María, la primera discípula de Cristo
Mons.
, Obispo de San Sebastián | En Jesús encontramos un descubridor de la dignidad de la mujer. El icono y la imagen de esa dignidad descubierta está en la propia María. En esta revolución que hace Dios de la mujer a través de María nos recuerda algo importantísimo, que la mujer puede realizar esa revolución de dignidad y de liberación en dos dimensiones: en el matrimonio y en la virginidad. Y las dos son sublimes. Esa dignidad de la mujer se expresa tanto en el matrimonio como en la virginidad.La Virgen María nos enseña a entender que la mujer se encuentra a sí misma dando amor a los demás. Presente y partícipe de tantos problemas de las vidas familiares y de las vidas personales, socorriendo a los seres humanos en una lucha incesante por el bien, contra el mal, he ahí como María nos enseña a entender plenamente cuál es la dignidad de la mujer.
Su santidad Pablo VI, en la encíclica Marialis cultus, nos recordó que no se trataba de una imitación literal de las circunstancias en las que María vivió su ser mujer. Pablo VI dice: «Ante todo, la Virgen María ha sido propuesta por la Iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y, tanto menos, por el ambiente socio-cultural en que se desarrolló».
En un artículo anterior hablé de ese grupo de mujeres que en Nueva York, hace un siglo, vivió unas circunstancias laborales dramáticas. Lógicamente, su contexto cultural es totalmente distinto al de la Virgen María, pero no importa. El modelo de María transciende las circunstancias histórico-sociales. La clave está en que ella acogió la Palabra, la puso en práctica y su acción estuvo animada por la caridad y el espíritu de servicio. Y eso la hace modelo para todas las generaciones, que están en circunstancias bien distintas. Ella fue la primera y más perfecta discípula de Cristo y eso sirve para las mujeres de todos los tiempos.
La mujer contemporánea puede constatar que María de Nazaret, aun habiéndose abandonado a la voluntad de Dios, no es un modelo meramente pasivo. Algunos hablan de pasividad y de una religiosidad alienante. Ni mucho menos. Ella no dudó en proclamar que Dios es reivindicador de los humildes y de los oprimidos, en esa oración del Magníficat. Vemos no un modelo de una mujer sin personalidad, alienada, sino todo lo contrario. Vemos una mujer que es valiente, reivindicando a los humildes y oprimidos frente a los poderosos de su tiempo. Proclama: «derriba del trono a los poderosos».
María es una mujer cuya fe fue determinante para la primera comunidad apostólica formada por aquellos doce apóstoles, que necesitaron ser convocados por ella para poder recibir el don del Espíritu. Muy lejos de ver en María una imagen acomplejada, la realidad es diferente. Vemos una mujer recia, de carácter fuerte, que es todo un modelo para la mujer de todos los tiempos. Si Jesús es imagen del hombre nuevo, de María habría que decir que es imagen de la mujer nueva. Comprendemos la dignidad de la mujer a la luz de María y, por eso, la proclamamos en el Ave María: «bendita tú entre todas las mujeres».