Tu rostro buscaré Señor

Vagabundos

Francisco Castro, Diácono Permanente | Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar una gran homilía predicada por un sacerdote misionero quien hace tiempo pasó de los ochenta años. Si hubiera que ponerle un título estoy seguro que sería éste: “Buscar a Dios en el otro”. Fue una homilía que me hizo recordar el Salmo 27,8: “Oigo mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor. No me escondas tu rosto”.

Comenzó el sacerdote pidiendo perdón a los fieles por haber pecado. Se acusaba, que él, que se ha pasado la vida buscando a Dios, no se había percatado que esa misma semana Dios le había visitado. Y comenzó a relatar el hecho que le hizo pensar tan magnífico acontecimiento:

Se encontraba solo en casa cuando tocaron el timbre del portal. Le tienen dicho que no abra el portal a nadie que no conozca, que son normas de la comunidad, pero él abrió como si una corazonada se lo pidiera. Al cabo de unos minutos tocaron a la puerta de casa, abrió y se encontró a una mamá con su niño pequeño. La madre no superaría los 25 años y el muchacho tendría unos cuatro o cinco. La madre le pidió por favor algo de comer para su hijo, él se acercó a la cocina y preparó dos bocadillos bastantes generosos en cantidad, según sus propias palabras. Cuando se los entregó a la madre y al niño, éste le miro, le dio las gracias, pegó un fuerte mordisco con su pequeña boca y le dijo: ¡Ummm, esto sabe a gloria! Y se marcharon en el ascensor. Al entrar en casa, satisfecho de haber hecho lo correcto, cayó en la cuenta que esa mirada inocente del niño, que ese rostro con esa carita de hambre y algo sucia, era la mirada y el rostro de Dios y él no supo darse cuenta.

Este relato me recuerda a otro que escuché en cierta ocasión a un buen amigo agustino, también misionero:

Era un día cualquiera por la mañana y los feligreses que iban a la iglesia se encontraron con la puerta cerrada y un cartel que decía: “No estoy. Firmado Dios”. En la puerta había un hombre mal vestido con la mano extendida pidiendo limosna, pero nadie le hacía caso. La gente que se encontraba con el letrero se enfadaba, diciendo que eso no era formalidad, que vaya broma más pesada. Llegaron a juntarse varias personas hasta que llegó el párroco, abrió la puerta y todos los presentes se pusieron a increparlo, diciéndole: “¿Cómo se puede poner un cartel diciendo esas cosas?” El párroco les intentaba explicar que él no había puesto ningún cartel. Los feligreses le decían que ellos han venido a rezar a Dios, a estar con él, a verlo. Y cuando estaban discutiendo de pronto una voz retumbó en toda la iglesia y se escuchó: “no les hagas caso, todos estos que te dicen que han venido a verme mienten, porque si realmente hubieran venido a buscarme, a encontrarse conmigo, se habrían dado cuenta que estaba sentado a la puerta, con la mano extendida y vacía, y sólo les pedía que me miraran a la cara.

Niño

Creo que todos alguna vez en nuestra vida nos hemos preguntado donde está Dios. Lo buscamos en la oración, en la Eucaristía, en los grupos parroquiales, en las Sagradas Escrituras y todos estos lugares parecen los más idóneos para encontrarlo, pero puede que lleven razón los misioneros que narraron las historias anteriores, porque si no somos capaces de ver al Señor en el rostro de un niño agradecido porque alguien le ha dado un buen bocadillo, o en la mano extendida de un desconocido que necesita nuestra ayuda, nuestra mirada y atención, nos va a ser muy difícil darnos cuenta que Dios está entre nosotros.

Ya han concluido las vacaciones de Navidad, un tiempo en que el espíritu navideño parece que nos anima a ser más amables con los demás, a atender las necesidades de aquellos que más lo necesitan. Un tiempo en que todo parece como un pequeño sueño, con las luces engalanando las ciudades, las calles llenas de gentes, con músicos callejeros que amenizan a los viandantes, unos días en que visitamos las exposiciones de belenes que parecen acercarnos más al Niño que va a nacer. En definitiva un tiempo en que ser felices parece un derecho y que de alguna manera a los cristianos nos permite sentir más cerca al Señor. Pero todo eso ya ha pasado y ahora ¿dónde ha quedado ese espíritu de ser amables con el prójimo y de atender a quien más lo necesita?

No podemos olvidar que los cristianos lo somos los 365 días del año, aunque si bien, es cierto que la atmósfera que respiramos durante la Navidad es especial para sentirnos un poquito más cristianos, el resto del año debemos seguir buscando el rosto de Dios, ya sea en la mano extendida de un desconocido o en la cara de un niño hambriento. Debemos estar atentos a su mirada, porque sólo Dios sabe cuándo vendrá a nuestro encuentro, nosotros sólo debemos estar vigilantes a su llegada y unirnos a la petición del salmista: “Señor no me escondas tu rostro”.

Anterior

Icono de la Duda de Santo Tomás

Siguiente

En Ciudad Rodrigo