La familia, faro de la fe
, Diácono Permanente | Hace varios años reflexionaba en esta sección sobre la familia católica y su situación ante una sociedad cada vez más agresiva con ella. Vivimos en el año 2020 y en mi opinión creo que esa situación ha cambiado poco o muy poco, y si lo ha hecho es para peor. Parece que ciertos políticos no saben o mejor dicho no quieren darse cuenta que la familia ha sido y es la célula primera y vital de la sociedad. Parecen olvidar que la familia creada dentro del matrimonio es básica y necesaria para sociedad. Porque el matrimonio es un Sacramento de servicio a la comunidad, con una misión particular en la Iglesia y en la sociedad y sirve a la edificación del Pueblo de Dios.
San Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (FC), en el nº 42 escribió: “El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana; la familia es por ello la célula primera y vital de la sociedad. La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma. Así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social”.
Por ello la familia no puede encerrarse en sí misma, debe ser consciente de la misión que la Iglesia le ha conferido: ser “Iglesia doméstica”, ser “faro de la fe”. Precisamente la Iglesia da a la familia la importancia que tiene, pues en estos tiempos en que el mundo es frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, la familia tiene que ser el faro de una fe viva e irradiadora en la sociedad.
Es evidente que desarrollar la misión de la familia cristiana como faro de la fe en el mundo actual no es nada sencillo, pero tampoco lo era en 1981 cuando S. Juan Pablo II en su introducción en la Familiaris Consortio ya avisaba de estas dificultades: “La Familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales”.
Pero a pesar de las dificultades, la familia cristiana esta llamada a ser reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Está llamada a la oración cotidiana y a la lectura de la Palabra de Dios, que fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana tiene que ser evangelizadora y misionera. Debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos o disminuidos y de los pobres.
El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por ello la casa familiar es llamada justamente “Iglesia doméstica”, comunidad de gracia y oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana. En el seno de la familia los padres debemos ser los primeros anunciadores de la fe, con nuestras palabras y con nuestro ejemplo, y en la medida de lo posible fomentar la vocación personal de cada uno y especialmente en lo que se refiere a la vocación a la vida consagrada.
Es evidente que las familias cristianas tenemos un reto que llevar a cabo en la sociedad actual al ser “Iglesia doméstica” y “faro de la fe” en el mundo, y por ello debemos hacernos visibles, y trasladar a las gentes nuestra fe, nuestro compromiso con el mundo y sobre todo llevar la Palabra de Dios a todos, pues con nuestro testimonio haremos presente a la Iglesia Universal. Y todo esto debemos hacerlo de muy buena gana, pues como dice San Agustín en sus Confesiones, “nadie hace bien lo que hace a la fuerza, aunque sea bueno lo que hace”.
Dejemos que en nuestras familias actúe el Espíritu Santo y nos ayude a llevar a cabo nuestra misión evangelizadora y podamos ser faro de fe en el mundo que nos toca vivir.