Don de Sabiduría (II)

Manos

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián | El don de sabiduría lo vemos en Jesús especialmente en ese pasaje de Lc 4 en el que entra en la sinagoga, donde hizo ese discurso inaugural de su predicación en la sinagoga de Nazaret. Entro allí, cogió el volumen de Isaías, desenrollandolo encontró ese pasaje que decía: ‘el Espíritu del Señor esta sobre mi porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva…’ El Espíritu estaba asistiendo a Jesús con el don de la sabiduría y todos lo que estaban allí presentes decían: ‘pero de donde salen estas palabras de su boca, ¿no es este el hijo de José?, ¿de donde le viene a este ésta sabiduría y estos milagros?’ Jesús, pues, era el que estaba revestido del Espíritu de sabiduría y se manifestaba en El un conocimiento experiencial del misterio del reino.

De hecho cuando Jesús nos explica las parábolas del Reino y nos habla de su Padre celestial, lo hace a través de imágenes tan sencillas y experienciales como el campo, el pastor de las ovejas, el trigo, la cizaña, el grano de mostaza… Esa forma de hablar de Jesús es propia de quien tiene un conocimiento no teórico sino experiencial. El no habla de conceptos sino que habla desde su experiencia. Por eso es capaz de utilizar esas imágenes tan sencillas, tan alcance de la mano, porque tiene el don de sabiduría, está plenamente revestido por el Espíritu Santo, conoce la voluntad salvífica, sabe perfectamente que su alimento es hacer la voluntad del Padre, tiene experiencia plena de Dios Padre.

En las vísperas solemos rezar el cantico de Ef.1,3-10 donde se habla del plan divino de salvación que dice: ‘bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales’ y en un momento determinado dice: ‘por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados, el tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia, ha sido un derroche para con nosotros dándonos a conocer el misterio de su voluntad’. Jesús es un tesoro de sabiduría que tiene la experiencia de la ciencia divina, del conocimiento divino y El nos ha dado a conocer esa voluntad de Dios.

Estas son, dichas brevemente, las bases bíblicas del Nuevo Testamento y también del Antiguo Testamento, como hemos visto viene claramente reflejado este don de sabiduría que hoy queremos explicar.

Paisaje

Hemos dicho que la caridad es la mayor de las virtudes teologales y por tanto el don de sabiduría es la que perfecciona. El don de la caridad es la cumbre de los dones del Espíritu Santo, es la cumbre de la vida en el Espíritu. Podíamos definir el don de sabiduría como un hábito sobrenatural inseparable de la caridad por el cual juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas causas bajo el instinto especial del Espíritu Santo que nos hace saborear con cierta naturalidad y simpatía las cosas divinas, nos permite juzgar rectamente de las cosas de Dios.

Se distingue el don de sabiduría del don de entendimiento porque lo propio del don de entendimiento, que ya hemos explicado, es la intuición de las verdades de fe. Pero es distinto pues el don de sabiduría no es solamente intuir las verdades de la fe sino que también es tener un juicio sobre esas verdades de fe, de las cosas divinas; es saborearlas internamente. El don de sabiduría tiene como esa especie de juicio de las cosas divinas igual que el don de ciencia tiene ese juicio de las cosas creadas y el don consejo tiene el juicio de aplicar concretamente en el día a día esos discernimientos.

Si el don de sabiduría tiene ese juicio de juzgar concretamente de las cosas divinas, su juicio recae sobre el mismo Dios dándonos un conocimiento sabroso y experiencial que llena el alma de suavidad y del gusto interno por las cosas de Dios. Mientras que la fe se limita a creer, el don de sabiduría tiene una experiencia y un sabor interior de eso que por la fe creemos. Es gustar internamente de ese fruto de la fe.

Sabio es el que conoce las cosas por sus últimas causas. Existe, por una parte, un conocimiento superficial. Por ejemplo hay un eclipse y un aldeano no sabe porqué se ha ido el sol y no entiende que ha ocurrido porque tiene un conocimiento superficial o vulgar. Pero también hay un conocimiento científico, el astrónomo puede juzgar y decir ‘mira el sol se ha ido porque hay un eclipse, la luna ha tapado al sol, etc.’ Pero además hay un conocimiento filosófico que es capaz de juzgar las cosas por el principio último del ser. Este es el que conoce la metafísica. Y hay también un conocimiento teológico que se da a la luz de la fe; es decir que a través de los datos de la Revelación somos capaces también de hacer una lectura teológica de las cosas. Pues bien, hay todavía una sabiduría superior. Es, como decíamos, el don de sabiduría que juzga por instinto a las cosas divinas. Con este conocimiento el alma tiene un conocimiento místico de Dios que es incomparablemente superior a las ciencias que hemos dicho incluido la teología. Por eso se da el caso de que un alma muy sencilla que no ha estudiado nada de teología, que carece de conocimientos teológicos adquiridos por el estudio, pueda poseer el don de sabiduría y tiene un conocimiento profundísimo de las cosas divinas porque tiene ese don. Por eso un teólogo puede ser un perfecto teólogo y no tener el don de sabiduría y una persona que no ha estudiado nada de teología puede tener un don de sabiduría y una connaturalidad de las cosas divinas perfecta.

Se cuenta que el cura de Ars entró en una ocasión a la iglesia y ahí veía que había un hombre mayor del pueblo que estaba allí con frecuencia y que le veía pasar mucho rato delante del sagrario. Se preguntaba como rezaría este hombre pues no sabía leer ni escribir. Entonces le pregunto: ‘¿usted como reza, que es lo que hace?’ Y el hombre le dijo: ‘yo no sé, pero YO LE MIRO Y ÉL ME MIRA, y eso a mí me basta, esa es mi forma de rezar’. Y se dio cuenta San Juan Maria Vianney que aquel hombre sencillo no había estudiado nada de teología y que era analfabeto pero tenía el don de sabiduría. La sabiduría, pues, es el conocimiento místico que supera el conocimiento teológico, es un instinto especial del Espíritu Santo. A los místicos no le preguntamos la razón de obrar o de decir, sino que tienen una con naturalidad. Como dice el salmo ‘gustad y ve que bueno es el Señor’, no se trata de conocer las teorías si no de experimentar, de tener experiencia interior.

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