En Igueste de San Andrés, Tenerife

Sagrado Corazón de Igueste de San Andrés

Federico Jiménez de Cisneros, Profesor de Historia | La devoción al Corazón de Jesús está extendida por toda España, tanto peninsular como insular. Por eso, en esta ocasión vamos a comentar la imagen que se halla en la población tinerfeña de Igueste de San Andrés, en el archipiélago canario, a pocos kilómetros de Santa Cruz de Tenerife, la capital de la isla.

La singularidad canaria rodea la historia de esta imagen. Muy cerca del monumento se encuentra el árbol del Mamey, curiosa especie, que tarda doce años en dar el primer fruto, por lo que un dicho popular recuerda que el árbol lo planta tu abuelo, lo cultiva tu padre y lo comes tú. Tres generaciones en torno al árbol. Pues también varias generaciones protagonizan la historia de este templo, rematado por una magnífica imagen del Sagrado Corazón.

Se trata de la iglesia de San Pedro Apóstol, en el centro de la plaza, construida por los vecinos hace un siglo, a comienzos del siglo XX, con una interesante historia (los padres de familia tenían asignados los días de trabajo en la iglesia, y si no podían ir a trabajar esa jornada, pagaban a una persona desempleada del pueblo para que lo hiciera por ellos). Verdaderamente, la iglesia la construyó el pueblo. Se inauguró el 29 de junio de 1909, y desde 1943 es parroquia de San Pedro Apóstol.

Posteriormente se realizó una ampliación para construir una sacristía, y en el remate de la torre campanario se colocó la imagen del Sagrado Corazón. Corría el año 1974.

La imagen es de mármol blanco y mide un metro y medio aproximadamente. El escultor de la imagen es el granadino Antonio Giménez Martínez, quien se trasladó a Tenerife y allí se afincó. Es autor de esculturas religiosas preciosas, en su mayoría en el archipiélago canario.

La imagen representa a Jesucristo de pie, en gesto de ofrenda, de entrega, de acogida, expresada en sus brazos abiertos, de manera que desde lejos la primera impresión es de una cruz. En el centro del pecho, destaca su corazón, y la expresión de su rostro acompaña la del cuerpo, su actitud de ofrenda.

Es una bella escultura que nos recuerda que Jesucristo siempre nos espera con los brazos abiertos, para acogernos, para consolarnos, para aceptarnos tal y como somos. Y que nos llama a cada uno a seguirle, a una conversión de vida, a cambiar nuestro viejo corazón endurecido por uno palpitante de amor, como el Suyo. Al contemplar esta imagen no podemos menos de recordar la frase evangélica: ‘Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré’.

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