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Inmigrantes

Francisco Castro, Diácono Permanente | Emigrante, es la persona que sale del país en que el vive para irse a otro. Inmigrante, es la persona que llega a un país y se instala en él. Migrante es la persona que migra, que se está desplazando de un lugar a otro. Con estas tres palabras tan repetidas últimamente en todos los medios de comunicación y las redes sociales, se intenta definir la trágica situación personal de millones de personas que por distintos motivos tienen que abandonar a su familia, su hogar, sus profesiones, que tienen que coger sus mínimos enseres y huir de sus países, en muchos casos no se sabe dónde. Una huida motivada por las guerras, el hambre, la persecución religiosa…

Durante el año 2015 llegaron a Europa más de un millón doscientos mil seres humanos, es decir más de cien mil al mes, o lo que es lo mismo más de tres mil diarios, una cifra que se ha visto incrementada en estos dos últimos años. Y ante esta catástrofe humanitaria la mayoría de los europeos volvemos la vista hacia un lado evitando en la generalidad de los casos pararnos a pensar aunque sólo sea unos minutos qué es lo que mueve a todas estas personas a embarcarse en un éxodo cuyo final en muchos casos terminará en tragedia.

Quizás uno de los motivos por los que a los europeos al escuchar día sí y otro también, la noticia de que han llegado a las costas del sur de Europa cientos de migrantes, nuestros oídos al igual que nuestros corazones se nos han habituado a esta tragedia humanitaria, y se han endurecido de tal forma que nos parece algo frecuente, algo “normal”. Sólo cuando esa rutina de movimiento humano se sale de lo “normal” es cuando nuestra conciencia se ve removida, escandalizada, como si no fuésemos conocedores de esta realidad migratoria.

Uno de estos ejemplos de noticia excepcional dentro de la “rutina migratoria” fue la que saltó a los medios de comunicación el pasado mes de junio, cuando los responsables del gobierno italiano, negaron la entrada a cualquier puerto de Italia al barco Aquarius, porque su carga constaba de 630 emigrantes de más de 22 nacionalidades. Este hecho escandalizó algunas consciencias del resto de Europa.

Mientras que el gobierno italiano se jactaba de no permitir la entrada de “ilegales” a sus costas, y el resto de gobiernos europeos se enzarzaban en discusiones sobre quién era responsable de acoger a esos emigrantes En Europa se alzaron muchas voces en la calle que pedían una rápida solución. Y esta llegó cuando unos días más tarde España en un gesto que nos honra como país decidió admitirlos en territorio español.

Lo realmente preocupante no es que este barco con sus “molestos pasajeros” haya sido una noticia de tal alcance internacional, lo verdaderamente triste, es que sean decisiones políticas las que durante días dejen a su suerte a centenares de hombres, mujeres y niños, (en muchos casos solos). Por cierto en los días que el Aquarius y otros dos barcos de la Armada italiana con sus 630 “pasajeros”, se dirigían hacia las costas de España, más de 1200 migrantes fueron rescatados en las aguas entre Marruecos y las Islas Canarias, pero esta vez la acción de este rescate marítimo no fue noticia a destacar de forma importante en los medios de comunicación.

Ante todos estos hechos deberíamos preguntarnos: ¿Qué le está pasando a esta vieja Europa? ¿A qué tenemos miedo o de qué?

Parece que se está instalando en el sentir de los europeos que estas personas que vienen huyendo del horror de las guerras, de la miseria y en muchos casos de la muerte, son los que nos van a quitar nuestro estado del bienestar. Que el gasto que supone acogerlos va a mermar los derechos sociales, educativos y sanitarios de los que disfrutamos. Estos últimos días he tenido que escuchar verdaderas barbaridades sobre la repercusión que tendrá para España y los españoles la acogida de estos 630 seres humanos, cuando lo que debería importarnos de verdad es: ¿dónde quedan los derechos de estas personas? Estoy convencido que todas estas personas lo que buscan es encontrar un trabajo que les permita vivir dignamente, poder enviar a sus hijos a la escuela, mantener unida a su familia, en una palabra “vivir en libertad”.

La Doctrina Social de la Iglesia indica que la inmigración puede ser un recurso más que un obstáculo para el desarrollo. En el mundo actual, en el que el desequilibrio entre países ricos y países pobres se agrava y el desarrollo de las comunicaciones reduce rápidamente las distancias, crece la emigración de personas en busca de mejores condiciones de vida, procedentes de las zonas menos favorecidas de la tierra. […] Las instituciones de los países que reciben inmigrantes deben vigilar cuidadosamente para que no se difunda la tentación de explotar a los trabajadores extranjeros. […] Los inmigrantes deben ser recibidos y ayudados, junto con sus familias, a integrarse en la vida social. Al mismo tiempo, en la medida de lo posible, han de favorecerse todas aquellas condiciones que permiten mayores posibilidades de trabajo en sus lugares de origen (DSI 297-298).

En mi opinión este debería ser el objetivo de los países europeos: posibilitar que todos estos seres humanos “migrantes” puedan trabajar y vivir libremente en sus lugares de origen y terminar con esta tragedia que cada día se cobra vidas humanas.

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