De corazón a Corazón

Rezando frente al Santísimo Sacramento
Fotografía: Lawrence OP (Flickr)

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | La contemplación es unirnos a la oración de Cristo que nos conduce a la entrada en el misterio de su Corazón. ¿Y quién mejor que San José para introducirnos en esa oración preciosa que brota del Corazón de Cristo? Ese misterio que se manifiesta de manera gloriosa en la eucaristía cuando toda la Iglesia cada día en todos los lugares donde se celebra el santo sacrificio de la misa se mete de lleno en ese misterio de amor que es Dios hecho carne. San José no está presente en la primera eucaristía. Ha muerto, pero ha vivido esa unión de modo especial, sólo él como padre de Jesús, ha tenido a su lado el Corazón de su Hijo con mucha más intensidad y en infinidad de ocasiones como aquella tarde de Jueves Santo cuando el joven apóstol San Juan se recuesta en el divino pecho de Jesús. Todo es obra del amor de Dios que se hace realidad por medio del Espíritu Santo. Es el divino Espíritu que une a San José con su Hijo una y otra vez para enseñarnos lo que es el amor, la contemplación y la vivencia de este misterio cada vez que participamos de la eucaristía.

Contemplar a Cristo Eucaristía de la mano de San José es meternos en el corazón de San José para clamar con él todo lo que queremos a su Hijo. Vivir en plena unión con Cristo es una gracia que nace de la oración de contemplación. Contemplar la grandeza de Dios hecho carne y escondido en un trozo de pan que entra en nuestro ser es algo que San José no llega a alcanzar. San José no comulga, pero se comería a besos a su Hijo. Es lo que hacen todos los padres con sus hijos. No olvidemos que san José es el padre de Jesús. Por eso vive la eucaristía por adelantado cuando coge en brazos a su Hijo y le abraza, le pone contra su pecho y lo besa con todo su amor de padre.

El amor que mana del corazón de San José y entra en el de Jesús es muestra y señal de la presencia viva del Espíritu Santo que une a los dos. De igual manera que une al Padre con el Hijo también en la tierra une a San José con Jesús. El Espíritu Santo busca la unión de todo. Nos hace ver que para entrar en la oración que Jesús vive en su corazón abierto al Padre no hay más camino que dejarnos llevar por este Fuego divino que se derrama en la eucaristía para que el pan deje de ser pan y sea realmente el Cuerpo del mismo Cristo.

Vivir la eucaristía es contemplar el amor de Cristo en nuestro corazón; y así, unidos a Él, poder gozar siempre de esa compañía que nunca falla, porque siempre está, ya sea en la celebración de la santa misa o en el sagrario de una iglesia, donde espera que en silencio nos unamos a Él para rezar de corazón a Corazón como lo hacía su padre San José:

“¿Cuántas veces San José inclinaría su cabeza sobre aquel reclinatorio de oro y subida púrpura del divino costado, donde la lanza había de abrir una llaga que fuese puerta y acogida para las palomas sencillas? ¿Cuántas veces embriagado del vino del Esposo, pondría su boca sobre los pechos que valen más que el vino, enfrente del corazón, cuyos latidos le abrasarían en amor, viéndole dar saltos dentro del pecho con deseo de romperse, para meter dentro de sí a todos los hijos de Adán? Y aunque José besase aquel divino pecho estando el niño dormido, siempre el corazón de Jesús está velando, que jamás duerme ni se adormece el que es guarda de Israel; y si por una vez que durmió San Juan Evangelista, le llama el Señor el discípulo amado, ¿cuál será el amor de José que durmió tantas? (Jerónimo Gracián, Josefina, Libro II, capítulo III).

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