Vivir de veras con Cristo vivo

Jesús Resucitado

Luis Mª Mendizábal | El hombre vivía en la intimidad de Dios, Dios era su amigo. Aquel designio primitivo de Dios fue roto por el hombre con su pecado. La opción que el hombre realizó le arrancó del paraíso, rompió esa relación de intimidad con Dios y “se alejó de la casa paterna”. La Redención consiste en eso: volver al hombre al designio original, pero de una manera más maravillosa, más íntima y más delicada. La Iglesia canta el Sábado Santo: “Dichosa la culpa que mereció tener tal [y tan grande] Redentor”.

Redentor del hombre, redentor del mundo

El mundo no era bueno en sí mismo. Lo era porque estaba unido a la fuente de la sabiduría y de la bondad, que es Dios. La creación hecha por Dios estaba unida a Él, y por eso era buena. La bondad, el bien, tienen su fuente en la sabiduría y en el amor.

Al pecar, se rompe esa bondad. No diríamos que “era malo”, porque tampoco es malo en sí mismo. Pero se rompe esa dependencia de la sabiduría y justicia.

Y cuando viene Jesús, el mundo visible creado por Dios para el hombre -por eso es Redentor “del mundo”, no sólo “del hombre”- adquiere de nuevo el vínculo original con la fuente divina de la sabiduría y del amor, y por eso se vuelve a hacer bueno, se ordena de nuevo por Cristo, Cristo lo une a la sabiduría, justicia y santidad de Dios, salva también a ese mundo, lo redime, es Redentor también del mundo, es una “creación nueva”, ha renovado la creación. Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito (Jn 3,16). Así como en Adán quedó roto este vínculo, así en el Hombre- Cristo ha quedado unido de nuevo.

Dios haciéndose hombre ha entrado en la historia de la humanidad: Dios se ha unido al hombre, se ha hecho uno de nosotros, porque es Dios-Hombre verdadero. Dios tiene historia, en el hombre, en el Dios-Hombre. Es uno de tantos millones y millones, y al mismo tiempo único, porque es el Hijo de Dios.

La Redención es un rescate, sacar de una situación de esclavitud a una relación de amor. Es tal el amor que el Señor nos tiene que nos quita el pecado tomándolo sobre sí: es lo que constituye la obra de la Redención.

“Mi” Redentor

Juan Pablo II tuvo la intuición -guiado sin duda por el Espíritu Santo- de llegar a lo que debe ser la raíz de toda reforma de la Iglesia: la familiaridad con el misterio de la Redención, con Cristo Redentor del hombre. Ese “del hombre” quiere decir que Cristo no es Redentor “de la humanidad” simplemente, sino “de cada hombre”: “Cristo, mi Redentor”. Esto es lo que cada hombre tiene que llegar a asimilar, y a través de esa asimilación, a través de esa vida recibida de Cristo Redentor, por la fe en Cristo Redentor, por la aceptación del fruto de la Redención que es el don del Espíritu Santo, tiene que irradiarlo a toda la sociedad. De ahí tiene que venir la elevación, la renovación, la nueva creación del mundo entero. Porque Cristo es el centro del cosmos y de la historia: del cosmos universal, de la historia de la humanidad, de mi cosmos y de mi historia, de cada hombre, para así serlo de todos.

El orden de la renovación del mundo, dice el Papa Juan Pablo II en la Redemptor Hominis, es este: no desde las estructuras al hombre, sino desde el hombre con el corazón del misterio cristiano, con el Corazón de Cristo. Este es el enfoque que él quiso dar a todo lo que luego ha ido desarrollando en el proceso de la reforma de la Iglesia.

En la Redención se nos revela el plan de Dios para con cada uno en particular, el misterio de su amor personal: a medida que nos adentramos en su Corazón, si verdaderamente nos dejamos llenar de la luz de este misterio, toda la vida se nos vuelve luminosa. El Corazón de la Redención es el Corazón de Cristo.

Vivir de veras con Cristo vivo

Estoy persuadido de que el gran camino de la salvación es entrar en el Corazón de Cristo. Porque es verdad que hay mucha gente que habla de Cristo; pero hay que ver cómo se manipula a Cristo cuando se le considera sólo en su imagen exterior, cuando se le considera sólo en sus palabras exteriores. Cuando nosotros insistimos en entrar en el misterio del Corazón de Cristo queremos decir esto: que lo que se nos revela aquí no es una visión más o menos poética de Cristo.

Por esa línea va una especie de humanismo cristiano en el que nos detenemos demasiado en lo atrayente de la vida humana. Todo esto es un aspecto poético e interesante de la vida humana, pero no es de ninguna manera la salvación. Lo que nos revela la grandeza del cristianismo es el Corazón de Cristo. El misterio del Amor de Dios revelado en Cristo, el amor personal, el misterio incomprensible de un Dios que entrega a su Hijo por nosotros y que se entrega a sí mismo en la Cruz por nosotros.

La revelación supone un amor manifestado, una unión con cada hombre, que supone encarnarse y redimir; la Redención sobre todo es una reconciliación con el Padre, es una expiación: sólo Él ha dado satisfacción al amor eterno del Padre: Él ha respondido al amor paterno de Dios: la paternidad de Dios se reveló primariamente en la creación, en la creación del hombre y en su elevación al orden sobrenatural. Dios le reveló su paternidad, amando al hombre como hijo.

En el misterio de la Redención el hombre en cierto modo es nuevamente creado. Es una obra de la omnipotencia redentora de Dios, Dios lo enriquece todavía más, es una nueva creación. Es creado de nuevo: ya no es judío ni griego, esclavo ni libre, no es varón ni mujer, si que todos son uno en Cristo Jesús.

La nueva creación que Cristo nos ofrece no consiste, pues, en el seguimiento de una serie de observancias y normas impuestas exteriormente a mi libertad, sino que esencialmente es una vida verdadera con Cristo vivo, de corazón a corazón; desde dentro del hombre Dios a lo más hondo del hombre querido por Él: hablar del Corazón de Cristo es hablar de Jesús resucitado vivo, de Corazón palpitante, que ahora es cercano a nosotros, que ahora nos estima, nos quiere, se interesa por nuestra vida, establece con nosotros unas verdaderas relaciones de amor. ¡Jesucristo resucitado está vivo! Dicho de otra manera, el cristianismo no es una serie de observancias, con el recuerdo de fondo de un Cristo que pasó, sino una vida verdadera con Cristo vivo ahora, de corazón a corazón.

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