En un tiempo perdido de la memoria…

Adoración de los pastores
Adoración de los pastores (Matthias Stomer)

Redacción | En un tiempo perdido de la memoria… había tres sabios muy sabios que todo lo sabían y su criado ignorante que no sabía ni escribir su nombre. Y se murieron los cuatro. Primero los tres sabios muy sabios que todo lo sabían y después el criado ignorante que no sabía ni escribir su nombre. Y Dios los llamó a su presencia y les dijo:

– Amigos míos, deseo pediros un consejo. Mi hijo querido, al que llamarán Jesús, quiere ser hombre como vosotros, quiere nacer como vosotros y quiere vivir como vosotros. Pero no sé qué nacimiento prepararle. ¡Dadme un consejo!

Los cuatro hombres se miraron extrañados de lo que acababan de escuchar. Y el ángel pintor dibujó sus cuatro caras de expresión estupefacta y el ángel periodista describió los ocho ojos de grandísimo asombro. Y pasaron diez siglos como diez mosquitos de trompetas afiladas y el sabio primero dijo a Dios:

– Divinidad, su hijo deberá tener un nacimiento rodeado de poder como el nacimiento de los emperadores.

Y el segundo le dijo a Dios:

– Divinidad, su hijo deberá tener un nacimiento rodeado de sabiduría como el nacimiento de los sabios.

Y el sabio tercero le dijo a Dios: Divinidad, su hijo deberá tener un nacimiento rodeado de riqueza como el nacimiento de los ricos.

Y después el criado ignorante que no sabía ni escribir su nombre le dijo a Dios:

– Padre Dios, su hijo deberá tener un nacimiento rodeado de pobreza como el nacimiento de los pobres.

… El ángel secretario anotó sus respuestas en el libro de actas. Y Dios se quedó pensativo. Y pasaron quince siglos empujándose como quince bisontes, y Dios les dijo a sus amigos:

– El mundo es bello, es inmenso, tiene muchos lugares. Además, millones de jóvenes serían dichosas si Jesús fuera su hijo… Amigos, os pido un consejo.

Y el sabio primero le dijo a Dios:

– Divinidad, su hijo deberá nacer en Roma, en el palacio imperial y de la princesa más poderosa de todos los poderosos del mundo.

Y el sabio segundo le dijo a Dios:

– Divinidad, su hijo deberá nacer en Grecia, en la Academia de Atenas, y de la mujer más sabia que todos los sabios del mundo.

Y el sabio tercero le dijo a Dios:

– Divinidad, su hijo deberá nacer en Alejandría, en un palacio de oro, y de la mujer más rica que todos los ricos del mundo.

Y después el criado ignorante que no sabía ni escribir su nombre le dijo a Dios:

– Padre Dios, su hijo deberá nacer en una aldea desconocida, en la casa más pobre de todas las pobres y de una mujer muy pobre.

… El ángel secretario escribió las respuestas con la pluma saliente de su ala derecha. Y Dios se quedó pensativo. Y pasaron veinte siglos como veinte resoplidos de ballenas inmensas, y Dios les dijo a sus amigos:

– Gracias por vuestra ayuda. Me habéis aconsejado cómo y dónde debe nacer mi hijo. Pero una cosa os falta: no me habéis dicho aún las razones de vuestros consejos…

Y el sabio primero le dijo a Dios:

– Divinidad, sólo el poder puede cambiar a los hombres y obligarlos a ser justos. Sólo el poder puede redimir al mundo. Por eso su hijo deberá ser más poderoso que los poderosos.

Y el sabio segundo le dijo a Dios:

– Divinidad, sólo la sabiduría puede redimir al mundo. Por eso su hijo deberá ser más sabio que los sabios más sabios.

Y el sabio tercero le dijo a Dios:

– Divinidad, sólo la riqueza puede cambiar a los hombres y forzarlos a que sean justos. Sólo la riqueza puede redimir la miseria del mundo. Por eso su hijo deberá ser más rico que los ricos del mundo.

Y después el criado ignorante que no sabía ni escribir su nombre le dijo a Dios:

– Padre Dios, el poder oprime, la sabiduría desprecia, la riqueza roba. Sólo el pobre amor -sin poder, sin ciencia, sin riqueza- puede cambiar a los hombres y hacerlos hermanos y justos. Sólo el pobre amor puede redimir al mundo. Por eso su hijo deberá nacer pobre entre los pobres y amar como un pobre desde los pobres.

… Así aconsejaron a Dios los tres sabios muy sabios que todo lo sabían y su criado ignorante que no sabía ni escribir su nombre. Y pasaron veinticinco cigüeñas y Jesús de Nazaret nació niño en una aldea desconocida de Palestina, en un establo donde las arañas habían tejido sus telas como pañales. Y el niño Jesús fue recostado en el pesebre y los animales lo calentaron con sus bufandas de aliento vaporoso y los pobres vinieron a celebrarlo con su esperanza remendada y el corazón de María se puso de fiesta y el mundo que estaba en tinieblas se iluminó desde abajo como el amanecer mejor amanecido…

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