Corazón de Jesús, de Majestad infinita

Iglesia del beato Claudio (Chiampo)
| Esta letanía conecta con las anteriores, por cuanto el Hijo de Dios, cuyo Corazón se ha acercado a los hombres, comparte eternidad, majestad y dignidad con el Padre y Espíritu. Lo refleja muy bien el prefacio de la solemnidad de la Santísima Trinidad: «Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad (majestad)» (Misal Romano, Prefacio de la Santísima Trinidad).
La majestad y la gloria de Yahvé en el Antiguo Testamento es más que evidente: «¡Por mi vida y por la gloria del Señor que llena toda la tierra!, ninguno de los hombres que vieron mi gloria y los signos que hice en Egipto y en el desierto, y me han puesto a prueba diez veces ya, y no han escuchado mi voz» (Núm 14,21-22); «¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!» (Is 6,3); «Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado; La voz del Señor retuerce los robles, el Señor descorteza las selvas. En su templo un grito unánime: ¡Gloria!» (Sal 29, 1-4.10); la oración de David proclama esa majestad: «Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel, por los siglos de los siglos. Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, el esplendor, la majestad, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra, tú eres rey y soberano de todo. De ti viene la riqueza y la gloria, tú eres Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza, tu engrandeces y confortas a todos. Por eso, Dios nuestro, nosotros te damos gracias, alabando tu nombre glorioso» (1 Crón 29, 11-12). Con ella se conecta al Corazón de Jesús de Majestad infinita.
En el Nuevo Testamento, Jesús aparece, en la Transfiguración, en el esplendor de su gloria (Mt 17,1-8). También en la escena del juicio final se dice que «el Hijo del hombre vendrá en su gloria con todos sus ángeles y se sentará en el trono de su gloria» (Mt 25,31).
La inconcebible cercanía con la que Dios se acerca a lo más íntimo del hombre a través del amor de su Corazón, no nos debe hacer perder la grandeza y trascendencia de la persona que «gestiona» ese Corazón: el Hijo del Eterno Padre, el «reflejo de su gloria» (Heb 3,1), «la imagen del Dios invisible» (Col 1,15). Por eso san Ignacio de Loyola sitúa al ejercitante ante un Dios creador que le sostiene (máxima cercanía) pero que no deja de ser Señor y merecedor de la alabanza y glorificación por parte del hombre (majestad).
«La infinita Majestad de Dios se oculta en el Corazón humano del Hijo de María. Este Corazón es nuestra Alianza. Este Corazón es la máxima cercanía de Dios con relación a los corazones humanos y a la historia humana. Este Corazón es la maravillosa «Condescendencia» de Dios: el Corazón humano que late con la vida divina: la vida divina que late en el corazón humano» (Juan Pablo II, Ángelus, 16-VI-1985).