En comunión con la Santa Madre de Dios (XIII)
Mons.
, Obispo de San Sebastián | Ante Dios, directamente es su presencia, estaremos en el cielo, pero mientras que estemos en esta tierra Dios se comunica con nosotros a través de los ángeles que son enviados suyos. Nadie puede ver a Dios y quedar vivo, decía el Antiguo Testamento. Sin embargo los ángeles son enviados de Dios que nos transmiten sus mensajes. Ésta es la afirmación del Catecismo: ‘Es Dios mismo quien por medio de su ángel saluda a María’. Y continua diciendo: ‘nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava’. Y aquí nos refiere a Lucas 1,48 que dice: ‘Mi corazón está lleno de alegría a causa de Dios mi Salvador’. Es la oración que pronuncia María después de haber sido visitada por su prima Isabel. Continua: ‘porque [Dios] ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones’. Es decir, que cuando rezamos el Ave María estamos cumpliendo esa profecía que María mismo pronunció cuando recibió a su prima Isabel y dijo ‘desde ahora me felicitarán todas las generaciones’. Al rezar el Ave María estamos cumpliendo esa profecía.María era consciente de que iba a ser felicitada por todas las generaciones. Pero eso para ella no era motivo alguno de vanidad, porque era consciente de su ‘nada’. ¿Cómo se va envanecer la pluma de lo que escribe su Dueño con ella? La pluma sería ridículo que se envaneciese. Así, María, que es la perfectamente dócil a la obra de Dios, es plenamente consciente de la gratuidad de la elección de la que ha sido objeto. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. Y el motivo de que ella sea agraciada lo tiene muy claro cuando dice ‘porque Dios ha puesto su mirada en la humildad de su esclava’. El motivo es la elección gratuita de Dios. Dios ha puesto los ojos en María, y nosotros nos fijamos en María porque Dios se fijó en ella. Si no, nosotros estaríamos poniendo los ojos en vete tú a saber quien… Como nos suele ocurrir a veces, que tenemos una vista terroríficamente mala y ponemos los ojos en cualquier líder que luego nos falla o en una persona que ‘mira que guapa es…’ una bella sin alma. Cuántas veces nos hemos sentido atraídos por alguien y luego nos dicen: madre mía, vaya ojo que tienes, porque allí donde pones el ojo es un desastre… Es decir, nosotros nos hemos dado cuenta de la joya de María que es un diamante. El diamante más puro que jamás haya existido. Nos hemos enterado por Dios, porque Dios, se fijó en ella, de lo contrario hubiese pasado desapercibida, no nos hubiésemos enterado. Hubiésemos continuado poniendo nuestros ojos en determinada poetisa, famosa… en esta, en otra, oh en la de más allá.
A mí me hace pensar mucho. Me hace pensar mucho en lo que dice el Evangelio de que ‘muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros’. Y que ‘vosotros juzgáis según las apariencias y Dios juzga según el corazón del hombre’. Nosotros ¡qué mal ojo tenemos! Sin embargo Dios nos enseña a mirar. Por eso decir ‘Ave María’ es intentar mirar el mundo con los ojos de Dios. Valorar la santidad y quitar importancia a lo que no la tiene. Es decir, fíjate en lo que Dios se fija y alégrate de lo que Dios se alegra, y entristécete de lo que le entristece al Corazón de Dios. Es decir, aprende a juzgar y valorar según Dios. Acordaos de ese reproche que Jesús hace a Pedro: ‘Tú piensas como los hombres no piensas como Dios’.
El Ave María es un intento de ponernos las gafas de Dios y ver las cosas desde su perspectiva. Si yo no sufro por el pecado, obviamente, no me alegro por la santidad. Como Dios sufre por el pecado del hombre, sufre porque el hombre no responde a la llamada de Dios, se alegra inmensamente cuando alguien responde a su llamada; y la alegría que Dios tiene con la Virgen es inversamente proporcional al disgusto y sufrimiento que tiene cuando los hombres pecamos y le damos la espalda. Esto es así. Y si nosotros no somos capaces de alegrarnos por la santidad de la Virgen María, es porque no hemos sufrido por nuestro pecado, por el pecado de la humanidad y por el nuestro propio. Luego, rezar bien el Ave María, participar de ese ‘Alégrate’ que pronuncia Yahve a través del arcángel, supone intentar tener los mismos sentimientos de Dios.
A mí ¿qué me hace sufrir? ¿Qué me da miedo? ¿Qué me alegra? Tantas veces nos alegramos de tonterías, de vanidades. O me estoy pegando disgustos por cosas que son insignificantes, cuando lo que debería disgustarme resulta que no le estoy dando importancia alguna. Estoy colando una paja y luego me estoy tragando un camello. Esto es importante. Creo que es una de las cosas que deberíamos de meditar en el rezo del Ave María. Alegrarnos con el gozo de Dios por la santidad de María y de lo que haya en nosotros y en los otros de gracia de Dios y de obras buenas, por el hecho de estar en gracia de Dios; y consecuentemente pedirle a Dios que nuestro sufrimiento sea no vivir conforme a Él, y que lo demás nos importe menos.
Esto es una auténtica profecía. La profecía del ‘Dios te Salve María’. Se nos remite –en este punto del Catecismo– al punto 722, en el que decía: ‘El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese llena de gracia la madre de aquel en quien reside toda la plenitud de la Divinidad. Ella fue concebida sin pecado por pura gracia como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el Don inefable del omnipotente, con justa razón el Arcángel Gabriel la saluda como hija de Sión, ‘Alégrate’’. Dice a continuación: ‘Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia. Esa acción de gracias que ella lleva en su cántico al Padre en el Espíritu Santo’. Es decir, que María misma, ella, es la acción de gracias a Dios. Si Cristo es el gracias de la Humanidad a Dios Padre. María es la primera criatura humana, la primera discípula de Jesús para ser agradecidos a Dios Padre. Ella es la perfectamente agradecida.
Recordemos aquel pasaje del Evangelio de aquellos leprosos que fueron limpiados y luego no volvieron a dar gracias a Dios. María ha sido, no ya una leprosa limpiada, sino la que ha sido preservada de la lepra y por eso es la perfectamente agradecida. Luego, cuando se le dice ‘Alégrate María’ se le está también participando a que ella, su vida, sea un cántico de acción de gracias a Dios por lo que Dios ha hecho en ella. ¡Y vaya si lo hizo! Si en aquel pasaje de Juan 11,50 el sumo sacerdote Caifás dijo ‘conviene que muera un justo por el pueblo’, también podríamos decir ‘conviene que alguien de gracias a Dios por todos nosotros’. Y esa ha sido María. María da gracias al Padre por toda la obra de la Redención que su Hijo Jesucristo ha venido a hacer en todos nosotros. Es la perfectamente agradecida. Cuando Dios le dice ‘Alégrate’, ella responde a ese ‘Alégrate’ con ‘Gracias sean dadas a Dios Padre por su obra de salvación en la Humanidad’.