Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo

| Las últimas letanías expresan el carácter redentor de la vida de Cristo. Cristo hace entrega de vida y de ahí se desprenden para los hombres unos frutos que quedan manifestados en las siguientes invocaciones.
El Dios omnipotente, creador de las galaxias, es también un Dios cercano y «lleno de consolación» (2 Cor 1,3: cf. Rom 15,5) hacia la humanidad. «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo» (2 Cor, 1, 3-5).
El Antiguo Testamento recoge páginas de ternura y compasión hacia su pueblo cuando sufre. Los profetas son instrumentos del consuelo divino y sus palabras reconfortan a Jerusalén, destruida y desolada: «Consolad, consolad a mi pueblo… Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha terminado su esclavitud» (Is 40,1-2); «Yahvé ha consolado a su pueblo y ha tenido piedad de sus afligidos» (Is 49,13); «Yo, yo soy tu consolador» (Is 51,12) le dice a Israel; y, comparándose con una madre llena de ternura, Dios manifiesta su voluntad de llevar paz y gozo a Jerusalén: «Alegraos con Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis… de modo que os saciéis de sus consuelos… Como uno a quien su madre le consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados» (Is 66,10.11.13).
«Del Corazón de Cristo brotó esta tranquilizadora bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5), así como la tranquilizadora invitación: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). La consolación que provenía del Corazón de Cristo era participación en el sufrimiento humano, voluntad de mitigar el ansia y aliviar la tristeza, y signo concreto de amistad. En sus palabras y en sus gestos de consolación se unían admirablemente la riqueza del sentimiento con la eficacia de la acción» (JUAN PABLO II, Ángelus, 13 de agosto de 1989).
Toda la vida y ministerio de Jesús es fuente de misericordia y consolación. Jesús, junto con el Padre: dona el Espíritu Consolador: «Yo pediré al Padre y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14,16; cf. 14,25; 16,12): Espíritu de verdad y de paz, de concordia y de suavidad, de alivio y de consuelo.
Lucas testifica que los primeros cristianos recibían del resucitado el consuelo del «don último» regalado por Cristo: «La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo» (Hch 9,31). Por su parte, san Pablo decía: «Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas» (2 Tes 2,16-17).
La mirada e invocación del Corazón de Cristo, fuente de todo consuelo ha sostenido a la Iglesia y la ha invitado a convertirse en correa de transmisión a otros de ese fruto redentor que recibe como regalo «Dicha invocación es recuerdo de la fuente de la que, a lo largo de tos siglos, la Iglesia ha sacado consolación y esperanza en la hora de la prueba y de la persecución; es invitación a buscar en el Corazón de Cristo la consolación verdadera, duradera y eficaz; es advertencia para que, tras haber experimentado la consolación del Señor, nos convirtamos también nosotros en portadores convencidos y conmovidos de ella, haciendo nuestra la experiencia espiritual que hizo decir al Apóstol Pablo: “El Señor nos consuela en toda tribulación nuestra para poder consolar a los que están en toda tributación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios”» (2 Cor 1,4)» (JUAN PABLO II, Ángelus, 13 de agosto de 1989).