Dios con nosotros

Belén
Fotografía: Iglesia en Valladolid (Creative Commons)

Francisco Castro, Diácono Permanente | Sin apenas darnos cuenta se nos ha echado encima el final del año, y durante este tiempo que resta para su conclusión, los cristianos tenemos por delante unas fechas llenas de importantes vivencias de fe. En unos días pasaremos litúrgicamente del tiempo Ordinario, al Adviento y de ahí a la Navidad. Celebramos entre otras fiestas cristianas, la Solemnidad de Todos los Santos, el día de Todos los Difuntos y la Natividad del Señor.

Noviembre comenzó con la celebración de la Solemnidad de Todos los Santos, una fiesta en la que conmemoramos a todos aquellos cristianos  canonizados y no canonizados que murieron por defender su fe en Cristo. En este día honramos a los santos, y con ello honramos a Dios Padre, Él, que es todo Santo. Una fecha que nos ayuda a tener presente que todos los cristianos estamos llamados a la Santidad: “sed santos, porque yo, vuestro Dios, soy Santo” (Lv 19,2), como nos lo recuerda el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Gaudete et exultate (n. 10).

En esta celebración hacemos presentes en nuestro corazón a todos los cristianos que gozan de Dios después de haber seguido a Cristo durante toda su vida. Una solemnidad que se ha visto desplazada desde hace unos años por la fiesta de Halloween. De hecho esta fiesta pagana de origen celta poco a poco ha conseguido hacerse un hueco en la sociedad, hasta el punto de convertirse en una fiesta de disfraces y diversión, arrinconando por completo su verdadero origen, para convertirse en un motivo más de celebración festiva de las brujas, que en el recuerdo a los Santos. Afortunadamente y para recordarnos el verdadero sentido de la Solemnidad de Todos los Santos, ha surgido desde hace unos años un movimiento católico entre los más jóvenes consistente en recordar a nuestros Santos. Se le conoce como Holywins, (lo santo gana, lo santo vence), donde los más pequeños y no tan pequeños se caracterizan de un Santo y narran su vida a los demás, transmitiendo de esta forma la vida de aquellos que la entregaron por seguir a Cristo y mantenido viva la razón de su entrega. Es una estupenda forma de que los niños y los más jóvenes puedan celebrar esta fiesta de Todos los Santos con todo su sentido.

El 2 de noviembre, en la Iglesia Católica celebramos la conmemoración de todos los Fieles Difuntos. Una celebración que es una profesión de fe en la resurrección de Jesús y de todos los que creemos en él. Esta idea surge por la decisión de San Odilón (Abad de Cluny) hacia el año 1000, que estableció que se celebrara este recuerdo de los Fieles Difuntos, al día siguiente de la festividad de Todos los Santos, una idea que se extendió rápidamente por toda Europa, aunque hasta el siglo XIV no fue aceptada por Roma. Es un día para visitar los cementerios donde yacen nuestros seres queridos y tenerles aún más presentes si cabe en nuestras oraciones.

Diciembre se estrena con nuevo tiempo litúrgico: el Adviento. Un tiempo de espera, de venida, de llegada. Un tiempo de preparación para la Navidad. Sus cuatro domingos nos conducen a la llamada semana santa de la Navidad. Litúrgicamente está dividido en dos partes, hasta el día 16 tiene un marcado carácter escatológico, mirando hacia la última venida del Señor al final de los tiempo, y una segunda parte a partir del día 17, en la que los cristianos miramos hacia la preparación de la fiesta de la Navidad.

Y por fin la Navidad, un periodo lleno de bullicio callejero, donde las principales avenidas y calles de las ciudades están engalanadas con adornos luminosos (unos adornos que no se sabe muy bien que es lo que quieren representar, pues menos motivos navideños, son cualquier otra cosa). Unos días en que todo el mundo es bueno, donde el abrazarse, desearse felicidad los unos a los otros es la tónica general. Es como si de pronto se detuviera el tiempo y los problemas y las preocupaciones pasaran a un segundo plano. El “espíritu navideño” lo impregna todo. Gastar en regalos o comer con los amigos y compañeros se convierte verdadero en el motivo de la Navidad.

Es aquí donde los cristianos debemos ser conscientes de cuál debe ser la verdadera razón por la que debemos que estar alegres. No es el consumir, ni las luces, ni siquiera el reunirnos con aquellos familiares que por diversos motivos el resto del año están ausentes. El verdadero motivo de la Navidad es que Cristo se hace hombre entre nosotros. Los cristianos no celebramos un aniversario histórico, lo que celebramos es la presencia viva del misterio del nacimiento en Belén del “Dios con nosotros”.

Hace más de dos mil años, el ángel que se presentó a los pastores les dijo: “no temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo, hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías” (Lc 2,10-11). Hagamos como esos pastores olvidemos el miedo, seamos valientes y divulguemos el “verdadero espíritu navideño” al mundo que nos rodea. Sin olvidar en estos días a aquellas personas que están solas, que sufren enfermedades o tienen necesidades, pues en nuestras manos está llevar a sus corazones la gran noticia de la Navidad: “El Señor ha nacido, Dios está con nosotros”.

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