La oración cristiana (VIII)
, Ex director Nacional del APOR | Puede darse ese ‘detenerse en la palabra’ que nos acontece, a veces, cuando estudiando el Evangelio mismo nos detenemos más en la palabra, en el análisis de la materialidad de los hechos, comparación entre ellos, etc. con una mera visión razonable, meramente humana, sin salir de eso que es conducto de una comunicación de Dios. Es como si cuando me habla una persona me detuviera en el análisis gramatical de las frases que me dice y no atendiera al sentido vivo de lo que en esa expresión y en esa palabra me quiere transmitir de sí mismo.
La palabra es un signo. Es importante saber cómo nos habla Dios a través de signos y cómo nos habla Dios a través de las palabras. Dios no nos habla, normalmente, a través de los oídos materiales. No nos habla de manera milagrosa actuando directamente en nuestro interior sin más porque El quiere de manera milagrosa transformarnos por dentro.
Meditemos un poco sobre qué es esa palabra. La palabra es un compuesto de voz y de sentido. Vamos a intentar exponerlo a través de imágenes que nos puedan iluminar con la gracia del Señor a fin de comprender como en la oración tenemos que ir hasta al fondo, a la palabra plena, sustancial. Pues bien, la voz es como el sobre en el que va la palabra. La cual palabra contiene algo del que habla. Cuando yo en una conferencia me dirijo a un público estoy utilizando mi voz. Esa voz mía lleva dentro mi palabra y esa palabra está expresando algo de mí mismo. Yo me doy a través de esa palabra, me estoy dando. El que habla envuelve eso suyo en la voz, en la palabra, y lo envía. Yo quiero decir algo y transmitir algo mío. Entonces yo hago este trabajo: eso mío lo envuelvo en la voz, en la palabra sensible y lo doy. Entonces el que escucha acoge esa palabra envuelta en la voz, asimila lo que lleva y echa la envoltura a la papelera. Lo mismo que hacemos con una carta que llega. La envoltura pasa, la voz ha pasado. La voz tiene que cesar, la palabra tiene que crecer.
Hay, pues ya, dos tipos palabras. Una palabra que vendría a ser a modo de información o tipo objetivo, como yo puedo transmitir la situación de una ciudad en la geografía universal, donde yo transmito porque tengo ese conocimiento. Lo llamaríamos palabra de información o de instrucción simple. Y hay otra palabra que llamo de revelación mía, de declaración de amor de mi parte. Otra palabra muy distinta de la primera. Esta íntima tiene como sentido la persona misma que se da, el don mismo de la persona. Esto lo podemos referir incluso a la palabra escrita. Yo puedo servirme de la voz, del signo de esa voz, que es la palabra escrita, y entonces la palabra escrita puede ser de nuevo de información y puede ser también de revelación de amor. Cumplida su misión también esta es echada a la papelera. Ha cumplido su misión. No sólo se echa el sobre que contiene esa carta sino que se puede echar el texto mismo, el cual es como un sobre más sutil que cumplida la misión se desecha. Ya no lo necesito, se ha hecho la transmisión y ya no lo necesito. Pero muchas veces se conserva, las personas conservamos las cartas que hemos recibido. Esas cartas fueron palabra viva en el momento en que se escribieron. Ahora ya no lo son. La palabra está ahí como recuerdo, momificado en cierta manera. Hizo su función, realizó su misión y ahora queda escrita. Queda como recuerdo; recuerdo que suscita experiencias pasadas incluso como incitador humano de amor porque recordando eso levanta también en uno sentimientos de amor correspondientes a la experiencia vivida.
Pero fijémonos, cuando el que ha escrito la carta le llama por teléfono ahora y le dice ‘todo lo que está ahí escrito te lo digo ahora’. Entonces, eso mismo vivifica la letra y le da el sentido de amor actual y de exigencia actual. Esto es lo que hace el Espíritu Santo con la palabra escrita, con la palabra que nosotros rumiamos. Es esa vivificación interior por la cual Dios dice ‘todo eso escrito te lo digo ahora’ y Cristo por su Espíritu nos habla a través de eso que está escrito, a través de esa Palabra de Dios que se pronunció históricamente, en un momento histórico concreto. Y ahora es Cristo resucitado vivo que actúa en nosotros a través de ese escrito, a través de esa palabra suya histórica; pronunciada en el momento histórico concreto vivificada en el Espíritu Santo.
Aquí estamos en lo que es la trama del trato con Dios. La oración, la meditación es pura vida. Dios puede hablar íntimamente sin sonido de las palabras produciendo interiormente esa comunicación que suele venir a través de las palabras; porque lo importante en esa comunicación no es el sonido sino el transmitir eso que ha llegado a través del sonido. Si Dios hace que lo que El quiere comunicar sin sonido se ponga en nosotros, en definitiva, ha hecho lo mismo que la palabra, ha saltado eso. Lo podría hacer pero esto no es normal en la condición humana. Dios ha hecho al hombre como es y Dios respeta lo que El ha hecho, y Dios actúa sobre el hombre no de manera milagrosa sino según la naturaleza del mismo hombre.
No es normal, por lo tanto, esa actuación y comunicación sin sonido de palabras ninguno al menos en un primer estadio. No es normal si primero no se ha iniciado el contacto con Dios a través de los sentidos humanos incluso con la acción del Espíritu Santo. Y, de hecho, es la manera que suele utilizar el Señor: a través de los sentidos, por la palabra sensible que llega a nosotros sensiblemente por la predicación evangélica, por las lecturas, por el conocimiento humano de los misterios de Cristo. Evidentemente con una asistencia del Señor pues El asiste a esa acción de estos elementos humanos. El Espíritu Santo ilumina pero no es pura iluminación sino que es asistencia a estos elementos que vienen a nosotros a través de los sentidos humanos.
Así podríamos ver cómo en san Juan, como lo ha notado exhaustivamente el P. de la Potterie, suele distinguir el Señor dos pasos: ‘si creyerais en mi entonces conoceréis que soy yo’ es una expresión bien sorprendente. Primero habla ‘si creyerais en mi’ luego ‘conoceréis quien soy yo’. Pero es que para creer en El ¿no tengo que conocer quién es? Y es que el sentido de san Juan en esta expresión indica un profundizar en el misterio de Cristo. Una cosa es la fe inicial y otra cosa es el conocimiento del misterio de Cristo con una profundidad interior progresiva. Hay un primer paso y luego viene la acción del Espíritu Santo que nos enseña, nos introduce, en la verdad integral. Y entonces es cuando va llegando el alma al conocimiento del tipo, podríamos decir, de experiencia interior, de quien es Cristo el Hijo de Dios, de su relación con el Padre, de su relación con los hombres… Esos dos elementos que san Juan de la Cruz indica como puntos cumbres de la comunicación de Dios que ilumina al alma sobre la relación de Cristo con el Padre y de Cristo con los hombres.