San Justino: primeros pasos

«Los Santos Padres, testigos verídicos de la doctrina revelada, entendieron muy bien lo que ya el apóstol san Pablo había claramente significado, a saber, que el misterio del amor divino es como el principio y el coronamiento de la obra de la Encarnación y Redención. Con frecuente claridad se lee en sus escritos que Jesucristo tomó en sí una naturaleza humana perfecta, con un cuerpo frágil y caduco como el nuestro, para procurarnos la salvación eterna, y para manifestarnos y darnos a entender, en la forma más evidente, así su amor infinito como su amor sensible» (Pío XII, Haurietis Aquas, 13).
Las primeras semillas de la tradición
Los documentos escritos más antiguos que reflejan enseñanzas fundamentales sobre el culto futuro del Corazón humano de Jesús, nos llegan del mártir san Justino, que dio su vida por Cristo alrededor del año 165.
San Justino (†165) halló la fe cristiana en Éfeso, y recoge textos sobre Jesús como fuente de agua viva que apuntan a una cierta teología del Corazón de Cristo. Con ternura llama a Jesús «el gran traspasado»: Cristo es el gran traspasado, en quien se cumple la palabra del profeta Zacarías: «Él derramará el espíritu… y en aquel día se abrirá una fuente para la casa de David y para los habitantes de Jersalén contra todo pecado e impureza» (Zac 12,10; 13,1)1.
Cristo es la roca espiritual, el hueco de la piedra del que fluye el agua verdadera2, diferente de las cisternas judías. La imagen invita a ver al traspasado, pues del hueco de su cuerpo, de sus entrañas (ek tes koilias), como de una roca, nació el nuevo Israel. El apologeta combina Jn 7,37-393 con Jn 19,344 y con la imagen paulina de Cristo como la roca de la que brota agua (1 Cor 10,3-4)5.
En su Diálogo con el judío Trifón nos ofrece el texto extrabíblico más antiguo que poseemos sobre el Corazón de Cristo. Se cree que esta obra representa un debate en el que participó en Éfeso entre 135 y 150, le dice a su oponente judío:
«Como Cristo es llamado Israel y Jacob, así nosotros, sacados del costado de Cristo, somos el verdadero Israel»6.
Otros traducen estas palabras más marcadamente:
«Nosotros, cristianos, somos el verdadero Israel que hemos salido, como piedra de una cantera, del Corazón (koilia) de Cristo como de una roca»7.
Sacados del Costado de Cristo
Hay que reconocer que san Justino ha enunciado en este caso el principio más básico relativo a la devoción al Sagrado Corazón. En estas pocas palabras se refiere al cuerpo humano de Jesús como la fuente de la vida cristiana. En las palabras textuales de san Justino estamos nosotros, es decir, nosotros los cristianos que somos el nuevo Israel y que hemos sido separados de, qué significa cortados de, o sacados de. Hay algunos que enseñan que Justino dice que es del Corazón de Cristo de donde los cristianos hemos sido sacados. Otros afirman que dice que hemos sido sacados de su costado8. Por cualquier traducción que se opte, san Justino nos está diciendo lo que la Iglesia primitiva creía firmemente: que el nuevo Israel, los cristianos, procedió del cuerpo del Salvador.
Este autor ha sido denominado como «el representante más elocuente de la teología popular del siglo II». Y este testigo que enseña que la Iglesia cristiana procedió del cuerpo de Cristo, no duda en decir en otro lugar:
«Nos alegramos de morir por el nombre de esa magnífica piedra, que hace brotar una fuente de agua viva en los corazones de aquellos que, a través de él, aman al Padre del universo, en la cal se abrevan todos los que quieren beber el agua de la vida»9.
Dar la vida en el martirio constituye la imitación más esencial de ese origen nuestro que arranca del corazón.
Los sufrimientos reparadores del Corazón de Cristo
En la misma obra, comentando la oración de Jesús en Getsemaní al comentar los salmos, escribe un texto de capital importancia en el desarrollo histórico sobre la reparación. El santo ve en profecía el Corazón de Cristo, un corazón que conoció el miedo como solo lo puede conocer nuestra humanidad, un corazón que graba en movimiento físico las fluctuaciones de la pasión. Estas palabras fueron escritas cuando la persecución todavía estaba derramando la «sangre de los mártires, semilla»10 de la Iglesia, sangre que es la respuesta más fuerte que se puede dar a la llamada del amor de Cristo que entregó primero su vida por sus amigos. El martirio es el testimonio del corazón hecho al Corazón. En el año 177 un grupo de galo-romanos testimonió su fe mediante la tortura y la muerte en Lyon. Uno joven, san Santos «se mantuvo inflexible y firme, constante en la confesión, rociado y fortalecido por la fuente eclesial del agua viva que brota de la entraña de Cristo»11. El miedo que sufrió el Hijo del Hombre se convertía en fortaleza de sus seguidores.
«Las palabras ‘como el agua me derramo, todos mis huesos se dislocan, mi corazón se vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas’ (Sal 22,15) eran alusión profética de lo que le sucedió (a Cristo) aquella misma noche cuando fueron a prenderle en el Monte de los Olivos. Puesto que en los Recuerdos recogidos por sus Apóstoles y sus sucesores está escrito que derramó un sudor como de gotas (de sangre) mientras oraba y decía: «Si es posible, pase de mí este cáliz». Evidentemente porque su corazón temblaba y, de manera semejante, sus huesos temblaban, como si corazón fuese cera que se derretía en sus entrañas.
De ahí deducimos que el Padre quiso que su Hijo sufriera verdaderamente, y no digamos que Él, por ser Hijo de Dios, no sufría las consecuencias de lo que se hacía ocurría»12.
Esta primera vez en que la tradición menciona el Corazón de Cristo lo hace refiriéndose a los terrible sufrimientos en el Huerto de Getsemaní. San Justino presenta estos sufrimientos como queridos por el Padre para que la humanidad quede librada de la maldición (Dial, 95,2), para que esas llagas curen al género humano (Dial., 95,3). Estos sufrimientos son gratos al Padre como reparación por los pecados13. Aquí aparece Dios como sujeto que repara y como destinatario pasivo de esa reparación de Cristo14. A lo largo de la historia veremos cómo el aspecto de la tristeza de Cristo será uno de los elementos más repetidos al hablar del Corazón de Jesús.
Corolario
Hemos visto sus palabras creyentes. Jesús es «la Roca»; sus «aguas vivas fluyen en el corazón de aquellos que desean beber». Rufino († 410) toca la misma nota: «Está escrito que la sangre y el agua fluyeron del lado herido de Cristo. Esto habla de misterio porque Él mismo dijo que los ríos de agua viva fluirían de su seno»15.
¿Cómo pues, entonces, alguien pensar que la devoción al Sagrado Corazón ha sido «ignorada durante mil años» (Ch. Richstätter)?