Teresa ayudada por Cristo a llevar la cruz

Teresa ayudada por Cristo
Óleo sobre lienzo 90 x 105 cm (Diego Díez Ferreras, XVII)
Dominicas de Porta Caeli, Valladolid

Guillermo Camino Beazcua, Presbítero y Profesor de Historia del Arte

En la cruz está la vida
y el consuelo,
y ella sola es el camino para el cielo.
En la cruz está «el Señor
de cielo y tierra»,
y el gozar de mucha paz,
aunque haya guerra.
Todos los males destierra
en este suelo,
y ella sola es el camino
para el cielo

Área VIP

En esta sociedad nuestra cada vez es más recurrente en determinar algunas áreas o espacios dentro de un conjunto, como áreas en donde se recibe un servicio más excelente o un trato preferente respecto al resto de los usuarios. Como bien sabemos, es un signo de distinción de clase, que los pudientes pueden solicitar tras el pago del servicio “extra”. Jugando con este lenguaje, podríamos hacer una doble lectura aplicada a las Sextas moradas del Castillo Interior. Con tantas estancias, al llegar a este nivel, éstas se diversifican aún más. En el lenguaje popular incluso se hace broma sobre la excelencia de poder disfrutar “las sextas moradas”. Siendo su acceso un premio a la excelencia, sin embargo no requieren un pago en especie, y son tan, o aún más gratuitas que el resto de las estancias. Desde esta perspectiva es interesante analizar la tercera de las sedes de las “Edades del hombre”, para aprender como Teresa a tener una íntima experiencia como Maestros de Oración, con el Misterio de Dios. Os invito a ello.

Teresa incluye el comentario a estas moradas entre las quintas y séptimas sugiriéndonos algunas experiencias que los discípulos vivieron en el contexto inmediatamente previo y posterior a la muerte y la resurrección de Jesús. Se nos invita a entrar en ellas para aprender y gustar la madurez del amor y sellar el desposorio espiritual que nos conduzca a la vivencia esponsal de las séptimas moradas.

Las puertas de estas moradas nos dan acceso a un área con diversos ámbitos excelentes, auténtica ‘zona vip’ para el espíritu, pues nos adentran en las profundidades de las moradas del Rey. En todas ellas (narradas en once capítulos), Teresa nos invita a recorrer sin un plano demasiado concreto qué trato recibimos en cada ámbito, incluso, hay una zona “sin construir” para que otros ámbitos personales puedan darse. Ciertamente éstas son las moradas de la excelencia, como la cima del sistema montañoso.

Un GPS para no perderse por el camino

Teresa nos sugiere en primer lugar releer nuestra experiencia del amor trinitario, pues no se trata de creer de un modo racionalista, sino de integrar en la vida y la experiencia, conocer a Dios desde el amor. La relación con el misterio de Dios nos abre a nuevas formas de tener de Él experiencia: “las visiones intelectuales e imaginarias”. Son un abanico de experiencias oracionales en la que un denominador común les da sentido, más allá del misticismo de las formas: el amor. Como fruto de tal amor de Dios, cuando ya por fin “Marta y María andan juntas”, el siervo del amor recibirá regalos y consolaciones tan altas ya en la oración, ya en la vida diaria y sus tareas.

La humanidad de Cristo sigue teniendo una especial relevancia, aunque parezca que nos remontamos a otras esferas de su Misterio, Teresa nos urge a no perder el modo de meditar: “Os parecerá que quien goza de cosas tan altas no tendrá meditación en los misterios de la Sacratísima Humanidad de nuestros Señor Jesucristo, porque se ejercitará ya toda en amor” (M 6.7.5). Unas mercedes sucederán en la oración y otras en el ejercicio de la vida (M 6.1), pero en ambos casos, es el entramado de la existencia real en donde acontece.

Y todas ellas suceden de tal modo que modifican al siervo del amor, suscitando entre quienes le contemplan, todo signo de interrogación, exclamación, interjección, sorpresa o crítica. Quienes observan la conversión de un alma, reaccionan de modos diversos: la crítica, la ironía, la risa y el sarcasmo, no falta quienes admiran, quienes se solidarizan o invocan. Teresa se detiene en ejemplificar todo este tipo de reacciones de modo realista.

Así, Teresa comienza hablando de la “pena sabrosa, la pena deleitosa”, el Amado lanza llamadas, como silbos o cometas que rápidamente pasan y quisiéramos retener. Son llamadas de Dios que suceden en la vida, como invitándonos a estar atentos a sus interpelaciones. Son llamadas que acrecientan el deseo del encuentro, que suscitan la nostalgia del Amado. Él siembra el deseo del encuentro. Otras veces es una “inflamación deleitosa” (M 6.2.8), sin pena “el Esposo mueve un deseo sabroso de gozar el alma de Él”, como quien viene a la memoria, se nota su presencia.

Escultura de Santa Teresa

Una tercera experiencia son las “hablas” (M 6.3) pues nuestra relación con Dios pasa también por el diálogo a través de lenguajes diversos. En la experiencia de Teresa este modo de relación de Dios, le empezó a ser regalado en la Encarnación “ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles” (V 24.5).

De ellas dice Teresa que son “palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no se oyen, sino entiéndense muy más claro que si se oyesen; y dejarlo de entender, aunque mucho se resista, es por demás” (V 25.1). Son pues mensajes no buscados, que de parte de Dios nos traen consuelo en la dificultad, no adivinan el futuro ni se inmiscuyen en las circunstancias diarias: “Ya eres mía y yo soy tuyo” (V 39.21). “No trabajes tú de tenerme a Mí en cerrado en ti, sino de encerrarte tú en Mí”. En ellas hay reminiscencias bíblicas, como consecuencia de la Palabra interiorizada.

Otro ámbito son los arrobamientos, signo de haber llegado al amor más adulto. Sin caer en subjetivismo iluministas, Teresa tuvo experiencia real de vivir experiencias místicas singulares. La primera fue preparando la fundación de san José cuando se le aparecieron la Virgen y San José y le impusieron el collar esponsal. Es una experiencia más densa que la oración de unión con Dios. Tampoco es que sea una experiencia que se escapa de la vida, pues la mística cristiana es encarnatoria.

También habla Teresa de otro ámbito: el vuelo del espíritu (M 6.5). Teresa se refiere a ellos como arrebatamiento o éxtasis (V 20.1). Es el signo del desposorio completo, la Amada participa de la vida del Amado en comunión de amor, trabajos y dolores. En algunas ocasiones llegó a provocar en Teresa levitaciones en público (M 6.5.1 y V 20.4) por lo que ella solicitó a su majestad que estas mercedes se las hiciera en secreto. Nace de ellas el firme deseo de vivir para el Señor y morir a cuanto aleje del encuentro. Situamos aquí la joya de la oración teresiana: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”…

Aún Teresa habla de otros ámbitos: la oración de júbilo (M 6.6.10), las visiones intelectuales (M 6.8), las visiones imaginarias (M 6.9), la suspensión en Dios (M 6.10) quien regala las verdades de fe que uno ya no busca, sino que se le entregan por iniciativa de Dios. También hay un ámbito incierto de noche oscura, en el que la sola cruz da sentido.

Este cúmulo de experiencias van preparando la transformación personal para vivir en plenitud el desposorio místico.

Para orar: la cruz, GPS en el camino

Nos acompaña en esta meditación este lienzo conservado por las Madres Dominicas de Porta Caeli, vulgo Calderonas, de Valladolid. En el presente se halla en las Edades en su tercer capítulo, y fue igualmente expuesto en Valladolid en la exposición conmemorativa del Centenario. Es obra de Diego Ferreras, pintor de la segunda generación de artistas del siglo XVII.

La sencillez de la composición nos hace pensar que sea la traslación a un lienzo de un grabado sencillo, del que tampoco tenemos más referencias, pues el tema es tan original que no es uno de los tipos iconográficos más difundidos. Vemos a Cristo que camina junto a Teresa portando la cruz en medio de una arquitectura coetánea a la Santa, a modo de una azotea desde donde se dibuja un abocetado paisaje ajardinado.

Sin duda lo más relevante sea el contenido sobre la belleza formal. Apreciamos un intercambio de roles, pues no es Teresa la cirinea que acompaña al Nazareno, sino a la inversa, ella es la Narazena aliviada por el Cristo cirineo que bendice el caminar de Teresa. Hay quien sugiere que pueda ser una bendición al camino reformador emprendido por Teresa para quien fue un auténtico calvario, o más bien, y puesto que el lienzo se conserva en un contexto no carmelitano, pensar que esta imagen es expresión del desposorio místico en orden a lo que hemos ido exponiendo: “Yo ya soy de ti, Tú eres de Mí”.

Sea ésta una expresión hecha mantra contemplativo, para crecer en intimidad con Cristo en este tiempo que la Iglesia nos regala para seguir a Cristo como Teresa.

Es la cruz el «árbol verde
y deseado»
de la Esposa, que a su sombra
se ha sentado
para gozar de su Amado,
el Rey del cielo,
y ella sola es el camino
para el cielo.

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