Peregrinar a Santiago: búsqueda y encuentro
, Presbítero
Interrogantes para el camino
Podríamos comparar nuestra vida a una peregrinación. La vida de todo ser humano es un camino que tiene un inicio y un final, y en el que van apareciendo dificultades y sinsabores, pero también la posibilidad de divisar bonitos paisajes y encontrar las fuentes cristalinas que sacian nuestra sed para el camino. La meta es lo que nos anima a seguir adelante, siempre con pie firme, y jamás desanimándonos por todo lo que el camino nos vaya deparando. La compañía: el Señor y los que Él va poniendo a nuestro lado. Y por supuesto, el equipaje muy ligero, para poder dar pasos adelante sin ninguna carga pesada que nos lo impida. Nuestra existencia es dinámica, somos peregrinos, y caminamos hacia una meta común que es la vida eterna. Y esta meta es la que nos permite arriesgar, vencer dificultades, eliminar miedos, y avanzar por la senda elegida sabiendo que no quedaremos defraudados.
Muchos son los que realizan el Camino de Santiago en algún momento del año, queriendo vivir en ese tiempo de peregrinación una experiencia que en realidad dura toda nuestra vida. ¿Vivimos nuestra vida como un verdadero peregrinar? ¿Nos tomamos en serio el gran don de la vida que Dios nos ha regalado?
Un camino de búsqueda y encuentro
Son muchos los que desde hace años se ponen en camino para realizar una andadura que, sin ninguna duda, evoca la peregrinación de nuestro vivir: el Camino de Santiago. Se trata de una ruta que tanto peregrinos de España como del resto de Europa realizan para llegar a la ciudad de Santiago de Compostela, y allí poder venerar las reliquias del apóstol Santiago, uno de los elegidos por Jesús para que estuviera con Él y después saliera a anunciar su buena noticia de salvación a todos sus contemporáneos.
Ponerse en camino significa salir de uno mismo, y estar dispuesto a emprender la ruta a pesar de las dificultades y los pesares de la marcha. Supone disponerlo todo para estar fuera de casa durante un tiempo, y dejar de lado todo aquello que nos estorba para caminar y no nos ayuda a lograr el objetivo marcado, buscando en todo momento aires nuevos y energías renovadas que transformen nuestro ser y nuestro vivir. Esto es precisamente lo que la mayoría de los peregrinos buscan en su camino hacia la ciudad compostelana: salir de uno mismo para encontrarse con el que se ha entregado por nosotros.
La vida de Jesús fue una continua vida de pro-existencia, es decir, de vivir desviviéndose por los que el Padre le había dado. Y esto mismo es lo que la peregrinación de nuestra vida nos pide: vivir en continua entrega al que se ha entregado por nosotros en la cruz y que aparece reflejado, de manera concreta y visible, en los que tenemos al lado. Peregrinar a Santiago es estar dispuesto al encuentro con el totalmente Otro y los otros; es encontrarse con uno mismo para, en lo profundo del corazón, descubrir que Dios nos habita; supone vencer dificultades y romper monotonías; es ánimo y aliento para saciar nuestra sed en el que es fuente de vida, y nos interpela a salir de nuestra comodidad para tomarnos la vida en serio, como un auténtico peregrinar hacia la vida del cielo. Caminar hacia Santiago de Compostela es caminar hacia la búsqueda y el encuentro. Muchos peregrinos buscan el encuentro con la naturaleza; otros buscan un ámbito en el que poder reflexionar, poner en orden su vida y hacer nuevos amigos; muchos realizan el camino para cumplir una promesa hecha, o simplemente hacer un sacrificio especial; también un gran número de peregrinos caminan como aquellos discípulos de Emaús, junto al Maestro, y aprovechan ese itinerario para encender su corazón y renovar su fe… La búsqueda de cada uno es diversa, sin embargo, todos tienen la experiencia de un encuentro. La búsqueda les lleva al encuentro insospechado de algo o de alguien que les transforma la vida.
La corona merecida
San Pablo, en la segunda carta dirigida a Timoteo, escribe unas palabras preciosas, que quizá puedan ayudarnos: He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día. Estas palabras del apóstol, podrían ponerse en boca de todo aquel peregrino que, en búsqueda de Dios, se pone en camino hacia Santiago. La senda que lleva hasta la meta es un verdadero combate. Lo importante es mantenerse en la brecha, para llegar al Monte del Gozo y desde allí poder divisar la Catedral que alberga las reliquias del santo. ¡Qué alegría se produce en los peregrinos cuando llega este momento! ¿Acaso hay algo más precioso que salir victorioso de un combate? El encuentro con el apóstol, la oración silenciosa y emocionada ante sus reliquias, la reconciliación con Dios en el sacramento de la confesión, la participación en la Misa del peregrino y el fuerte abrazo al santo en aquella Catedral compostelana, son imágenes y vivencias que nunca se borran. Peregrinar a Santiago es realizar un camino de fe, esperanza y amor, y en el que se hace patente que nuestra vida es un caminar diario hacia la meta definitiva: el cielo.