Tiempos fuertes

Corona de Adviento
Fotografía: Iglesia en Valladolid (Flickr)

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | A lo largo del año litúrgico nos encontramos con diferentes tiempos litúrgicos que nos ayudan a penetrar con intensidad en la celebración del misterio cristiano, en el conocimiento de Jesucristo y aplicarlo a nuestra vida. Contamos con los momentos centrales, Navidad y Pascua y previo a estos dos, como preparación a estas grandes fiestas vivimos el Adviento y la Cuaresma. El resto del año es el tiempo Ordinario. Pues bien los tiempos de preparación, el Adviento y la Cuaresma se conocen como tiempos fuertes. Fuertes porque nos preparan a algo grande, majestuoso, glorioso. Y exige de nosotros una entrega, una dedicación especial, un trabajo fuerte para poder luego vivir con desbordante alegría el Nacimiento de Cristo y su Resurrección.

Ahora estamos en Adviento, un tiempo fuerte que nos acerca hacia la Navidad. Y como tiempo fuerte que es entre otras actividades importantes se encuentra la oración, fundamento de todo lo que conlleva este periodo del año litúrgico: retiros, confesiones, comentarios bíblicos, etc.

Pues bien, en la vida de oración podemos llamar tiempo fuerte a la oración contemplativa. La oración de contemplación nos mete de lleno en el trato y conocimiento de Cristo. ¿Qué mejor que contemplar las escenas de la Navidad para darnos cuenta del amor inmenso que nos tiene el Padre al darnos a su Hijo?

Eso es precisamente la oración de contemplación. Nuestra vida interior se fortalece porque nos centramos en buscar la voluntad del Padre con la presencia del Espíritu Santo. Entramos en nosotros y en viva fe nos encontramos con ese Niño que nace para darnos vida y salvarnos. Es fe, es vida interior, es quedarnos asentados en el Amor de modo especial: perpetuamente.

Orar en Adviento es contemplar el Misterio, es vivir el amor, es abrirnos a la esperanza de la venida de Aquel que nos muestra un camino sencillo, directo, abierto a la trascendencia divina para gustar el cielo. Eso es el tiempo fuerte, preparación y oración para vivir sin perder detalle la gracia más grande que puede vivir un ser humano: experimentar que Dios mismo se hace carne para entrar en nuestro corazón donde quiere quedarse para siempre.

¡Abramos las puertas al Niño! ¡Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo! ¡Abramos nuestro ser al Padre de la misericordia! ¡Seamos niños, caminemos con confianza y veremos las maravillas que Dios puede obrar en nosotros! Un ejemplo maravilloso lo tenemos en Santa Teresita del Niño Jesús en esa noche de Navidad donde su vida cambia al encontrarse de verdad con Dios, recuperar la fortaleza de su alma y empezar a vivir desde el amor:

“Jesús, el dulce Niñito recién nacido, cambió la noche de mi alma en torrentes de luz […] Se secó la fuente de mis lágrimas […] Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando recibí la gracia de salir de la niñez, en una palabra, la gracia de mi total conversión. Volvíamos de la Misa del Gallo en la que yo había tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso […] Jesús quería hacerme ver que ya era hora de que me liberase de los defectos de la niñez […] Aquella noche de luz comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo. La obra que yo no había podido realizar en diez años Jesús la consumó en un instante […] Entró la caridad en mi corazón junto con la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz!” (Historia de un alma, Manuscrito A 44vº-45vº).

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