Orar a María, orar con María
| Cuando nos acercamos a nuestra Madre, la Virgen María, lo hacemos casi siempre en tono orante, para pedirle favores, darle gracias, mostrarle nuestro amor, entablar un diálogo de hijo a Madre,… y todo eso está muy bien. Es necesario, orar a María para entrar en comunión con Ella, y de paso que nos encamine a su Hijo, a Cristo. Pero no podemos olvidar que también es muy necesario y recomendable orar con Ella, descubrir la grandeza de María en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro pueblo o ciudad, en toda la Iglesia. Nuestra Madre abre su corazón y nos enseña a orar, a acompañar al Hijo de sus entrañas.
¿Quién mejor que una madre puede mostrarnos el modo más adecuado de acercarnos y hacernos amigos de su hijo? Aquí reside la importancia de saber que en María Virgen tenemos un modelo perfecto de oración. Toda la Iglesia mira a María y se apoya en Ella, en su oración, en su maternal trato con Jesús, para poder hacerlo carne en cada uno de sus hijos, de todos aquellos que nos llamamos cristianos, seguidores de Cristo. Para seguir a Cristo hay que orar, esto es lo que hizo María, hablar con su Hijo a cada momento, a cada paso, ya fuera algo alegre o triste, importante o trivial.
Pero no podemos conformarnos con orar como la Madre de Dios, sino que hemos de dar un paso más y poner todo en sus manos para que se lo presente a nuestro Salvador. Si tomamos a María como intercesora en nuestra oración nos irá muy bien, pero si además descubrimos en ella un modelo de mujer orante que nos lleva a Dios nada nos va a faltar.
Tenemos en María la solución a todos nuestros problemas en tema de oración porque, como buena Madre, no se olvida de sus hijos. Y esto no me lo invento, lo dice también un carmelita descalzo que pronto será beatificado, el P. María Eugenio del Niño Jesús. Se pregunta cómo oraba la Virgen. He aquí la respuesta: “Es constante esta unión con Dios; ni siquiera su actividad exterior la obstaculiza en lo más mínimo. Oró ella también, para rendirle a Dios homenaje de dependencia, pero, sobre todo, oró porque era Madre: madre de los hombres. La Virgen era portadora de una gracia inmensa que la unía al Verbo. Ora para que esta gracia de su Hijo se derrame en las almas y se haga realidad, para que llegue su Reino, para que se constituya el Cuerpo místico” (María, Madre en plenitud, 54).