Andar en la presencia de Dios

Fr.
, OCD | La oración contemplativa nos lleva a tener en cuenta el momento y la duración de ese tiempo dedicado a estar con Dios. Es muy importante saber lo que nos traemos entre manos. Es el trato directo con Dios. Es estar con Él. Así de fácil. No agobiarnos sino disfrutar y sacar todo el provecho que podamos al trato cercano con nuestro Señor.Ha de quedar claro que no podemos hacer este tipo de oración sólo por tener un tiempo disponible. ¡No! Es mucho más que eso, es tener “determinada determinación”, como diría Santa Teresa de Jesús, para estar con el Salvador con firme decisión de no dejar de rezar por un espacio de tiempo y cuando podamos volver a ello, o si me cuesta porque tengo problemas o salgo seco y sin aparentes pruebas de que de verdad me he encontrado con Dios en ese momento se termina la oración. Es entrar de lleno en diálogo con Aquel que tanto nos ama. Tenemos que quitarnos el reloj y dejar que Él marque los tiempos.
Es cierto que no podemos machacarnos la cabeza con tener que estar todo el día en oración, pero una cosa es vivir en tensión de este hecho que puede suceder y que nos es nada bueno, y otra muy distinta es vivir en contemplación. Son cosas muy diferentes. Ni siquiera las monjas de clausura está en permanente oración en este sentido literal, sino que buscan y practican este modo de oración, de vivir en Dios y para Dios y desde ahí, no solo ellas, sino todos nosotros podemos decir que estamos con Dios y nos metemos en una vida de oración contemplativa si lo hacemos de corazón y con plena conciencia de que lo que vivimos nos une de verdad al que buscamos día a día.
Da igual como andes de salud, trabajo, sentimientos, etc. Lo único importante es rezar, dedicar tiempo de calidad al que te regala todo porque te ama más que nadie en este mundo y siempre espera que vayas a su encuentro. Podemos decir que hoy estamos con gripe, la semana que viene nos espera un trabajo intenso que nos va a agotar o que no me siento bien en mi interior. Eso no son disculpas para dejar de emplear parte de nuestra existencia en la oración, en vivir la contemplación, el encuentro con Dios. Si en esos momentos en que nos excusamos reconocemos que es precisamente ahí donde tenemos que acudir a la oración viva, entonces, solo entonces, nos acercamos a la contemplación.
Y para todo esto lo mejor es ir a nuestro corazón, al corazón humano que se abre a otro corazón, al Corazón ardiente de Cristo. Desde nuestro corazón de criaturas nos ponemos en búsqueda y avanzamos hacia el encuentro en un camino de fe donde tenemos que reconocer nuestra pobreza para poder abrirnos a la mayor riqueza que es amar a Dios sin medida, con todo lo que hacemos y somos; y eso no es otra cosa que la contemplación. Es lo mismo que nos presenta San Juan de la Cruz cuando nos ofrece una invitación muy práctica que nos ayuda a vivir con más facilidad este modo de oración dentro de la vida cotidiana: “Procure andar siempre en la presencia de Dios, o real, o imaginaria, o unitiva, conforme con las obras se compadeciere” (Grados de perfección 2).