«Quien tenga sed que venga a mí» (I)
«Quien tenga sed que venga a mí y beba el que cree en mí. De su interior brotarán ríos de Agua Viva» (Jn 7,37-39) (I)
1. El origen de un desarrollo
El gran estudioso jesuita de los Santos Padres, Hugo Kahner, afirma que los Padres y teólogos desde san Agustín y san Cirilo de Alejandría hasta san Pedro Canisio hablan de la fuente de las aguas vivas (de la caridad) tomando su fuente del costado de Cristo1. Con esto los Padres quieren decir que el Espíritu fue derramado sobre la humanidad porque quien poseía el Espíritu en toda su plenitud había inmolado su Corazón. Como resultado directo, la Iglesia y todo lo que ella es (es decir, los sacramentos y la vida de gracia) fluyen del Corazón de Cristo como obra del Espíritu Santo. Debido a esta verdad, el ascetismo y el misticismo en la Iglesia se han nutrido constantemente de la referencia que nos da san Juan del agua que fluye del costado de Cristo. Se puede decir verdaderamente que la historia temprana de la devoción es una historia de la interpretación de la siguiente frase de san Juan: «De su corazón (koilía) brotarán ríos de agua viva» (Jn 7,38). Iremos trazando la historia de esta espiritualidad tal como se encuentra implícitamente en los escritos de los Padres, a través de sus diversas etapas de desarrollo, que culminan en las revelaciones dadas a santa Margarita María Alacoque.
La época de los Padres de la Iglesia coincide generalmente con el primer milenio cristiano. Dividiremos este período en dos secciones: del siglo II al VI; y del siglo VII al XI. Todo este período vio el desarrollo de los elementos básicos que se convirtieron en los temas recurrentes de la espiritualidad del Sagrado Corazón.
La base de la enseñanza de los Padres, como hemos mencionado, son sus declaraciones sobre la noción bíblica de la fuente de aguas vivas que fluyen del costado herido de Cristo (Jn 7,37-39; 3,23; 19,33-38). El Espíritu es dado al hombre a través de la muerte de aquel Hombre que poseía la plenitud del Espíritu. El Espíritu produce la Iglesia, los sacramentos y la vida de gracia. Con un énfasis especial los Padres ven a la Iglesia que ha sido formada del costado de Cristo al morir en la Cruz, igual que Eva fue formada del costado de Adán mientras dormía. Los Padres no se detienen en una discusión «intelectual» de este acontecimiento, sino que pasan inmediatamente a sus implicaciones para la vida espiritual: el cristiano debe extraer las aguas de esta fuente celestial y acercarse a través de la puerta de su costado.
Jn 7,37-39 presenta un problema célebre de puntuación. La Vulgata nos hizo familiares con la lectura según la cual el corazón del creyente se vuelve fuente de agua viva:
Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que crea en mí, como dice la Escritura,
de su seno (koilia) correrán ríos de agua viva.
Hugo Rahner mostró que esa lectura tiene su origen en Orígenes, y se transmitió gracias a muchos Padres griegos y latinos, especialmente a san Ambrosio y san Agustín, cuya influencia actuó sobre toda la tradición occidental. Mediante una precisa investigación, el P. Hugo Rahner consiguió mostrar que los padres griegos más antiguos se sirvieron de otra lectura, en la cual el Corazón se indica directamente cómo la fuente de agua viva, como la fuente del Espíritu:
Si alguno tiene sed, venga a mí,
y beba el que crea en mí.
Como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.
Esa lectura más antigua la llama él la lectura «efesina», en oposición a la lectura «alejandrina» de Orígenes. Aunque los representantes de la lectura efesina son menos, la autoridad de Hugo Rahner es tan grande que cree haber hallado la lectura auténtica de ese pasaje, de gran importancia para el estudio bíblico y teología del Sagrado Corazón.
1.1 Interpretación de la Escuela de Éfeso
«Quien tenga sed que venga a mí y beba el que cree en mí. De su interior brotarán ríos de agua viva» (Jn 7,37-39).
Según esta tradición, las aguas vivas fluyen del seno de Cristo.
Efectivamente, algunos interpretan el versículo de Juan como aplicado al Corazón de Cristo.
«Una corriente fluye en ese Paraíso / es el corazón de Cristo/ y parten de allí cuatro ríos / los cuatro evangelios / que bañan toda la tierra… y santifican a todos los que en Él han creído»2.
Un primer testigo claro para la lectura efesina de ese texto es Hipólito de Roma (170-235), en su comentario de Dn 1,17 (el más antiguo existente, antes de los comentarios de Orígenes: año 204 d.C.). Fue un sacerdote de cierta importancia en la Iglesia de Roma. Se exilió a Cerdeña con el papa san Ponciano y murió mártir por la fe. Hipólito recibió esta interpretación de san Ireneo, que se había formado con Policarpo de Smirna, discípulo directo del Apóstol Juan, y había oído las palabras de sus labios. Ireneo nació en Esmirna, y, llegó a ser obispo de Lyon en Francia. Después de escribir varias obras contra los errores del gnosticismo, murió mártir por la fe. Nos da la primera referencia al misterio del Corazón de Cristo. Para Ireneo, el agua (el Espíritu Santo) nos brota directamente de Cristo. La Iglesia es el canal de agua viva que nos fluye hacia notros desde el Corazón de Cristo. Dice san Ireneo:
Pero el Espíritu Santo está en todos nosotros, y Él es aquella agua viva, que el Señor dispensa a todos los que le creen como El manda3.
Y en otra parte:
La Iglesia es la fuente de agua viva que mana para nosotros del Corazón de Cristo. Donde está la Iglesia, allá está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allá está la Iglesia y toda gracia. Pero el Espíritu es verdad. El que no participa en este Espíritu, no recibirá ningún alimento ni vida en el seno de nuestra Madre Iglesia, ni puede beber en la fuente cristalina que brota del Cuerpo de Cristo4.
El simbolismo de los Padres es muy libre: «Cristo sufre y da su vida; está clavado y sin embargo es la fuente de agua viva. Esta agua es el Espíritu», dirá san Ireneo5.
En otro texto, siguiendo la doctrina paulina de Cristo-roca, Ireneo afirma que el agua que brotaba de la roca apagaba la sed de Israel en el desierto:
«Así como la roca dio agua para beber a los judíos sedientos en el desierto, la Roca que era Cristo Jesús ahora da a los creyentes para beber las aguas espirituales que conducen a la vida eterna»6.
San Hipólito nos trasmite que los cristianos de Roma tenían la devota costumbre diaria, al atardecer, de meditar sobre la herida del Costado del Señor:
«»Se hará también, una profunda plegaria y una excelsa alabanza a la novena hora». Puesto que a esta hora Cristo fue atravesado en su costado por la lanza y salió sangre y agua…»7.
Y en su comentario al profeta Daniel escribe:
«Esta corriente de las cuatro aguas que fluyen de Cristo la vemos en la Iglesia. Él es la corriente de aguas vivas, y es predicado por los cuatro evangelistas. Fluyendo sobre toda la tierra, santifica a todos los que creen en él. Esto es lo que el profeta anunció con las palabras: «Las corrientes fluyen de su corazón (koilia)»»8.
Normalmente se mantiene que la alusión al «profeta» expresa una antigua tradición que se remonta a Éfeso. Esta tradición vea a Juan evangelista como el «profeta».
También puede consultarse el texto de De montibus Sina et Sion, de autor desconocido del siglo III, donde leemos:
«…Tu ley está en medio de mi corazón. Por ello fue traspasado Cristo y de su costado se derramó el brevaje de la sangre y el agua. De Él se formó la santa Iglesia…»9.
La enseñanza predicada por san Ireneo de Lyon encuentra una expresión continua en parte de la Actas de los Mártires de Lyon y Vienne. En este escrito fragmentario, conservado por Eusebio de Cesarea, se informa de un diácono llamado Sanctus:
«Él mismo permaneció inflexible e inquebrantable, fuerte en su confesión de fe, refrescado y fortalecido por el manantial celestial de agua viva que sale del Corazón de Cristo»10.
El mártir Sanctus contempla aquí la visión del Cristo glorificado, la roca celestial de cuyo interior fluye la fuente de gracia.
Esta teología, bien conocida en Asia Menor, se halla también en la antigua Iglesia africana.
Un ejemplo es san Cipriano (200-258). Nació en Cartago y se convirtió al cristianismo. Finalmente llegó a ser obispo de su ciudad. Murió mártir por la fe. En una de sus cartas escribe:
«¿Puede el que no está dentro de la Iglesia beber agua de las fuentes de la Iglesia?… El Señor clama que todo aquel que tenga sed venga y beba los ríos de agua viva que han fluido de su seno»11.
También está presente en algunas obras antiguas de España:
Cuando el pueblo sufría sed en el desierto, Moisés batió la roca con su vara, esto es con madera, y brotaron ríos de agua. Así fue prefigurado el misterio del bautismo. Porque la roca es el símbolo de Cristo, como lo dice el Apóstol: Bebían de la roca espiritual que les seguía. Pero la roca era Cristo. Por eso, no cabe duda, esa roca fue el símbolo de la carne del Señor, que fue batido con la madera de la Cruz, y ahora dispensa agua viva a todos los que tienen sed. Así está escrito: De su seno correrán ríos de agua viva12.
Aunque san Ambrosio, el gran obispo de Milán (339-397), que bautizaría a san Agustín, fue gran seguidor de Orígenes (de la Escuela alejandrina) alguno de sus textos recogen la línea de pensamiento que estamos tratando. Comentando el salmo 33, Ambrosio recoge esta bella oración interpretando el pasaje de Jn 7,37-38:
Bebe de Cristo, porque Él es la roca donde brota el agua.
Bebe de Cristo, porque Él es la fuente de vida.
Bebe de Cristo, porque Él es el río cuya corriente trae alegría a la ciudad de Dios.
Bebe de Cristo, porque Él es paz.
Bebe de Cristo, porque de su seno corren ríos de agua viva13.
Apolinar de Hierápolis, obispo en la región de Frigia (160-207), habla de esa unidad de lo divino y lo humano que estaba en la sangre redentora de Cristo y también en el don del Espíritu Santo:
Es Cristo quien se ha dejado traspasar su costado, es él quien ha dejado fluir de su costado herido las dos corrientes que hacen nuevas todas las cosas: agua y sangre, es decir, logos y neuma, palabra y espíritu14.
Hugo Rahner afirma que este texto representa la misma visión que san Juan tuvo en el Apocalipsis que revela al cordero degollado como la fuente de agua viva (Apoc 7,17; 22,17)15.
Anticipando lo que todavía deberemos decir sobre el período patrístico, utilizamos palabras también de Hugo Rahner:
«se puede resumir la historia de la teología patrística acerca de la herida del costado de Cristo, con este tema: fons vitae. Según san Justino (lo vimos en nuestra entrega anterior) y san Ireneo, del traspasado interior de Cristo, y de san Juan al beber en el pecho del Señor, sale una ininterrumpida tradición de ideas y expresiones. Precisamente la forma actual de la devoción al corazón de Jesús, en el modo de expresarse de la liturgia, ha retrocedido a ese concepto tan profundo de la teología primitiva a base de la antigua devoción. De este modo la prehistoria de la devoción al Corazón de Jesús desemboca de nuevo en su mismo punto de partida. El “manantial del corazón de Cristo” del que hablaron los profetas, que prometen a Jesús como agua viva, la cual ha derramado a través de su costado sobre la Iglesia, brota de nuevo y se extiende por toda la tierra como la oración de la única y santa Iglesia»16.