El parto para la vida eterna
Mons.
, Obispo de Orihuela-Alicante | Hay dos planteamientos equivocados de los que deberíamos de huir. Uno es el no pensar nunca en la muerte, viviendo como si no fuese a existir. Eso es vivir de espaldas a la realidad. Y otro planteamiento equivocado es el de vivir pensado en ello de una manera angustiada. Luego ni hacer el juego del avestruz, que es no ver la realidad ni estar angustiado, sino verdaderamente ponérselo en manos de María. Ella nos asistirá en el momento final, como estuvo al pie de la cruz de su Hijo. Qué gran respaldo tuvo que sentir Jesús viendo a su Madre cerca.El catecismo, en el punto 1020, nos habla de la oración de encomendación del alma que hace la Iglesia en el momento del fallecimiento de alguien. Esta es la oración:
«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos. Querido hermano, te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos. Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor».
Esta es una de las oraciones más fuertes que rezamos en nuestra liturgia. La oración es llamada Encomendación del alma. Es la que reza el sacerdote cuando una persona está en su momento de agonía y ya se le han administrado los sacramentos. Es como si alguien le recomienda delante de Dios. Y es ser consciente de lo que dice Jesús, cuando expone que a Él nadie le quita la vida, sino que la da voluntariamente.
Ese ideal de Cristo de entregar voluntariamente la vida es también un ideal nuestro. Entonces le pedimos a María que nos enseñe a entregar la vida. No es lo mismo que me la roben a que yo la entregue voluntariamente. Y el tono con el que uno vive la muerte es muy diferente.
A un sacerdote le emociona profundamente cuando ve a alguien, a quien está asistiendo, pronunciar una frase de aceptación. Es consciente de que ha llegado su hora y entrega su vida. Conmueve, porque María está actuando en ese momento y cumpliendo con esa función que tantas veces le pedimos de rogar por nosotros. Está asistiendo al parto para la vida eterna.
Dos partos tuvo María: un parto virginal, cuando dio a luz a su Hijo, y un parto doloroso en el monte Calvario, donde le entregó para la salvación del mundo. Y también tiene un parto con cada uno de nosotros, una lucha para darnos a luz para la vida eterna. Cuando recemos el Ave María, tenemos que ver a María haciendo esa función que le estamos encomendando. Le estamos pidiendo que nos asista en ese parto para la vida eterna.
Cuando rezamos el Ave María concluimos con amén. Sobre esta palabra, sin ánimo de extenderme, basta con decir que significa el acto de fe, la afirmación, el deseo, el afán, el anhelo, la súplica… de que esto que le hemos dicho a María ya sea así. Es como un sello final. San Jerónimo llamaba a la palabra amén el sello final del Padrenuestro. También aquí hay un sello final en la oración del Ave María. Es la firma de todo el pueblo santo de Dios a lo que se ha dicho en esas peticiones y afirmaciones que hemos hecho en el Ave María.