La juventud es lo mejor que tiene Cristo
| El viaje comenzó aquí en Valladolid, para ser exactos en la Feria de Muestras. De camino a Madrid no sólo íbamos charlando entre amigos, sino que hacíamos nuevos. Como no, también rezamos en el bus y nos sugirieron hacerlo al despegar y al aterrizar en el avión. Y así lo hice: me puse los cascos y me dispuse a escuchar el “rezando voy” de ese domingo (16 de Julio). Justo en el instante en que el avión cogía velocidad para el despegue, en la explicación del evangelio dijeron: “Dios nos saca del terreno familiar, nos abre la puerta de lo nuevo, nos descoloca con su Evangelio, rompe con nuestra rutina”. Irónico ¿no? Estaba en un avión a punto de despegar de camino a encontrarme con más jóvenes como yo y con el Papa Francisco para compartir mi fe, acrecentarla y, por supuesto, encontrarme con el Señor, y una vez más me había sacado del día a día, aunque esta vez a lo bestia. Desde ese día supe con certeza que Jesús estaba buscando ese encuentro conmigo y, durante toda la JMJ, resonaba en mi cabeza: “gracias por romper con mi rutina Señor”.
Durante el viaje Jesús se nos presentó de muchas formas:
La primera fue a través de los nuevos amigos que hice. La primera noche en Berlín hicimos cuatro amigas de Málaga. Con una de ellas hablo mucho y me llevo muy bien. En ella descubrí el cariño de Cristo, pues a pesar de que, como ella decía, estaba allí porque se aburría en su pueblo, era una persona muy cariñosa y que Dios había puesto en mi vida por algo. Las dos noches siguientes, ya en Praga, hicimos bastantes amigos de Madrid. Pero a parte de estos amigos, que hicimos en fiestecillas, también conocimos gente de Canadá, EE.UU.,… y Polonia.
Uno de los amigos polacos que hice fue Michal. Él me enseñó, entre otras cosas, la dedicación (colaborando de voluntario para hacer de nuestra estancia un lujo) y la firmeza en la fe. En cierto modo me sentí identificado con él por nuestras dudas, por ser los dos monaguillos,…
Por otra parte, todas las familias de Lezno, Poznan y Bochnia, que nos acogieron con los brazos abiertos; los voluntarios y voluntarias, que se desvivieron para hacer todo posible y nuestra estancia más cómoda; y todas esas familias cuyas casas estaban en el camino de ida hacia el Campus Misericordiae y que, sin conocernos, salieron a ofrecernos agua, leche, comida e incluso a refrescarnos con la manguera; todos ellos me hicieron sentir el inmenso amor de Dios. ¡Eso era de veras sentirse querido!
También Dios estaba en el Evangelio y en Misa, por supuesto, pero también en el bus, donde los de “Pucela” rezábamos, compartíamos risas y, a pesar de la dureza de la peregrinación en ciertas ocasiones, permanecíamos incansables y alegres pues el perdón y la amistad prevalecían sobre el calor, frío, cansancio, humedad,… Diría hambre, pero allí debieron de pensar que no comíamos bien en España o que somos de buen comer y nos dieron comida para tres meses como mínimo. También estaban en ese bus Susana y Belén que fueron como nuestras madres y cinco sacerdotes que nos acompañaron, nos aconsejaron y nos cuidaron. Entre ellos Guillermo, un gran amigo que me ha enseñado muchas cosas.
Ya para terminar, también vi a Dios en un señor pobre con dificultades para andar y que se medio arrastraba por la acera de Berlín. Y en ese momento recordando las palabras de Jesús (“cada vez que a uno de estos, mis hermanos, se lo hacéis, a mi también”) le bajamos comida y agua del bus dejando lo justo para comer ese día. Creo que por aquel entonces nuestros corazones ya estaban ardiendo de Cristo, pues ese fue el último día de viaje antes de marchar a Madrid a la mañana siguiente.
Ya por último, en cuanto a la vocación fui pensando en que quiere Dios de mí, pidiéndole fuerzas para poder darle un sí. Ya no soy el mismo: rezo con más intensidad, hago más ratos de oración y, sobretodo, pienso más en Jesús, pues me he dado cuenta de que un día sin Él es un día vacío, al que le falta un ingrediente. Con esta fuerza renovada que me ha dado esta Jornada Mundial de la Juventud para ser testigo de Jesús termino con la frase que cantábamos: “lo dice el Papa, lo dicen los obispos, la juventud es lo mejor que tiene Cristo”. ¡Sed jóvenes de espíritu!