Los defendedores de la Iglesia

Vaticano

Fr. Rafael Pascual Elías, OCD | Dios nos ha hecho un gran regalo por el que tenemos que dar infinitas gracias: el sacerdocio, es decir, aquellos hombres llamados a ser los mediadores entre Dios y el género humano y servidores del Buen Pastor que guía a su pueblo, a su rebaño, hasta las frescas fuentes de la oración. Si nos acercamos a un sacerdote seguro que de un modo u otro nos va poner en contacto con Dios, para eso se ha ordenado y quiere que todos nos acerquemos al Creador por medio de su Palabra, la celebración de la liturgia, la vida espiritual y el hacer de cada día.

La invitación cercana a leer la Sagrada Escritura y orar con su mensaje, participar en la misa dominical y escuchar la homilía basada en los textos bíblicos, abrir nuestro corazón y mostrar nuestro modo de oración en la dirección espiritual a la vez que acogemos los consejos para mejorarla, compartir nuestras alegrías, proyectos, sufrimientos, decepciones, etc. para que todo ello sea materia de oración es posible si dejamos que un sacerdote esté a nuestro lado y nos allane nuestro propio camino orante.

El sacerdote invita una y otra vez a orar a lo largo de la liturgia eucarística y es ahí donde debemos orar de verdad, con la ayuda de las lecturas que se han proclamado y explicado en la homilía para ir más allá, saber que lo más importante es dejarnos en Dios, que haga Él su obra para que seamos felices porque cumplimos la voluntad del Padre que se manifiesta cuando en la oración descubrimos que sin sacerdotes poco podemos hacer: no hay eucaristía, confesión, trato cercano y mediación directa con Dios; y sobre todo nos faltan hermanos como nosotros que han sido escogidos por Dios para encaminarnos hacia Él y que tengamos un trato frecuente a través de la oración.

Por eso es muy importante pedir por los sacerdotes, para que siempre haya jóvenes dispuestos a aceptar la llamada de Cristo a ser buenos pastores que siguen al Pastor y nos acercan su Palabra, su gracia y su presencia viva. Unámonos a la oración teresiana que de igual modo que en aquellos lejanos años, hoy también es necesaria: “y que todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío” (Camino de Perfección 1,2).

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