Comentario al Veni Sancte Spiritus (II)
, Ex director Nacional del APOR | Le damos al Espíritu Santo nuestro corazón, nuestro tiempo, nuestro recogimiento… Tenemos que abandonarnos a ese deseo indefinido que el Espíritu Santo infunde en nuestro corazón. ‘El que tiene sed que venga, el que quiera que pida esta agua de vida que se le dará gratis’ –dice el Señor.
Ese Espíritu se llama ‘infuso’ según la imagen del agua viva que se infunde en el corazón, como el agua se infunde en un vaso. Ese Espíritu de gracia se llama también ‘inspiración’ que corresponde a la imagen de la brisa, del viento que no sabes de donde viene ni a donde va. Se dice también ‘irradiado’ que corresponde a la imagen de la luz que se comunica, que se irradia sobre el alma.
El tono de la invocación pronunciada por Cristo en nosotros, bajo la inspiración de su Espíritu, está inspirado por su deseo de entrar en nosotros. De ahí se comprende que el tono de la secuencia no es el de una súplica o no es el de un imperativo que pretende vencer una resistencia por parte del Espíritu. ‘Ven Espíritu Santo’ como si la resistencia estuviera en el que tiene dificultad en acercarse, como si uno quisiera violentarlo al entrar, ¡no!, no movemos al Espíritu Santo, si no que Él es el que esta invitándonos a llamarlo. Es una invocación más bien de acogida. Acoger al Espíritu es abrir la puerta del corazón a la llamada del Espíritu que espontáneamente desea venir al alma. El Espíritu inspira donde quiere y no sabes de donde viene ni a donde va, es el Espíritu mismo el que está llamando a la puerta del alma y la actitud del alma no es la de vencer la resistencia del Espíritu Santo sino la de abrir sus puertas a quien le está llamando diciéndole: ‘¡entra Espíritu Santo, tú que estabas llamando, ven!’ Quito ya todos mis obstáculos porque El está llamando a la puerta. El se llama el ‘Dedo de la diestra del Padre’, ese Dedo que está llamando en el corazón y que está diciendo ‘ábreme’ y nosotros le abrimos.
‘Ven Espíritu Santo’ no es, por tanto, una superación de violencia de un Espíritu que no quiera entrar sino que se trata de quitar los obstáculos que estaban obstaculizando la llegada del Espíritu. Podríamos tener la imagen del joven que esta perezosamente en la cama en una habitación cargada con el aire embravecido, contaminado; en una habitación que tiene grandes ventanales que dan a un jardín maravilloso y esos ventanales están cerrados y esas persianas están cerradas. El está, en la mañana, perezosamente acurrucado y el jardín y el oxigeno y el perfume de las flores y el canto de los pájaros llaman a los ventanales, y la luz se mete por los resquicios de las ventanas. El, acurrucado en su cama, perezosamente, dice desde ella: ¡entra primavera, entra! Es inútil que le llame así pues hasta que no se levante y abra de par en par las puertas y las ventanas para que entre el aire perfumado y maravilloso del jardín no va a suceder. Podemos decir que ese jardín es Dios, el Padre, del que procede el Espíritu Santo, el Espíritu es ese aire puro, ese oxigeno, ese perfume del jardín trinitario que esta junto a nosotros y está llamando a la puerta. En el momento en que el alma se decide y abre sus puertas de par en par y le llama, entra el Espíritu Santo.
Ese tono general, pues, no significa bajar del cielo, del firmamento, de la lejanía, como una distancia muy fuerte que él tuviera que superar, ¡no! Si nos fijamos en ese himno se dice ‘da a tus fieles’ es decir, ya somos fieles. En esta oración ya estamos pidiendo Espíritu Santo para los fieles por lo tanto no estamos pidiendo el estado de gracia inicial, no es un estado como si viniera del cielo a la tierra donde no estabas, si no que es un abrir las puertas del corazón, es una elevación de nuestra vida al nivel celeste, vivir simple y sencillamente la vida de cada día en una altura de elevación, de pureza, de conversación con el Padre y con el Hijo. Es un acceder al Padre, un entrar en el seno de Dios por eso podríamos decir ¡Ven del seno del Padre! hasta el cual hemos sido elevados por la gracia santificante pues hemos entrado ya en la casa paterna. Ven del seno del Padre que es la morada eterna del Verbo encarnado y resucitado, ven del seno del Padre a mi corazón que está también en el seno del Padre.
La expresión pues viene a poderse explicar de esta manera: el Espíritu esta en el Padre, está en Cristo. El Espíritu nos lo envía el corazón de Cristo que procede del Padre y del Hijo. Está en el seno del Padre y del Hijo. Nosotros elevados por la gracia somos hermanos de Cristo. Una vez que hemos entrado en su familia encontramos el Espíritu en el seno del Padre, en el seno de Cristo y le abrimos nuestros brazos y le extendemos nuestros brazos y le decimos como a un niño que está en brazos de su madre y se le invita a venir, ‘¡ven a mis brazos, ven Espíritu Santo!’ como algo que me corresponde a este nivel al que me ha elevado la gracia, ven como coronación de esa vida de gracia que se me ha concedido, ven de los brazos del Padre a los míos, ven del corazón de Cristo al mío porque el mío es ya el corazón mismo de Cristo, por eso viniendo del corazón no sales del corazón de Cristo. Ven a mi, ven a mi pues soy de la familia, ya he quitado los obstáculos ahora extiendo mis brazos y no tengo más ilusión que la de recibirte en mi corazón. Y así es en realidad.