En comunión con la Santa Madre de Dios (XX)

Virgen de la faja
Virgen de la faja (Bartolomé Esteban Murillo)

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | Los armenios, que se glorían de ser la primera nación que abrazó la fe cristiana, cantan: «Oh Madre y Virgen, sierva de Cristo, que eres para siempre abogada del mundo. Todas las naciones te bendicen. Paloma purísima, esposa celestial. María, templo y trono de Dios». Todas las naciones la bendicen, también algunos teólogos protestantes. Incluso los mahometanos, con el Corán en la mano, rezan así: «Oh, María, Dios te ha elegido y te ha purificado, te ha escogido por encima de todas las mujeres del mundo».

Cuando el Avemaría dice «Bendita eres tú entre todas las mujeres» hay que decir sí. Bendita y bienaventurada por haberse dado a Dios totalmente y sin demora. Sin límites, sin retroceso y con todo su amor. María es totalmente de Dios y para siempre. Bendita entre todas las criaturas, entre todos los hombres y entre todas las mujeres. Ella es la que ha estado más cerca de Jesús y por Jesús en Dios, porque Dios habita plenamente en Jesús. Una plena adhesión de su alma al deseo de Dios ha hecho bendita a María.

El Avemaría se refiere al género femenino. Identifica obviamente a María, pero específicamente como mujer, lo cual también es un gran don. Es el don de que, en esta oración del Avemaría, María sea propuesta como modelo de la dignidad de la mujer. Es algo muy importante. Somos conscientes de que en este momento existe una sensibilidad grande por la dignificación de la mujer, con riesgos graves también, porque determinadas corrientes feministas hacen un flaco favor en su manera de enfocar las cosas en pro de la dignidad de la mujer. Pero el hecho de que exista un feminismo radical ligado a la ideología de género, no quiere decir que nosotros tengamos que reaccionar en el polo opuesto. Ni mucho menos.

Debemos tener conciencia de que hay un gran valor en esa sensibilidad en pro de la mujer y reconocer que esa sensibilidad nace de la propia revelación, del Evangelio y de la oración del Avemaría. Desde la sensibilidad católica nos unimos también a esa reivindicación que nuestro mundo moderno hace de la dignidad de la mujer.

Ya sabéis que el 8 de marzo se suele celebrar el Día de la Mujer Trabajadora, que es una jornada que partió de un dramático hecho histórico. El 8 de marzo de 1908 murieron carbonizadas en una fábrica textil, en Nueva York, 129 mujeres que estaban encerradas en aquella fábrica reivindicando algunas mejoras laborales. Al año siguiente hubo en Nueva York, icono del mundo moderno, una manifestación de 15.000 mujeres trabajadoras reclamando 8 horas de trabajo diario e igualdad de salario con los hombres. Nosotros, desde nuestra sensibilidad cristiana, tenemos un gran fundamento bíblico y nos unimos a esa reivindicación de la dignidad de la mujer. Juan Pablo II insistía mucho en que Dios ha confiado el ser humano a la mujer.

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