ha cambiado mi vida. Cada noche en mi oración he podido ver que era un hombre con estúpidas manías y aprendí que solo Dios podía hacerme ver la realidad de mi vida. Desde que me he puesto ese traje he podido aprender que por muchos problemas que tuviera mi vida, Él estaba a mi lado para ayudarme a sobrellevarlos. Ahora sé que no necesito ya un traje nuevo, con una tela especial o realizado por un gran maestro sastre, pues he aprendido que sus brazos envuelven mi desnudez para siempre y así quiero vestir el resto de mis días.