Chismosos del bien

Mujeres conversando

Ricado Vargas (artículo recuperado del número 58 de la revista) | Cuentan que un padre del desierto tenía un discípulo algo dado a hablar mal del prójimo. En varias ocasiones le había hablado de la malicia de su comportamiento, aunque a él seguía sin parecerle algo tan grave.

Un día, pues, le hizo traer un almohadón. Salió con él afuera y, acercándole un cuchillo, le pidió: “Raja el almohadón”. El discípulo, extrañado, lo hizo. Al instante se formó un torbellino de plumas en torno a ellos, que el viento esparcía cada vez más y más lejos. “Ahora, recógelas”, añadió. “¡Pero, Padre! -replicó el discípulo- ¡Eso es imposible!”. Y él replicó: “Pues más difícil aún es remediar el daño de la maledicencia, una vez pronunciada”. Esta vez, el discípulo calló, bajos los ojos, y se marchó a casa pensativo.

Ciertamente, hay gente que parece haber hecho del chismorreo su deporte preferido. Vayan donde vayan, siempre te pueden contar la última que hizo fulano o mengana: “Ah, ¿pero no te has enterado? Pues mira, sí, es que…”.

Pero a mí aquello de la almohada siempre me ha dado mucho que pensar. Me explico: si las noticias de nuestro hablar mal de otros se extienden con tal celeridad, llegan tan lejos, hasta rincones tan
insospechados, ¿por qué no va a suceder lo mismo cuando destapamos las virtudes ajenas o hacemos partícipes a otros de sus buenas palabras y mejores hechos? Siendo así que, de suyo, lo bueno es más eficaz que lo malo; máxime cuando eso bueno se ve potenciado por influjo de la gracia.

¿Quién se apunta, amigos? ¿Quién se apunta desde hoy a convertirnos en chismosos del bien, con la lengua siempre a punto para contar la última noticia buena que del prójimo ha llegado a nuestros oídos? Será una delicia. Ya veréis.

Anterior

Himno a la gloria de Dios (II)

Siguiente

Sumario 174