Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes

Traducido del italiano por
| Bajo la luz del misterio de la Encarnación miramos toda la vida de Jesús, nacido de María. Siguiendo las invocaciones de las Letanías, tratamos de describir en cierto sentido esta vida desde el interior: a través del Corazón.El abismo (tehôm) en la Biblia significa las profundidades insondables y las aguas profundas, el mar profundo sobre el que aletea el Espíritu de Dios (Gén 1,2), en el que quedan sepultados los ejércitos del faraón (Ex 15,5-8) y desde donde exclama Jonás, «las aguas me han envuelto, el abismo me ha circundado» (Jon 2,6). Es océano ilimitado y da sensación de vértigo y de infinito.
Dios ve lo más recóndito y domina el movimiento en sus olas: el hombre es criatura y su mirada es limitada, mientras que la mirada de Dios no conoce límites. Lo insondable a los ojos humanos es abierto y luminoso a la mirada divina: «Bendito eres tú que penetras con tu mirada los abismos» (Dan 3,55), claman los tres jóvenes libres del horno babilónico.
La Sabiduría, que personifica a Cristo, también tiene esa prerrogativa: «Yo estaba allí… cuando reforzaba las fuentes del abismo, como arquitecto» (Prov 8, 29). Y también «El escruta el abismo y el corazón, penetra todos sus secretos… ningún pensamiento se le escapa» (Eclo 42, 18-20).
Abismo insondable de toda perfección en Dios Padre y en el «Dios Hijo del Eterno Padre». Desde la mirada del Padre nos acercamos al inmenso tesoro de riquezas encerradas en el Corazón de Jesús. «El corazón decide de la profundidad del hombre. Y, en todo caso, indica la medida de esa profundidad, tanto en la experiencia interior de cada uno de nosotros, como en la comunicación interhumana. La profundidad de Jesucristo, indicada con la medida de su Corazón, es incomparable. Supera la profundidad de cualquier otro hombre, porque no es solamente humana, sino al mismo tiempo divina» (Juan Pablo II, Ángelus, 28 de julio de 1985).
Toda la vida no basta para adentrarnos en el abismo de virtudes de su Corazón: «Esta divina humana profundidad del Corazón de Jesús es la profundidad de las virtudes: de todas las virtudes. Como un verdadero hombre Jesús expresa el lenguaje interior de su Corazón mediante las virtudes. En efecto, analizando su conducta se pueden descubrir e identificar todas estas virtudes, como históricamente emergen del conocimiento de la moral humana: las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y las otras que derivan de ellas. (Estas virtudes las han poseído en grado elevado los santos y, si bien siempre con la gracia divina, los grandes genios del ethos humano)» (Ibid).
Jesucristo tiene todas las virtudes y dones del Espíritu en grado máximo: «El Espíritu del Señor está sobre mí…» (Lc 4,16), dijo en la sinagoga al iniciar su misión mesiánica. El es modelo: «Pasó haciendo el bien y sanando» (Hch 10,38) y se puso como modelo a imitar en su humildad («Aprended de mí… humilde de corazón»: Mt 11,29), servicio («¿Habéis visto lo que he hecho con vosotros?… Hacedlo también vosotros»: Jn 13,12-15) y caridad («Que os améis como yo os he amado»: Jn 13,34). Así, podemos decir, que el Corazón de Jesús están presentes todas las virtudes ¡en abundancia y grado máximo! «Este abismo, esta profundidad, significa un grado especial de la perfección de cada una de las virtudes y su poder particular. Esta profundidad y poder de cada una de las virtudes proviene del amor. Cuanto más enraizadas están en el amor todas las virtudes, tanto mayor es su profundidad» (Ibid).
Santa Margarita María de Alacoque nos exhorta:
«El Sagrado Corazón de Jesús es un abismo de amor, en el cual hay que sumergir todo el amor propio que está en nosotros con todas sus maléficas proliferaciones, el respeto humano, es decir, la manía de contentarnos a nosotros mismos.
Si estamos en un abismo de aridez y desolación, este Corazón divino es un abismo de consuelo, en el cual es necesario perderse, pero sin desear saborear la dulzura.
Si nos encontramos en un abismo, en el que descubrimos estar en contraste y oposición con la voluntad de Dios, es necesario que nos zambullamos en el abismo de la sumisión y de la conformidad con la voluntad de Dios, que es el corazón de nuestro Señor; y allí ahogar todas nuestras repugnancias para vestirnos de la gozosa conformidad con todas las disposiciones, que él quiera tomar de nosotros.
Si estás en un abismo de sequedad y relajación ve a sumergirte en el amable Corazón de Jesús, que en ti es un abismo de potencia, pero sin pretender gustar su suavidad, si no cuando a El le plazca.
Si estás en un abismo de pobreza, carente de todo, incluso de ti mismo, corre a sumergirte en el Sagrado Corazón; ciertamente te hará rico y estará muy contento de revestirte de todo, siempre con la condición de que tú le dejes hacer.
Si reconoces que estás en un abismo de fragilidad y caes cada momento, ve a sumergirte en la fuerza del Sagrado Corazón; te dará tanta energía y a cada caída te levantará.
Si estás en un abismo de mezquindad, date prisa en arrojarlo en el abismo de la misericordia, que es este Corazón adorable. Depositados en Él tus miserias, te puedes considerar un agregado de sus misericordias.
Si descubres que eres un abismo de orgullo y de tonta estimación de ti mismo, precipítate inmediatamente en el abismo de la humildad del Sagrado Corazón. En El, destruida la causa de tu soberbia, te podrás vestir, por amor de tu bajeza, de su divino abajamiento (cf. Flp 2,6-8).
Si estás en un abismo de ignorancia, lánzate al amable Corazón de Jesús, que es un abismo de ciencia; aprenderás a amarlo y a hacer lo que desea de ti.
Si te encuentras en un abismo de infidelidad y de inconstancia, ve a arrojarte al Sagrado Corazón de Jesús, nuestro verdadero fiel Amigo, que es un abismo de firmeza y estabilidad. Te enseñará a ser fiel y perseverante, como siempre lo ha sido respecto de ti.
Si reconoces que eres un abismo de indigencia, lánzate al adorable Corazón de Jesús que es, en todos los sentidos, abismo de abundancia y riqueza. Perderás en El lo que para ti es fuente de muerte y descubrirás, mediante una sincera mortificación, la fuente de la vida; mirarás sólo a los ojos de Jesús; escucharás solamente con sus orejas; no hablarás más que por medio de la suya y amarás sólo con su amable Corazón.
Si te dar cuenta de que eres un abismo de ingratitud, consciente de no haber correspondido a los inmensos dones, que has recibido de Dios, corre a hundirte en el Corazón divino, fuente de la gratitud. Si le pides que supla para ti, te llenará de gratitud y te proporcionará Él mismo lo que le debes.
Si te encuentras en un abismo de impaciencia y de intolerancia apresúrate a sumergirte en el corazón amable de Jesús abismo de dulzura, para que te haga manso y humilde como Él.
Si estás inmerso en un abismo de distracciones, apúrate en sofocarlas en el abismo de la tranquilidad, que es el Sagrado Corazón y él, si las combates con vigor, te regalará infaliblemente la victoria.
Si te encuentras en un abismo de tinieblas, ve a lanzarte en el abismo de luz del Divino Corazón, y allí, depuestas tus tinieblas te revestirá de su luz. Convendrá, sin embargo, que te dejes conducir por Él, como un ciego, que ya solo quiere ver a través de esta divina Luz.
Cuando te halles inmerso en un abismo de tristeza, apresúrate sumergirte en la divina alegría del Sagrado Corazón. Encontraras un tesoro capaz de disipar toda tu tristeza y aflicción de espíritu.
Cuando navegues en la turbación y en la inquietud, sumérgete en la paz de este Corazón adorable y nadie te lo podrá quitar.
Si te sientes inmerso en un abismo de temor de refúgiate en el abismo de confianza que es el Sagrado Corazón y el temor cederá al amor.
Si te sientes en un abismo de disgustos y descontento, sumérgete en el Sagrado Corazón; allí podrás depositarlos y gustar aquella alegría que sólo él puede darte.
Cuando permanezcas en un abismo de amarguras y de sufrimientos, sumérgete en el Sagrado Corazón para unir las tuyas a las suyas. Encontrarás un tesoro de alegría, que te dispondrá a aceptar lo que él quiera a ti y sabrás sufrir en silencio y sin lamentarte.
Sumérgete a menudo en el amor de este Corazón amable; lograrás no realizar nada más que hiera, incluso por poco, el amor del prójimo y a no hacer a los demás lo que no querrías que se te hiciera a ti.
Puedes sumergirte en Él como en un abismo de pureza y perfección. Podrás purificar tus intenciones y quemar tus deseos, tus exigencias, tu vida de pecado y de imperfección y descubrirás la vida de la gracia, del amor y de la perfección, para la que el Señor te ha elegido.
Y por último, piérdete en este Sagrado Abismo y no ya salir de él. Tendrás así el modo de ablandar tu corazón endurecido y hacerlo disponible a sus gracias y a su amor».
Filosomi, (ed.), S. Margherita M. Alacoque, Scritti spirituali (AdP, Roma 42015) 221-224.