En comunión con la Santa Madre de Dios (XIV)

Mons.
, Obispo de San Sebastián | Vamos a dar un paso más en este comentario a la oración del Ave María. Nos detenemos en la expresión ‘llena de gracia, el Señor es contigo’. Esta segunda expresión que el Catecismo comenta conjuntamente dice así: “Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente (se refiere a la llena de gracia y el Señor está contigo). María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. Alégrate Hija de Jerusalén, el Señor está en medio de ti. María en quien va a habitar el Señor es, en persona, la Hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor. Ella es la morada de Dios entre los hombres”.Nos centramos, en primer lugar, en esta expresión ‘llena de gracia’. Es una palabra con un profundo contenido teológico, kejaritomene es el termino griego. Expresión que fue traducida por san Jerónimo en la traducción de la Vulgata al latín como gratia plena. Kejaritomene en griego, gratia plena en latín y llena de gracia en castellano. Tanto en la tradición de oriente como en la de occidente ven en este término una confesión de la santidad perfecta de la Virgen María. Los Evangelios casi no dicen y son muy parcos a la hora de hablar de la Virgen María, ni se prodiga en hablar de lo buenísima que era María… escasos son los relatos y expresiones sobre ella, pero sin embargo, en muy pocas palabras (en concreto en esta palabra ‘llena de gracia’), se indica perfectamente la santidad de María que quiere decir que ya ha sido transformada por la gracia de Dios, ha sido gratificada (en el sentido teológico de la palabra). ¿En qué consiste en estar gratificada? En todo lo que nosotros confesamos que supone la gracia de Dios.
De éste término kejaritomene, de decir que María es llena de gracia, la Tradición de la Iglesia dedujo que María es Inmaculada. Y lo dedujo con una lógica bastante contundente. Se puede decir que este término es la mayor apoyatura, da un fundamente solido a la doctrina de la Inmaculada Concepción. Obviamente si María es llena de gracia, en ella no cabe pecado. Es verdad que el texto bíblico no dice que es llena de gracia desde el instante de su concepción; pero ya sabemos que la Iglesia, en el caso del dogma de la Inmaculada Concepción, no lo hace exclusivamente desde fuentes bíblicas, también ha sido formulado desde la Tradición de la Iglesia. Aún así, la misma fuente bíblica es muy coherente: cuando dice ‘llena de gracia’ no dice ‘serás llena de gracia’ sino que expresa que ya lo es, ya estas llena de gracia.
En el fondo siempre ha sido llena de gracia en virtud de lo que Dios había dispuesto para ella, para siempre. Incluso Dios, aunque había dispuesto para ella que iba a ser Madre de Dios, ya le inspiró el deseo de virginidad antes de saber que iba a ser Madre de Dios. ‘¿Cómo será eso? Pues no conozco varón’, esa expresión de María de respuesta al ángel está dejando entrever que en ella había un voto de virginidad, que Dios le había inspirado esa consagración virginal, y por eso dice esa expresión. Es decir, desde siempre ella estaba llena de gracia, no es que el estar llena de gracia comience en un momento determinado. La propia gracia de la virginidad es como un indicativo de que el estar llena de gracia ha estado desde siempre. Ella ha sido elegida de una manera muy especial en virtud de que iba a ser la Madre de Dios, la mujer elegida. Por lo tanto, la expresión fundamental de esa parte del Ave María es la confesión de la santidad de María. ‘Tota pulchra est’, estás llena de santidad, llena de gracia, en ti no cabe el pecado. Es una expresión que nos llena de gozo, y al mismo tiempo también sabemos que ha sido elegida Madre de Dios y ha sido hecha Inmaculada para poder ser Madre de Dios.
Pero a la vez, el Catecismo nos dice una segunda razón, nos remite al número 490 en el que se dice: “En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que estuviese poseída totalmente por la gracia de Dios”. Es decir, para poder ser plenamente libre respondiendo a Dios y por lo tanto que nuestra respuesta a Dios sea plenamente total, hace falta estar lleno de gracia, preservado del pecado. Nosotros muchas veces nos equivocamos cuando tenemos un concepto de libertad muy poco teológico y entendemos por libertad solo el que podamos elegir entre el bien y el mal, y sencillamente el que yo pueda pecar o no pecar. Esto es un concepto de libertad bastante reducido; confundir libertad con libre albedrio. Libertad es la capacidad de abrazar el bien, la capacidad que Dios ha dado al corazón humano de abrazar plenamente Su don. Por eso, la única criatura humana que ha habido plenamente libre ha sido la Virgen Maria. Jesucristo pudo entregarle a ella plenamente el don de la libertad porque estaba libre perfectamente de pecado. Nosotros ¿somos libres? Sí, pero no totalmente libres. Vamos a ser claros: tenemos una libertad en lucha, y una de las mayores luchas que tenemos en esta vida es la de poder ser libres, para que el pecado no nos haga esclavos. Luego ‘llena de gracia’ es la mujer libre, la mujer llena de Dios, la mujer sin pecado… y, la mujer perfectamente libre capaz de responder a la llamada de Dios.
¿Qué más significa este ‘llena de gracia’? Podemos recordar lo que significa la palabra gracia. No entendiéndola como algo que Dios nos da, sino mas bien, como Dios mismo que se nos da. La gracia no es como una especie de energía. A veces en nuestra oración al decir ‘Señor, envíanos tu gracia’ parece que estamos pidiendo que envíe una especie de energías.’ Y no es eso. Cuando decimos ‘Señor, envíanos tu gracia’ es sinónimo de ‘Señor, ven Tu a nuestra vida, no nos dejes solos, acompáñanos’. La gracia es Dios mismo que viene a acompañarnos y no nos deja solos. Y además, la gracia tiene un doble efecto; así lo ha explicado tradicionalmente la teología católica: el efecto sanante y el efecto elevante. La gracia nos sana de nuestro pecado y nos eleva a la condición de Hijos de Dios. Lógicamente son dos efectos que están unidos el uno al otro. Pero es más el efecto elevante que el efecto sanante, pues Dios podría perdonarnos un pecado sin que por ello conllevase que nos elevase a la dignidad de Hijos de Dios. Podría decir: ‘mira te perdono tu pecado pero no pretendas tener conmigo una intimidad’. Pero lo bonito es que Dios no sólo nos ha sanado, sino que nos ha elevado a la condición de Hijos suyos.