El marco de la letanía

Cristo
Ilustración: Marko I. Rupnik – El mundo ha sido creado en el signo de la cruz
Sacristía Mayor, Catedral de Ntra. Sra. la Real de la Almudena (Madrid)

Pablo Cervera Barranco | Todas las letanías del Corazón de Jesús están enmarcadas con dos expresiones: «Corazón de Jesús» y «Ten misericordia de nosotros».

La repetición puede dar apariencia de monotonía y, sin embargo, encierra una gran riqueza teológico-bíblica que se encuentra a lo largo de toda la Sagrada Escritura. Iremos viendo que el avance de las letanías es como un oleaje progresivo. Mientras tanto el marco mencionado permanecerá en su sencillez y ayudará a expresar la grandeza humano-divina del Corazón de Jesús: de su persona, desde su interioridad, y de su amor ilimitado al hombre, su misericordia, simbolizado en ese mismo corazón.

La palabra corazón es palabra primordial (Urwort, decía Karl Rahner), en la literatura de todos los pueblo. De ahí que no exija grandes explicaciones, pues pertenece al acervo más nuclear de los pueblos.

En la Biblia, el corazón es órgano material corporal del hombre pero su significado culmina al ser símbolo de lo invisible o insondable (1 Sam 16,7): de lo externo y visible a lo interior y espiritual. Muchos textos recogen el significado de centro de la vida psíquica con toda la gama de sentimientos (Sal 55,5), ideas (Gén 17,17) y anhelos (Is 10,7). Al mismo tiempo es centro que establece las relaciones con Dios y con los hombres, acercándose unas veces (Prov 3,5) y otras alejándose (Gén 6,5).

En el Nuevo Testamento la dimensión material pierde su importancia, y «corazón» y hombre se identifican: se alegra (Jn 16,6), se complace en el mal (Mt 6,21), se paraliza o se pone en movimiento (Lc 24,25.32), se obstina ante la luz (Rom 1,21).

Este planteamiento psicológico-espiritual se traslada a Dios ya en el Antiguo Testamento (1 Sam 2,35; Sal 33,1). En el Nuevo, la evocación del corazón sólo se refiere a Dios Hijo (Mt 11,28-30). Su mansedumbre y humildad se identifican con su ser-amor: «Como el Padre me amó, así os he amado yo» (Jn 15). El amor de entrega a los hombre es ese «Corazón de Jesús» al que reiterada, pero nunca monótonamente, invocaremos en cada letanía.

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