Destino: Santiago
| El Señor, como cada verano, tiene una iniciativa conmigo y este año después de tomar decisiones importantes en mi vida, me ha brindado poder hacer el Camino de Santiago con un grupo de gente y un sacerdote.
Al principio me dio un poco de vértigo, ya que no estoy acostumbrada a “grandes esfuerzos”, pero recordé lo que me dijo un amigo sacerdote tras mi conversión: María, ¡prepárate para emociones fuertes! Tras rememorar dicha frase me enfrasqué en esta apasionante aventura.
Comenzó la experiencia con diversos problemas pero llegamos al sitio desde donde íbamos a partir: Ferrol. Allí nos acogieron con amabilidad y afecto los hermanos de La Salle, a pesar de llegar un poco tarde.
A la mañana siguiente tras leer el Evangelio, hacer el ofrecimiento y encomendar al Señor y a la Virgen el día (como iremos haciendo cada jornada hasta llegar a Santiago), recibimos del sacerdote la bendición del peregrino y la credencial con cierta emoción e intriga pensando en que nos depararía el camino.
El primer día, al estar con fuerzas, íbamos más ligeros y menos cansados, pero con una cruz que deberíamos cargar hasta nuestra meta. Al llegar a Pontedeume la cosa se nos complicó ya que el albergue era pequeño y al ser un grupo no cabíamos todos y empezamos a preocuparnos con la conclusión de que nos tuvimos que alojar en una pensión un poco alejada del lugar indicado pero, el Señor nos tenía guardadas unas cuantas sorpresas, (a parte de la de comer genial) conocimos a un sacerdote estupendo y nos contó que había una cala a pocos minutos y que podíamos oficiar la Santa Misa en su humilde Iglesia, todo un regalo de Él.
El segundo día ya se fue complicando, la cruz pesaba más que el anterior día y nuestras espaldas estaban doloridas. A nuestro sacerdote se le ocurrió hacer una hora en silencio y de reflexión durante el camino. Un gran acierto ya que en el silencio somos capaces de entender lo que no se puede decir con palabras. Al llegar a Betanzos nos encontramos con el mismo problema que el día anterior: no había sitio y tuvimos que dormir en el frío polideportivo, pero no todo fue tan malo ya que Betanzos estaba de fiestas y pudimos disfrutar de éstas.
El tercer día o “el doloroso”, ya que éste día salimos a las 8:30a.m y llegamos a las 18:30p.m. tras recorrer más de 30 kilómetros y tres de ellos de cuesta, hicimos acto de presencia en Bruma. Llegamos gracias a Dios vivos y a pesar de llegar tan tarde pudimos celebrar la Santa Misa, pilar fundamental de este camino y de nuestra vida.
El cuarto día, en la hora de silencio y tras caminar por tan bellos paisajes éste tiempo, me sentía como el bienaventurado San Francisco de Asís, dando gracias al Señor por toda la creación, por todo lo que mis pequeños ojos podían admirar y contemplar y recordé también, el Cántico de Daniel 3, 57-88, 56 propiamente de Laudes. Tras recorrer el camino indicado llegamos a Sigüeiro, allí dormiríamos en una casita encantadora y a coger fuerzas hasta llegar al final.
El quinto día íbamos ya súper ligeros y contentos, con ganas, ya que nos acercábamos al final de este camino y tras muchos kilómetros llegamos a la Plaza del Obradoiro. En dicha plaza se transmitía alegría y como no, emoción. El punto álgido llego en la Misa del Peregrino. Allí vi como todo el esfuerzo había tenido su recompensa y me sentí muy pequeña ante tanto Bien y tanto Amor inmerecido recibido durante éste camino.
Gracias a todos mis compañeros que sin cada uno de ellos no hubiera sido igual, a nuestro sacerdote que sin él no hubiera sido posible éste Camino, a todas las personas que nos hemos encontrado y sobre todo, al Señor guía en nuestro caminar y a nuestra Madre que nos ha cuidado especialmente en este proyecto.
Ir caminando hacia el CAMINO, Verdad y Vida es una experiencia única, hay que vivirlo para sentirlo.