Sin disimulos ante Dios

Mons.
, Obispo de San Sebastián | Cuando decimos en el Ave María «Ruega por nosotros pecadores» nos estamos presentando delante de Ella al desnudo. Es como decir: «aquí me tienes, soy un pecador». Además, se lo decimos a aquella que, precisamente, es Inmaculada.Despojarse de todo es fundamental para presentarse delante de Dios, reconociendo que somos pecadores, sin utilizar paños calientes. Es un reconocimiento desgarrado, sin disimulos, a diferencia de Adán y Eva cuando comieron del árbol prohibido. El Señor quiere sanarnos de los arrepentimientos incompletos, de aquellas ocasiones en las que no reconocemos nuestra falta del todo y no nos desnudamos al presentarnos delante de Dios. Frente a nuestra resistencia a excusarnos, resulta sanador despojarse de todo.
Recuerdo a una religiosa que en mi preparación para la primera comunión nos decía que, cuando fuésemos a confesarnos, dijéramos los pecados empezando por el que más costase, sin dejarlo para el final. Aquella monja nos inculcaba que, delante de Dios, tenemos que ir sin disimulos de ningún tipo.
En el Ave María me defino a mí mismo como un pecador, asimilándome al Hijo pródigo que volvió ante su padre y lo primero que le dijo fue: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti» (Lc 15, 21). Algo parecido ocurre cuando Natán, el profeta, va ante el rey David para desenmascarar su pecado, con mucho arrojo. Sin embargo, la grandeza de David está en que, por mucho que sea rey, no se sirve de su condición y reconoce haber pecado contra Yahvé, sin exclusas.
En el Ave María nos presentamos sin disimulos ante Ella. Al igual que cuando éramos pequeños nuestra madre nos preparaba para la confesión, María nos enseña a ser transparentes. Benedicto XVI insistía en que el mayor enemigo que tenemos es nuestro propio pecado. Es el gran enemigo de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Algunos pensaron, en cierta ocasión, que eso lo decía por algunos escándalos concretos que ocurrieron y así es, pero no solo por eso. También se refiere a cada persona. Por eso, esta oración del Ave María busca el corazón quebrantado por el arrepentimiento.