La conversión monástica

Convento

Juan Antonio Testón Turiel, Presbítero | Los Padres del monacato entendieron la vocación monástica como una llamada de Dios a vivir solamente para Él, donde el único tesoro del corazón sea Cristo. Pero la iniciativa no la tiene el propio monje sino que es una invitación del propio Jesucristo a seguirle. A lo largo de la Historia son muchas las razones que han conducido a los monjes a profesar la vocación monástica.

Para san Antonio, la vocación es siempre la obra de la gracia en el corazón del hombre; una primera razón de la vocación monástica es la que brota de lo más profundo del corazón del hombre, al sentir el Amor divino; una segunda surgida del santo temor de Dios al castigo a los pecadores; y una tercera motivada en las tribulaciones de la vida que invitan a la conversión y a la penitencia.

Por su parte, san Juan Casiano establece tres modos de vocación, la primera sería la que procede de un deseo profundo de la salvación, de una vida nueva y más plena; la segunda vendría motivada por los ejemplos de hombres santos; y la tercera tendría su origen en las situaciones difíciles de la vida que tocan el corazón. Todas ellas mostrarían diferentes caminos para ir a Cristo. A todo ello se añadirá la lucha entre el bien y el mal que se da dentro de todo corazón humano. Los padres de la vida espiritual lo expresan como la lucha entre el ángel bueno y el ángel malo. Por una parte, el Demonio nos muestra el camino arduo y difícil que supone la entrega a Jesucristo en la vida ascética; y por otra el Ángel de la Guarda hace arder el corazón del asceta en amor a Dios, e inspira los buenos pensamientos para no abandonar el camino iniciado.

Lo que sí es cierto, es que la vocación monástica tiene un origen positivo, una búsqueda de un bien superior, de una vida más plena, de un ámbito de mayor amor a Dios en el que solamente se viva para su gloria. En este contexto cobra una gran importancia la asidua lectura de la Palabra de Dios, especialmente los pasajes en donde se narran diversas vocaciones: Abraham, Jeremías., Isaías, Samuel, etc… También de gran importancia son los relatos de la vida de los santos, los cuales nos muestran el camino de la verdadera entrega a Dios. Por ello, muy pronto, aparecerán vidas de monjes y colecciones que relatan las heroicidades de los ascetas, de manera que la lectura de la vida de los santos será aconsejada continuamente en la dirección espiritual.

La tradición monástica ha resumido las motivaciones que conducen a la entrega monástica y, por tanto, a descubrir la vocación en los siguientes enunciados: el amor de Dios, el deseo de fidelidad a Cristo, el deseo de romper con lo que nos aleja de Él, la espera de la venida de Cristo, el pensamiento de la muerte, el deseo de la vida eterna, la búsqueda de la perfección, la lucha contra el demonio. La vocación monástica es siempre una experiencia espiritual que sucede en lo profundo del corazón, muchas veces motivada por sucesos externos.
En cierta ocasión un hombre llamado Teodoro asistió con su familia a un festín, el cual le impresionó tanto que se dijo a sí mismo, “si te entregas a estos manjares no conocerás la vida eterna”, se retiró a su habitación se postró, lloró y oró diciendo: “Señor Jesús, nada deseo de este mundo”, y dijo “solamente te amo a ti y a tu abundante misericordia”. Entonces abrazó la vida monástica. Cuando nos dejamos interpelar por la Palabra de Dios o por los sucesos de la vida, todos ellos penetran nuestra existencia y llegan a lo más profundo del corazón, quebrantándolo, sintiendo un profundo amor de Dios. Es la herida de Dios en el corazón, es la voz de Dios que traspasa el alma, la desgarra tanto que hace brotar las lágrimas, y produce una profunda conversión. De este modo, compunción del corazón, conversión de vida y vocación están interrelacionadas en la experiencia de entrega a Dios en la vida monástica; no es exclusivo de la experiencia espiritual monástica, pero en ella cobra un énfasis especial.

Esta experiencia primordial sostendrá toda la vida espiritual del monje, como el primer encuentro con el amor de Dios, como la primera experiencia de iluminación interior de la propia existencia a la luz del mismo amor de Cristo, el descubrimiento de cuánto soy amado por Dios y qué puedo hacer por Él. Esta experiencia originaria dará un clima especial a toda la vida monástica, alimentará su vida espiritual, ya que el recuerdo de los pecados de la vida pasada, la certeza de la muerte y del juicio, y la visión de la propia fragilidad humana, ayudarán a unirse más profundamente a Cristo. No como un simple temor o miedo a Dios, sino como un profundo amor de Dios. La vocación monástica llena la vida y da vida, no es simplemente huida del mundo o vaciamiento interior, es encontrarse con aquél que lo es todo, lo da todo y llena totalmente. El “sólo Dios basta” de santa Teresa de Jesús.

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