Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios

Capilla de la residencia de los jesuitas San Pedro Canisio (Roma)
| La invocación «Corazón de Jesús» nos adentra en la inmensa riqueza de Cristo en su humanidad: el amor hacia su Padre, su alegría por los planes misteriosos de su gracia, sus sentimientos y afectos, su com-pasión hacia los enfermos, su amor a los pobres, su misericordia con los pecadores, su ternura con los niños, su fortaleza al predicar contra los soberbios, los hipócritas, su tristeza y pavor en Getsemaní, su desconsuelo por la traición de los suyos y su soledad (cf. CEC 423; 456-460)… todo ello empapado de un amor que hace entender «la novedad que trae Cristo, trayéndose a sí mismo» (san Ireneo). Toda esta riqueza humana de Cristo está unida a la persona del Verbo: «Y ahora glorifícame tú, Padre, junto a ti mismo con la gloria que tenía junto a ti antes que el mundo existiese» (Jn 17,1ss).
El Corazón de Jesús es el punto de unión indisoluble de la vertiente eterna y temporal de su vida como Dios-hombre. Los evangelios recorren una doble dirección: mostrar que el hombre Jesús es Dios y que Dios se ha hecho hombre. A la primera correspondería san Marco: «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1) hasta la exclamación del centurión ante el crucificado: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39), pasando por la profesión de fe de Pedro en Cesarea: «Tú eres el Mesías» (Mc 8, 29), «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). San Juan, representado iconográficamente por el águila que se remonta hasta la eternidad, parte del Verbo que se hace carne (Jn 1,1.14). «Verbo» es título propio de Juan en el prólogo de su evangelio, es título divino de Jesús, fuente de luz y de vida. Por su parte, san Pablo expresó la encarnación como anonadamiento voluntario del Hijo, que toma forma de siervo (Flp 2,6-7).
La unión de Dios y hombre, en Cristo, es unión de dos naturalezas en una única persona; no es unión moral, ni dinámica, no hay mezcla ni absorción. Al mirar al Corazón de Jesús, le invocamos en esta letanía como el Corazón del Hijo de Dios hecho hombre. «En Jesús, Dios ama humanamente, sufre humanamente, goza humanamente. Y viceversa: en Jesús, el amor humano, la gloria humana adquiere intensidad y poder divinos» (San Juan Pablo II, Ángelus, 9-VII-1989).