Rabietas

Rabieta
Fotografía: Eduardo Millo (Flickr)

Silvia Alonso Herrarte, Psicología con Alma | De forma muy frecuente me encuentro en consulta con padres que quieren que sus hijos dejen de tener rabietas, ¡los terribles tres años! Esto es completamente comprensible, se trata de una época agotadora en la crianza. No se sabe ni cómo ni porque, pero por más que lo intentamos el pequeño termina en explosión.

Como profesional para mi es fundamental que los padres comprendan que las rabietas forman parte del proceso evolutivo de los niños, es más son necesarias. Comienzo por darlas el nombre adecuado Desbordes Emocionales, la palabra Rabieta esta cargada de connotaciones negativas, que lejos de ayudar dificultan más el proceso. No se trata de una situación que el niño pueda evitar o manejar de una mejor manera, nada más lejos de la realidad. Los desbordes emocionales o rabietas tienen lugar porque el niño no tiene completamente desarrollada la corteza cerebral en particular la corteza prefrontal, que es la encargada de gestionar las emociones y tolerar la frustración. Esta parte de la corteza cerebral no termina de desarrollarse hasta aproximadamente los 6 ó 7 años. Curiosamente en esta edad los niños no suelen tener rabietas, ya que han adquirido la capacidad y las herramientas necesarias para poder gestionarlo.

Os explico con más detalle que ocurre durante este proceso. Cuando nuestro pequeño de tres años quiere algo y por las circunstancias que sean no podemos dárselo, se frustra, se enfada. Con esta edad su corteza prefrontal no esta desarrollada y no puede gestionar las emociones que le están aflorando. Al no ser maduro a nivel cerebral, su sistema límbico, la amígdala toma el control, teniendo lugar un secuestro emocional. Esta parte del cerebro es la que actúa cuando tiene lugar un peligro. El niño comienza a chillar, patalear, no para conseguir lo que quiere, sin para poder regularse a nivel emocional. Aquí entran la cantidad de connotaciones negativas asociadas a las rabietas: “lo hace para manipularte”, “míralo, llora hasta que lo consigue”. Estas creencias hacen que no acompañemos a nuestros hijos desde el respeto y que en muchas ocasiones lo tratemos de forma violenta. Nuestro hijo necesita todo lo contrario, al no poderse regular él solo por su inmadurez cerebral necesita de nosotros para volver a la calma. Tenemos que actuar como un regulador externo, haciendo que nuestra tranquilidad lo vaya regulando. Es fundamental acompañarlo en estos momentos para que pueda adquirir las herramientas que en un futuro van a permitir que él solo pueda gestionase y volver a la calma sin necesidad de perder el control. Algo que por desgracia no abunda en los adultos actualmente, a la mínima pierden el control y explosionan como niños de tres años. Cada vez que yo acompaño a mi pequeño en esos momentos permito que su cerebro cree nuevas conexiones entre el sistema límbico y la corteza cerebral. Estas conexiones son las que lo permitirán gestionarse en un futuro.

Por lo tanto, es fundamental entender que las rabietas tienen lugar porque el sistema cerebral del niño es aun inmaduro. No hay ninguna intención de manipularnos, ni pueden gestionarlo de otra forma. Lo más importante es acompañarlos desde nuestra calma y en el momento que el niño nos lo permita abrazarlo para que pueda regularse.

Anterior

La Iglesia no es sólo números

Siguiente

Decálogo del Corazón Vivo de Jesús