Abuelas y abuelos: gracias

Abuelo con sus nietos

Francisco Castro, Diácono Permanente | Vivimos unos tiempos muy difíciles para algo tan intangible como la fe. En una sociedad donde lo importante es tener y no ser, donde el cargo importa más que la persona, donde la apariencia arrincona al saber, el relativismo se impone a la verdadera religión y la tecnología es la gran solución a todas nuestras necesidades. ¿Dónde está la fe?

Tenemos la generación de jóvenes mejor preparada académicamente de la historia. Dominan varios idiomas, la informática no tiene secretos para ellos, gracias a los programas de intercambios universitarios, recorren el mundo entero en busca de un saber y experiencias antropológicas, que sus padres y mucho menos sus abuelos hubieran imaginado. ¡Y qué decir de los niños! Ellos son los reyes de la casa. Disponen de ordenadores, videojuegos, teléfonos móviles de última generación, tabletas táctiles que les permiten a través de Internet estar conectados con el mundo entero sin salir de su habitación.

Y ante tanta acumulación de conocimiento y de posesiones ¿Dónde está la fe? ¿Quién la transmite?

La nueva realidad social de las familias no se parece en nada a la que conocieron nuestros abuelos. Ese hogar donde el esposo trabajaba mientras que la esposa se dedicaba al cuidado de la casa y a la educación de los hijos afortunadamente ha pasado a la historia. La incorporación de la mujer al mundo laboral ha tenido consecuencias muy positivas, pero ante esta nueva situación surge el problema de los hijos: ¿dónde dejar a los hijos mientras los esposos trabajan? Es aquí donde surge la fi gura de los abuelos como una tabla de salvación. Nuestras calles están llenas de abuelos y abuelas que están viviendo una nueva juventud al tener que cuidar de los nietos; los llevan al colegio, los recogen, comen en su casa y hasta duermen dependiendo del turno de trabajo de los padres. Una labor nada fácil y que a veces se presenta como una ardua responsabilidad, pero que ellos realizan con amor, entrega, ilusión y esperanza, y por qué no decirlo, con ciertos temores. Es como volver a empezar aquello que hicieron con sus hijos. Y es aquí donde encontramos el origen de la transmisión de la fe en la familia: los abuelos.

El Papa Francisco durante la festividad de San Joaquín y Santa Ana (26 de julio de 2013) en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, insistió en el tema de la solidaridad entre generaciones, y resaltó la importancia de los abuelos en la vida de las familias. Aseguró que los abuelos son el buen vino de la sociedad y se dirigió a ellos con estas palabras:

“Podemos ser como el buen vino, que cuando envejece mejora: ¡está más bueno! El vino malo se convierte en vinagre. Podemos envejecer en sabiduría para transmitir la sabiduría. Y no creer que la historia termina con nosotros porque ni siquiera ha comenzado con nosotros: la historia continua. Y así nos da un poco de humildad para poder ser eslabón de la cadena. Los abuelos son importantes en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y fe que es esencial para cualquier comunidad.”

Lo que nos dice el Papa Francisco es que los abuelos son el eslabón de la historia del mundo y deben dejar en herencia a sus nietos su sabiduría al igual que lo hicieron con humildad San Joaquín y Santa Ana a su hija, la Virgen María.

Los abuelos son esenciales para los niños y los jóvenes. Tienen la responsabilidad de transmitirles no sólo la sabiduría y la calma que dan los años, sino el deber de contagiar su fe. Y el mejor método para transmitir la fe es la oración. Aquellos que tuvimos la suerte de aprender las primeras oraciones en boca de nuestras abuelas, lo recordamos con gran ternura y cariño. Los años nos hacen darnos cuenta de la importante labor que hicieron con nosotros. Una labor que hoy continua en cada hogar donde la figura de los abuelos está presente.

Cada familia cristiana es una comunidad de vida y amor que recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa (Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”. Juan Pablo II n. 17). Es una comunidad que reza y que ama. Y los abuelos como parte del núcleo familiar, hoy más que nunca deben velar por que en la familia siga viva la llama de la fe a través de la oración y el testimonio y del amor a los semejantes.

No es una tarea fácil, pero ¿qué abuelo o abuela cuando ven a sus nietos no desean lo mejor para ellos? De esta forma nuestros jóvenes y niños además de estar bien preparados y de poseer muchas cosas materiales, tendrán la suerte de haber recibido el mejor regalo: la fe transmitida desde el amor de sus mayores.

Anterior

Sumario 128

Siguiente

Don de Consejo (III)