Inauguración del curso

Inmaculada

D. Julio de Pablos, Director de Agua Viva | Queridos hermanos y hermanas, el presente año ha estado marcado por la gracia de un año jubilar convocado por el Santo Padre Francisco, y que especialmente hemos celebrado en este templo, escogido por nuestro Cardenal como sede jubilar. El marcado acento de este año ha tenido una resonancia especialmente vital entre estos muros, que guardan celosamente aquella promesa que un día el Señor mando custodiar y difundir a nuestro querido Beato Bernardo de Hoyos. Reinare en España con más veneración que en otras partes es una encomienda que primordialmente Dios ha puesto en manos de nuestra Diócesis. Su reinado está ya contenido en cada uno de nuestros corazones, creados a imagen y semejanza de Aquel que tiene un corazón embellecido por la mansedumbre y humildad profunda. Con cada gesto de compasión en favor de nuestros hermanos los hombres, la misericordia va triunfando sobre el egoísmo y se va estableciendo el reinado de Cristo; el cielo empieza a conquistar, con su luz inextinguible, la aridez de esta tierra. Es así que paso a paso entre alegrías, gozos y tristezas, el hombre, creado para amar, empieza a conocerse desde Dios. Relación que se torna vital cuando se empieza a entrar en la comprensión de que Dios desea estar con el hombre, anhela ser consolado por su criatura de tantos abandonos y desprecios; y el hombre experimenta que no puede dejar de estar con su Dios al escuchar especialmente sus palabras que nos invitan a recibir el bálsamo del consuelo: Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviare.

Dicho encuentro, necesario para que la iglesia continúe creciendo en el espíritu, hemos querido acentuarlo especialmente en este nuevo curso pastoral con el incremento del tiempo de adoración eucarística. Cada día desde las 12:30 h. de la mañana hasta las 22:00 h. de la noche, el Señor está expuesto públicamente para encontrase con cada uno de nosotros. No dejemos de acudir a esta llamada, donde pasamos de la llanura y pobreza de esta tierra, a la altura y esplendor de un monte Tabor que se torna plenamente eucarístico. Aquellos que lo deseéis; los que tenéis hambre y sed de estar con Dios, podéis apuntaros en la sacristía a una hora semanal para acompañar al más bello de los hombres; al Cordero Inmaculado, Cristo-Jesús.

Especialmente en esta Basílica la adoración adquiere una especial relevancia, porque adorando el misterio eucarístico, adoramos conjuntamente el Corazón de Dios contenido en este sacramento. El corazón de Jesús que fue mostrado en este mismo lugar al joven Bernardo de Hoyos y que se manifiesta como fuente de salvación a aquel que acuda a él con confianza. En este sentido es para nosotros importante acentuar la práctica de los nueve primeros viernes de cada mes, donde el mismo Señor prometió a la santa francesa Margarita de Alacoque, a los que comulguen los nueve primeros viernes consecutivos, la gracia de su asistencia en el momento de la muerte y el ofrecimiento de su corazón como seguro refugio en aquella postrera hora.

Es así como iremos caminando juntos incluso después del día de la clausura de nuestra puerta santa, llamada de la misericordia, el 13 de noviembre. Clausura de un año y de una simbólica puerta que no cierra la misericordia sino que la acentúa, para que pasando de un templo de adoración transformemos el mundo exterior por el servicio del amor.

Juntamente a toda la programación pastoral conjunta de la Basílica y el centro de espiritualidad delineada por: retiros, cursos de espiritualidad, formación diocesana, ejercicios espirituales, novenarios, jornadas de consagración, etc., es inevitable constatar que las acciones para que sean efectivas necesitan de los instrumentos humanos que Dios va poniendo en el camino. Quiero dar gracias en este sentido a todos los trabajadores, colaboradores, comunidad de religiosas, voluntarios, que con vuestro esfuerzo cotidiano vais dando forma a una casa y a un templo hasta constituirlo en el hogar del Corazón del Señor.

Ponemos hoy especialmente todos estos deseos bajo la custodia de Santa María, Señora del Rosario y Madre de la Iglesia. Que sea ella la que lleve a cumplimiento todas nuestras acciones. Que nuestro único fin sea el que también ella lleva siempre en su corazón materno: Que los hombres conozcan, sigan y amen a su Hijo Jesucristo, que queriéndonos comunicar su propia intimidad, nos ha legado el tesoro escondido de su propio corazón.

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