Hasta dar la vida
522 mártires de Jesucristo
El pasado 13 de octubre, un día después de celebrar la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, fueron beatificados en la ciudad española de Tarragona, con toda solemnidad, 522 mártires del siglo XX en España. Se trata de la beatificación más grande de la historia de la Iglesia, y que además, se ha celebrado un mes antes de la clausura del Año de la Fe, poniendo un auténtico broche de oro a este tiempo dedicado a redescubrir la alegría de creer y a renovar el entusiasmo por contagiar la buena noticia de Jesús a todos nuestros contemporáneos. En la ceremonia de beatificación, el cardenal Angelo Amato resaltó el principal objetivo de tal evento, tan singular y emotivo para todos los católicos: La celebración de hoy quiere una vez más gritar fuertemente al mundo, que la humanidad necesita paz, fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Con su caridad, los mártires se opusieron al furor del mal, como un potente muro se opone a la violencia monstruosa de un tsunami. Con su mansedumbre los mártires desactivaron las armas de los tiranos y de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales de la paz en la tierra.
4 Siervas de María
Dentro de los 522 mártires beatificados en este Año de la Fe, quiero ofrecer algunas pinceladas de la vida y el pensamiento espiritual de cuatro Siervas de María, ministras de los enfermos, que entregaron la vida en Pozuelo de Alarcón el 7 de diciembre de 1936. Seguro que su vida y su entrega hasta la muerte por defender su fe nos ayuda y estimula para ser testigos fieles de Jesús allá donde se nos pida. Nuestras 4 protagonistas supieron hacer de su sí al Señor una verdadera ofrenda para el cielo. Sus nombres de profesión religiosa: Aurelia, Aurora, Daría y Agustina. Cuatro hermanas cuya misión principal fue el cuidado esmerado y gratuito a los enfermos, en una vida sencilla de silencio, oración, trabajo y asistencia a los más desfavorecidos. Cuando el 19 de agosto de 1936 se prohibió el culto en la casa de la congregación y se puso la bandera roja en el edificio, las hermanas fueron obligadas a despojarse de sus hábitos y desalojar el lugar en el que vivían. Nosotras no iremos jamás con ustedes a ninguna parte, si nos quieren fusilar por los montes o carreteras, pueden hacerlo aquí ahora mismo, respondieron a los milicianos cuando pretendían llevárselas a otros lugares. Somos religiosas, pueden hacer lo que quieran con nosotras, pero yo les suplico que a esta familia no le hagan nada, pues al vernos sin casa, y autorizada por el comité de Pozuelo de Alarcón, nos recibieron en la suya por caridad. Palabras de valor y valentía las de estas cuatro mártires, que ya gozan de la gloria de Dios, y que nos impulsan a los que aún seguimos en este mundo a testimoniar cada día a Jesucristo con verdadero empeño.
Madre Aurelia Arambarri Fuente
Nació en Vitoria, y con tan solo 20 años, ingresó en el Instituto de las Siervas de María, recibiendo el hábito religioso de manos de la fundadora, Santa María Soledad Torres Acosta. Su vida, según nos cuentan, estuvo marcada por la Fe, y esto le permitía ver cada acontecimiento como venido de la mano de Dios. Solía repetir: De Dios somos, no permitirá jamás que nos pase nada malo. Se mantuvo siempre muy serena ante los ataques y gritos de guerra, y por eso no se cansaba de gritar, justo antes de su muerte: Estamos en las manos de Dios, Él sabe que nos tiene aquí.
Sor Aurora López González
Sus hermanas de comunidad siempre la definieron como una persona muy trabajadora, fervorosa y mortificada. Era amante de la vida comunitaria, y amenizaba los recreos contando curiosas anécdotas y chistes para hacer reír y pasar un rato agradable. Cuenta Sor Begoña, hermana que vivió con ella en los últimos días de su vida, que al quitarle el hábito las lágrimas rodaron por sus mejillas. Solía decir: deberíamos estar todas juntas siempre, hasta la muerte.
Sor Daría Andiarena Sagaseta
Nació en un pueblo de Navarra, y quienes la conocieron la describen como una hermana amable, risueña y condescendiente. Ayudaba en la formación de las novicias, quienes dicen de ella lo siguiente: Nos inculcaba mucho la pureza de intención, diciéndonos que aquel trabajo era para la Santísima Virgen o para las esposas de Jesús y que obrásemos bajo estas miras. En sus palabras se percibe claramente la disposición que tuvo siempre para el martirio: Yo quiero el martirio del sacrificio diario y si Dios quiere, también morir, morir mártir por Él.
Sor Agustina Peña Rodríguez
Ingresó como postulante en las Siervas de María a los 24 años de edad, y los que la trataron afirman que nunca daba muestras de impaciencia ante el trabajo y buscaba siempre ocasiones para ejercitarse en la virtud. En la obediencia siempre estaba pronta para todo y se complacía en ayudar a cuantas personas necesitaban sus servicios. Era un alma grande, en la que resplandecía la humildad, el candor y la sencillez.
Un sí hecho ofrenda
Estas cuatro Siervas de María, mártires de Jesucristo en plena persecución religiosa española, nos enseñan que es posible amar hasta el extremo, viviendo en nuestras propias carnes lo que vivió Jesús. Bien podemos llamarlas dichosas, beatas, porque fueron halladas dignas de la palma del martirio. Ojalá su ejemplo nos sirva de estímulo para seguir generosos a Jesús en el cumplimiento diario de su voluntad. Su sí, hecho ofrenda hasta dar la vida, sea el nuestro, de tal modo que, como María, podamos colaborar en la obra divina de la Redención.