En el más profundo centro

Fraile en un claustro
Fotografía: Lawrence OP (Flickr)

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Puede parecer que la oración contemplativa es un misterio, algo muy difícil de vivir, que se escapa de nuestras manos, de nuestro propio ser porque nos ponemos ante el Dios de la vida que tanto nos ama y quiere entrar en nuestro corazón. Y ahí, en la contemplación, puede darse y de hecho se da este encuentro del alma con Dios.

Nos ayuda a quitar miedos, dudas y reparos tener en cuenta que la contemplación es don, alianza y comunión. Son los pilares fundamentales para asentar nuestra vida y poder vivir en oración de contemplación. Es posible, estamos dispuestos, caminamos.

Cuando entramos en la vida de contemplación nos damos cuenta que es un don, una gracia, un regalo inmenso de Dios al alma que le busca de corazón. Y este don puede perderse si no tenemos un modo de vida que ayuda a acogerlo y vivirlo. Sin humildad y pobreza la contemplación no es posible. La humildad hace que la persona se abaje ante la grandeza de un Dios tan misericordioso y generoso que no para de darnos vida. Sólo el humilde es capaz de acoger este don. Y además vivirlo en pobreza, no teniendo otra riqueza sino a Dios. El humilde que recibe todo de Dios es porque es pobre y es pobre porque ha dejado todo por un Amor que le da todo y mucho más.

Entonces en este proceso de unión se descubre la alianza que establece Dios en el fondo del alma, que solo busca, desea y se recrea en el amor de Dios. Una alianza preciosa que se afianza y se asienta en el trato cotidiano e íntimo con Dios, “en el más profundo centro” que dice San Juan de la Cruz. El amor da paso a la alianza personal. Todo queda entre el alma y Dios. ¡Es precioso, es único; hay que vivirlo!

Este modo de orar que se descubre como un don que abre paso a la alianza termina por llevar al alma que ora de corazón a una comunión plena con Dios. ¡La comunión de vivir en Dios y para Dios para siempre! Un estado de transformación, de vida, de totalidad que aquel que llega a vivirla en plenitud le desborda y le hace vivir de otro modo. Al modo de Dios, a semejanza de Dios.

Si unimos estas tres realidades fundamentales de la vida contemplativa podemos entender mucho mejor a los místicos, aquellas almas escogidas para vivir todo esto en primera persona, asumirlo y transmitirlo a los demás. Igual no lo vivimos, pero si leemos a los que sí han llevado una vida de oración contemplativa plena nos encontramos con momentos que son para pararse, recrearse y dejarse iluminar por el fuego que arde en momentos así. Pero cuidado, esto son casos extraordinarios, hay muchos momentos de contemplación que podemos vivir a diario sin que tengan la altura espiritual de los grandes místicos. Es bueno ofrecer una muestra para animar a todos los que quieren empezar a vivir la contemplación. Así, si Dios quiere, puede ser que lleguen a momentos tan intensos como por ejemplo éste que nos deja por escrito San Juan de la Cruz:

“En la sustancia del alma donde ni el centro del sentido ni el demonio pueden llegar, pasa esta fiesta del Espíritu Santo; y, por tanto, tanto más segura, sustancial y deleitable es, es más pura; y cuanta hay más de pureza, tanto más abundante y frecuente y generalmente se comunica Dios. Y así, es tanto más el deleite y el gozar del alma y del espíritu, porque es Dios el obrero de todo, sin que el alma haga de suyo nada. Que, por cuanto el alma no puede obrar de suyo nada si no es por el sentido corporal, ayudada de él, del cual en este caso está ella muy libre y muy lejos, su negocio es ya sólo recibir de Dios, el cual solo puede en el fondo del alma, sin ayuda de los sentidos, hacer obra y mover al alma en ella” (Llama de amor viva 1,9).

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