En comunión con la Santa Madre de Dios (XVIII)

La visitación
La visitación (Rafael)

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | En este artículo centro mi explicación en la invocación «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!». Dice el catecismo, en el punto 2676, que: «Después del saludo del ángel hacemos nuestro el de Isabel, llena del Espíritu Santo. Isabel es la primera en la larga serie de generaciones que llaman Bienaventurada a María (…) Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre».

La primera parte del Ave María está tomada de la salutación del ángel a la Virgen María, en el momento de la encarnación: «Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor está contigo». El ángel Gabriel, en Nazaret, le anuncia a María que va a ser la Madre de Dios y de esas palabras tenemos el comienzo de la oración: «Alégrate María, llena de Gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28).

La segunda parte procede, por el contrario, de las palabras que Isabel le dice a María, cuando la Virgen fue a visitarla. Después de recibir el anuncio del ángel, María partió. Se dirigió presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá a visitar a su prima Isabel, porque el ángel le había dicho que para Dios no había nada imposible y que su prima Isabel, la que se pensaba que era estéril al ser anciana, estaba de seis meses. Isabel, su prima, vivía en Ain Karim, que dista de Nazaret unas tres o cuatro jornadas. El trayecto requiere una caminata larga, pero María era una mujer israelita, una mujer fuerte, habituada a peregrinaciones al templo y no le asustó esta distancia.

La Virgen era una custodia viviente, una custodia que llevaba dentro de sí a Jesucristo. Algunos han dicho que esta peregrinación de María fue la primera procesión del Santísimo Sacramento, la primera procesión de Cristo. Una primera procesión en la que Cristo fue llevado por la más preciosa custodia que ha existido. Y lleva en ella la santificación de Juan, posible gracias a esa presencia cercana de Jesús.

Al llegar María, el espíritu de Dios llena el alma de Isabel y ésta hace una oración, donde realiza como un eco del saludo que el arcángel había dedicado a María en Nazaret. Dice estas palabras: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1, 42). Movida por el Espíritu Santo, Isabel pronuncia una parte del Ave María. Cuando recemos esa parte tenemos que vernos cumpliendo esa profecía dicha por Isabel y, acto seguido, por María, «…me llamarán Bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1, 48). Cumplimos esa profecía cuando rezamos el Ave María y cada vez que desgranamos los misterios con el rezo del Santo Rosario. Y esto ha sido así a lo largo de toda la historia de la Iglesia, en la que hemos llamado Bendita a María.

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