Llamados y acompañados, en busca del querer de Dios
, Delegado Episcopal de Pastoral de Juventud y Universitaria de la Diócesis de León
Ser joven es un camino lleno de retos. Comenzar a hacer pie en la tierra desde todo lo que se ha heredado. Integrar el pasado para volcarse en el futuro. Probar respuestas, a veces utilizando insconcientemente la metodología “prueba-error”. Perderse… y hallarse (al menos es lo deseado). Encontrar compañeros de camino, por los que merece la pena apostar. Soñar, proyectar, formarse para volar. Asumir los fracasos y contratiempos que van surgiendo. Aprender a amarse y a amar. Tomar decisiones que orientarán y determinarán la propia vida.
El momento actual que estamos viviendo los católicos, tras el Sínodo sobre los jóvenes, también es un camino lleno de retos. Sínodo significa «caminar juntos». Es el camino que va haciendo la Iglesia, representada por sus obispos, que se reúnen en asamblea de forma periódica para abordar determinados temas. En esta ocasión ha sido sobre «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional» y la sinodalidad ha brillado por su especial forma de efectuarse. Por primera vez en la historia se ha elaborado un diálogo previo haciendo uso de las redes sociales. Por primera vez en la historia han participado en el pre-sínodo jóvenes de diversos colores y lenguas que han expuesto sus pareceres sin ningún tipo de censuras. Por primera vez en la historia se ha publicado el documento final del sínodo con el resultado de las votaciones.
De esta asamblea pondremos nuestro particular acento en una cuestión vital: la vocación. Los jóvenes participantes pidieron de forma unánime que se supere el concepto de vocación como sinónimo de sacerdocio o vida consagrada, demandando una mayor incidencia en hacer ver que cada bautizado está llamado por Dios a una determinada vocación. Para poder descubrirla, es necesario un acompañamiento durante todo el proceso de discernimiento. Esto se presenta como un desafío ‘económico’ para la Iglesia, pues a juicio de los Padres sinodales, supone invertir tiempo y recursos en los jóvenes con la propuesta de ofrecerles un período destinado a la maduración de la vida cristiana adulta que «debe permitir un alejamiento prolongado de los ambientes y de las relaciones habituales».
En esta línea fueron dos las propuestas principales que surgieron. Por una parte, orientada a los laicos, los jóvenes demandaban un acompañamiento a los novios y matrimonios, semejante al que se hace con los seminaristas. Por otra, orientada a los futuros sacerdotes y personas consagradas, el Sínodo considera necesaria la creación de equipos educativos, incluyendo figuras femeninas y matrimonios cristianos con el fin de superar las tendencias al clericalismo. Así mismo, se requiere una atención especial en la acogida de los candidatos al sacerdocio, que a veces tiene lugar «sin un conocimiento adecuado y una relectura profunda de su historia»: «la inestabilidad relacional y afectiva, y la falta de raíces eclesiales son signos peligrosos. Descuidar las normas eclesiales a este respecto – escriben los Padres sinodales – constituye un comportamiento irresponsable, que puede tener consecuencias muy graves para la comunidad cristiana».
Nos encontramos en un momento histórico de renovada ilusión y esperanza. Los jóvenes cultivan la ilusión, incuban el futuro en deseos apasionados y proyectos renovadores propios de una vida donde hay más por vivir que por recordar. La Iglesia mira con esperanza esas vidas que se abren a algo nuevo que, tras el soplo del Espíritu, anima a buscar nuevas formas, nuevos lenguajes, nuevas maneras de decir «sí» a la invitación que sigue haciendo el Señor. Pongamos en las manos de Dios a aquellos «que no son el futuro, sino el ahora de Dios».