El dolor a ojos de Dios

Cruz junto al mar

Beatriz Olivares López | A veces, nuestro anhelo humano pretende transformar este mundo en uno celestial ajeno a todo dolor existente. No obstante, ¿cómo sería el mundo sin dificultades? ¿Qué tipo de personas seríamos al no tener que tomar decisiones ni estuviéramos presionados a ser más fuertes? ¿Y si no necesitáramos luchar? Si esto sucediera, no conoceríamos, sin duda, la inmensa capacidad de los seres humanos de fortalecernos en favor de aquellos a quienes amamos, sorprendiéndonos incluso a nosotros mismos.

Pensemos en la joya más preciosa del mundo, sin someter el oro al calor atroz del fuego no lograríamos un resultado tan deslumbrante. Sin esfuerzo, tampoco disfrutaríamos de los preciosos colores de las mariposas, pues el gusano no se desarrollaría. Dejaría de existir el mundo tal y como lo conocemos.

Nosotros, por otro lado, nos convertiríamos en seres fríos, pues no sentiríamos empatía ni compasión, al no tener de qué compadecernos. De esta manera, no construiríamos relaciones fuertes y verdaderas porque estar en los momentos buenos es fácil y son muchos los que nos rodean, ¿verdad? En cambio, en las situaciones difíciles se necesita a personas luchadoras que iluminen a los demás con su fortaleza, constancia y optimismo. Debemos tener en cuenta que esas podemos ser tú o yo pues, aunque no somos perfectos, nos levantamos tras cada caída de la mano de Cristo Resucitado.

El resultado de esta reflexión es el papel del sufrimiento en nuestras vidas: nos da forma y desarrolla como personas. Pensemos en la Cruz, el mayor símbolo de distinción entre los cristianos porque, a través de este dolor desgarrador, Dios manifestó el Amor que nos profesa en su grado máximo. Tenemos por seguro que Él no quiere que nos sintamos así, pero sí desea nuestra felicidad y madurez y que aprendamos a tener criterio, luchando por lo que queremos. A su vez, nos da libertad para que, voluntariamente, nos unamos al dolor que siente cada Eucaristía, entregando su vida por nosotros y para que, al igual que Él, transformemos nuestro sufrimiento en el amor más puro que haya existido.

El πάθος (‘sufrimiento’ en griego), en literatura, hace referencia a la principal atracción del lector en la obra, dando a entender que ese dolor es el que mueve la acción y le da sentido. El poeta inglés William Cowper ya dijo: «el dolor es, él mismo, una medicina». A veces no podemos controlarlo, pero sí transformarlo para dar luz a los demás. Cuando las circunstancias se nos escapen de las manos, miremos a los ojos de quiénes tenemos más cerca y bendigamos ese sentimiento que nos llena de amor por los demás y nos une de un modo especial a ellos.

Anterior

"Quien tenga sed que venga a mí" (I)

Siguiente

Marcelino de la Paz S.J., apóstol contemporáneo del Corazón de Jesús en Valladolid