La favorita de Dios

Escultura de María y el Niño

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | La santidad de María es un reflejo de la santidad de Dios. Igual que decimos que, a nivel de la humanidad de Jesucristo, seguro que Jesús se parecería físicamente a su Madre, en el orden de la Gracia es al revés, pues diríamos: fíjate como se parece María a Jesús en el orden de la santidad. María es santa por haber sido la Madre de su Hijo.

María es la favorita de Dios, que le ha colmado de gracias de una manera muy especial. Cada uno en esta vida recibe unos talentos y, en vez de estar quejándonos por lo que nos falta, deberíamos trabajar esos talentos, porque mientras nos quejamos estamos enterrándolos. Y debemos reivindicar, sin acomplejarnos, que María es la favorita del Señor. Hay una expresión, bastante repetida en el Antiguo Testamento, recogida en Éxodo 33, 13, donde dice Moisés: «si he hallado gracia ante tus ojos». Nosotros invocamos el nombre de María, sabiendo que su nombre, decía San Antonio de Padua, es «júbilo en el corazón, miel en los labios, armonía en los oídos». Es una maravilla esta expresión de San Antonio.

Algunos mariólogos dicen que en España puede haber unas veintisiete mil advocaciones marianas conocidas. A María se le ha invocado con tantos nombres… Si hay tantas advocaciones a María es por lo que dice San Antonio de Padua, su nombre es «júbilo en el corazón». María es amada de Yahvé, la favorita de Yahvé. En Ella Dios ha puesto sus ojos y nosotros nos alegramos, porque vemos en María un espejo de Dios, en el que se refleja su santidad.

Madre de Dios, que es el título central de la mariología, le ha asociado a ser Madre nuestra, para rogar por nosotros. ¿Cómo de una cosa ha venido la otra? Entendamos que es obvio que Cristo fue quien mereció el precio de nuestro rescate, al entregar su vida en el sacrificio redentor. Él fue el que nos rescató, pero es un hecho que el Cuerpo y la Sangre que entregó por nuestra salvación habían sido concebidos en el seno de la Virgen María. De manera, que Ella queda asociada plenamente a esa redención de su Hijo.

Esa asociación de María con su Hijo continúa también en el cielo, con la distribución de las gracias de salvación y de santificación que mereció en el Calvario. Si en aquel monte Jesús entregó su vida, su Sangre por la salvación de la humanidad estaba unida a María, porque Ella había dado a luz a quien se entregaba por la salvación del mundo. Esto continúa de alguna manera en el cielo. Ella continúa la distribución de las gracias de salvación, merecidas por su Hijo. Es distribuidora de todas las gracias, que pasan por María.

De Jesús decimos que es el único Salvador y de María decimos -fijaos que es una expresión fuerte- que es la omnipotencia suplicante. Dios le ha concedido el poder alcanzar todas las gracias, suplicando ante Dios. Es un término muy aquilatado, porque María no es omnipotente, sólo lo es Dios. Es una criatura humana, pero Dios le ha permitido ser omnipotente de una forma determinada, teniendo puerta abierta para poder interceder pidiendo la Misericordia de Dios.

Anterior

En Arcicóllar, Toledo

Siguiente

Dios abre el camino sobre las aguas