Vivir el año de la Misericordia
, Diácono Permanente | El pasado 11 de abril se publicó “Misericordiae Vultus”, la Bula por la cual el Papa Francisco ha convocado el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, cuyo lema es “Misericordiosos como el Padre”. Un año jubilar que comenzó el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción (coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II) y que concluirá el 20 de noviembre de 2016, en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo.
Este año Jubilar tiene la peculiaridad de que no se celebra sólo en Roma, sino también en todas las diócesis del mundo. De hecho, el Papa ha establecido que en las Catedrales, o Concatedrales, o iglesias de significado especial de cada diócesis se abra todo el Año Santo una idéntica “Puerta de la Misericordia” tal y como él hizo con la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro.
El Año Santo o Año Jubilar es un año de reconciliación y perdón. Un año donde los cristianos debemos buscar el perdón de Dios, y sobre todo perdonar a los demás. Un año en que tenemos la posibilidad de conseguir la indulgencia plenaria, para lo cual debemos recibir el sacramento de la Confesión, el sacramento de la Eucaristía, orar por las intenciones del Romano Pontífice, rezar el Padrenuestro, el Ave María y el Credo y atravesar el umbral de la “Puerta Santa”.
Y ¿qué es la Misericordia? El Papa Francisco nos indica en su Bula que la Misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra el camino de la vida. Es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado.
El Santo Padre, dijo en su homilía durante la misa en la capilla de la Casa Santa Marta, que en este Año de la Misericordia hay dos caminos, uno de la esperanza y el de la propia esclavitud que hace que la persona no sepa nada del perdón de Dios. El primero lo siguen quienes tienen la esperanza en la misericordia de Dios y saben que Dios es Padre, que Dios perdona siempre y lo perdona todo. El segundo lo siguen aquellos que se refugian en su propia esclavitud, en su propia rigidez y no saben nada de la misericordia de Dios.
Ante estas afirmaciones merece la pena pararse a pensar que en qué camino de los dos estamos cada uno de nosotros ¿En el de la esperanza o en el de la esclavitud? Tenemos varios meses por delante para vivir la misericordia en nuestro propio entorno, para elegir el buen camino, para sentir que Jesucristo es el rostro de la Misericordia. Y la mejor forma de hacerlo es poniendo en práctica las obras de Misericordia, y sin olvidar que somos carne, y que las obras de Misericordia corporales son importantes, creo que deberíamos esforzarnos por tener muy presente las siete obras de Misericordia espirituales, por ser éstas, en mi opinión, más difíciles de realizar:
1. Enseñar al que no sabe: Es importante ayudar a los hermanos, enseñarles a realizar por ellos mismos aquello que no saben, pero también en temas religioso. Por ello debemos enseñarles a orar, a perdonar, a compartir, a ser hermanos de sus hermanos.
2. Dar buen consejo al que lo necesita: Uno de los dones del Espíritu Santo es el don del consejo. Por ello debemos estar en sintonía con Dios para poder aconsejar bien a quien lo necesite, al igual que nosotros debemos contar con un director espiritual que nos aconseje.
3. Corregir al que se equivoca: Cuantas veces nos hemos enfadado con amigos porque nos recriminan el habernos equivocado. A nadie le gusta que se rían de él. Debemos tener mucho amor fraternal cuando corrijamos los errores de otros.
4. Perdonar al que nos ofende: Hasta setenta veces siete, le dijo Jesucristo a Pedro que debería perdonar. Recordemos que en el Padrenuestro decimos “perdona nuestras ofensas, cómo nosotros perdonamos…” es la condición que nos pone nuestro Padre.
5. Consolar al que está triste o dolorido: “Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados”. Dios se vale de nosotros para consolar a los demás. Hagamos llegar la Palabra de Dios a quien esté triste, para que le sirva de bálsamo espiritual.
6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo: Qué fácil es ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro. Debemos tener paciencia sobre todo con los niños y los ancianos.
7. Rogar a Dios por los vivos y los difuntos: Cada oración es una intercesión por aquellos que ya no están entre nosotros. Oremos unos por otros para mantener viva nuestra fe.
Vivamos pues cada uno de nosotros con verdadero gozo este año Jubilar y descubramos la presencia de Dios y su ternura de Padre y que la alegría al atravesar la Puerta de la Misericordia de nuestra ciudad, se una al compromiso de acoger y testimoniar un amor que va más allá de la justicia. Un amor del que somos responsables, a pesar de nuestras contradicciones humanas. Y como nos invita el Santo Padre, oremos por nosotros y por todos aquellos que atravesarán la Puerta de la Misericordia, para que podamos comprender y acoger el infinito amor de nuestro Padre celestial, que transforma y renueva la vida.