¡Dios existe, yo me lo encontré!
| Siempre he estado convencida de que Dios nos habla a través de las personas y de los hechos que nos suceden en la vida. Este testimonio que quiero plasmar sobre el papel es un homenaje a una personita que conocí, casualmente en un autobús, cuando su papá la trasladaba del Hospital del niño Jesús de Madrid al Centro Nacional de Parapléjicos de Toledo.
Era un peregrinar de hospital en hospital continuo, su enfermedad iba progresivamente avanzando sin remedio, cada vez con más complicaciones. En silla de ruedas y con un corsé ortopédico que la mantenía erguida transcurría su vida; intervenciones quirúrgicas y tratamientos difíciles marcaban sus días.
Más tarde perdió la vista aparte de otras secuelas desagradables y muy dolorosas que la llevaron a una situación extrema en la que no podía hablar. Su vida, hasta que falleció a los 27 años, fue físicamente un puro sufrimiento.
No tuvo el apoyo de su madre pues murió cuando ella era muy niña, pero su padre Antonio luchó con tesón hasta el final, dándola todas las atenciones cariño y cuidados que necesitaba. Hasta aquí y omitiendo muchas vicisitudes, obstáculos y dolor que tuvo que soportar su débil cuerpecito, a pesar de todo eso, dentro de ella habitaba un alma tan pura y llena de luz como nunca he conocido.
La alegría, la bondad, la humildad y el amor con el que trataba a todas las personas que se le acercaban eran realmente inmensos e increíbles. ¡Ella que tanto padecía, nos animaba! Nunca se quejaba cuando la preguntabas ¿Cómo estas mi niña? Siempre contestaba ‘estoy bien’, sonriendo. Irradiaba hermosos destellos de paz, caminó por la vida en silla de ruedas, sembró la alegría y el amor, dio testimonio de Dios con su fe firme, y le gustaba comulgar siempre que podía.
Necesito transmitir que vi en Carmencita al Dios vivo. Ella le llevaba consigo siempre, iba de su mano, El la sostenía. Dios me decía a través de ella, ‘¡aquí estoy!’ El está con nosotros siempre como el Buen Padre. Desde el día que Carmencita se fue, hay un Angel más en el Cielo, y mi corazón y mi alma se calman y se sosiegan sabiendo que Dios existe y que vive con nosotros, porque aquel día que la conocí, yo me le encontré.